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–Marian... –la voz de Candela irrumpe en mi oficina del otro lado del teléfono– tenés una llamada.

–Dale, espero –afirmo y espero a que la luz verde se encienda en el interno de la línea mientras termino de leer un expediente que hoy tengo que defender– hola –saludo.

–Tanto tiempo sin cruzarnos, Mariana –reconozco la voz de Santiago y miro el teléfono alrededor de seis segundos como si él estuviera ahí– ¿Estás ocupada?

–Trabajando, como siempre. ¿Cómo estás? –y dejo los documentos sobre el escritorio, al lado de la taza vacía de té.

–Muy bien. ¿Vos? Hace mucho no nos vemos –no mete pausas– bah, a veces te cruzo, pero nunca puedo alcanzarte.

–Mis tiempos son muy acotados –no sé muy bien qué responder porque todavía no entiendo la necesidad de la llamada– ¿Necesitas algo?

–Depende. A tu secretaria le dije que se trataba de algo urgente, pero quería hacerte una propuesta.

–¿Una propuesta laboral?

–Casi te diría que emocional –corrige y trago saliva. No quiero hablar de emociones– ¿Este fin de semana tenés algo qué hacer?

–Dejé en claro que lo que pasó la vez pasada no teníamos que arrastrarlo al trabajo.

–No lo estoy arrastrando, por eso te invito a que suceda durante el fin de semana.

–Llamarme en horario laboral es arrastrarlo –digo, y escucho que esboza una risa.

–No tengo ningún otro lugar en donde localizarte, ya te dije que sos muy difícil de alcanzar –dice, pero no respondo. Quiero que se corte la luz así también se corta la comunicación– no quiero ponerte nerviosa ni nada...

–No lo estoy –interrumpo.

–Pero me gustó lo que pasó –continúa; mi estómago se retuerce– sentí una química copada y no suele sucederme eso con colegas. No sé cómo la pasaste vos porque no hablamos mucho... –y hace una pausa como para que yo confiese, pero me mantengo muda– calculo que tampoco la habrás pasado mal, sino ya me hubieras cortado. Así que pensé en que quizás podemos tener una segunda vez.

–Me parece encantador de tu parte...

–¿Pero? –pregunta porque se da cuenta de mi cambio en el tono de voz.

–Dejámelo pensar –ultímo.

–Interpreto que no te gusta que te insistan.

–No.

–Okey. Entonces espero tu respuesta... o tal vez el mismo sábado me tengas en la puerta de tu casa –¿qué?– no quiero hacerte perder más tiempo. Gracias por atender, Marian –mi respuesta fue inaudible, solo la escuché yo. Santiago corta la comunicación y vuelvo a ubicar el tubo del teléfono en su lugar. Me enoja tener la valentía para enfrentarme a cualquiera, pero no a un hombre que se expone sentimentalmente. Es como si cuando se llega al punto emocional de la conversación, solo quiera huir.

–Marian –Candela asoma medio cuerpo por la puerta de la oficina después de dar tres golpecitos cortos y suaves– ¿Seguís hablando? –giré con el sillón y negué– te están buscando.

–¿Quién? –y cuando abre la puerta del todo, me encuentro con Matías apoyado al escritorio de vidrio. Solo junto mucho aire y lo largo todo junto– que pase –indico, y Candela le permite entrar solo con una seña– qué extraño volver a verte.

–Cuando me aburro salgo a recorrer la Ciudad para buscar a mis compañeros de la facultad –dice. Debe venir de trabajar porque está vestido con camisa y pantalón pinzado– linda vista –señala el ventanal y se sienta en uno de los dos sillones que está del otro lado del escritorio.

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora