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Me despierto por culpa de la aspiradora que alguien acaba de encender en la planta baja. Murmuro y giro en mi propio eje hasta chocar con una muralla de almohadones, como si estuvieran protegiendo a un bebé. Un mal movimiento me hace recordar que todavía tengo el hombro lastimado y emparchado, por eso me quejo y cambio la posición. Boca arriba intento volver a conciliar el sueño, pero al ruido de la aspiradora se le suma una canción de ABBA. Entonces abro los ojos, la luz del día ilumina el noventa por ciento del cuarto y en el reloj de la mesa de luz figura que faltan menos de diez minutos para que se cumplan las nueve de la mañana. Cuando regresé del hospital, había pedido exclusivamente que me permitan dormir todo lo que no logré descansar hace casi dos años, pero el recado no alcanzó a durar veinticuatro horas. Me higienizo rápido en el baño, limpio la herida, cambio la gasa, me cambio con la dificultad de tener una articulación menos y después bajo descalzo porque no pienso arrodillarme para sacar las zapatillas que quedaron debajo de la cama. En el living me reencuentro con Mónica que pasa la aspiradora por encima de la alfombra, entre medio de los sillones, y mi hermana que termina de preparar un desayuno para más de tres del otro lado de la barra mientras zarandea el cuerpo al ritmo de Mamma Mia.

–Buenos días, Peter –Mónica me saluda después de desconectar la aspiradora– ¿Cómo dormiste? ¿Cómo está esa herida?

–Bien. ¿Alguna recuerda lo que pedí cuando salí del hospital?

–No –pero la que responde es mi hermana.

–Gracias –y me acerco a ella para sentarme en una banqueta y robar un vaso de jugo en los que acaba de volcar exprimido de naranja– solo pedí dormir.

–Yo también te pedí que no traigas un arma a la casa ni que te hagas el cowboy frente a la mafia, pero lo hiciste igual –revoleo los ojos porque la queja será eterna– ¿Ya la devolviste?

–Todavía no.

–¿Lo vas a hacer?

–Sí, Eugenia, quedate tranquila que a partir de ahora no me voy a dedicar a desenmascarar asociaciones ilícitas secuestrando a personas.

–No lo sé, tal vez te habías empezado a encariñar... –y me mira de reojo con una sonrisa asomándose, esas de burla– a ver, hacé así con los hombros. ¿Podés? –mueve los suyos marcando el ritmo de la canción. La miro serio por encima del vaso y ella se ríe– tenés todo el día para seguir durmiendo, quedate tranquilo.

–¿Por qué hay cinco vasos?

–Van a venir visitas.

–¿Y cuál es la parte que va a funcionar en el "tenés todo el día para seguir durmiendo"?

–Dejá de quejarte –y me da la espalda para encender una hornalla. Me doy cuenta que en la mesada hay un bol grande con masa y que la panquequera ya está enmantecada– ¿Los chicos te contaron alguna nueva? ¿Te enteraste de algo?

–No, Vico me avisó que hoy la policía iba a allanar la empresa y que están buscando a Germán según la información que les dio el hijo.

–A papá lo fueron a buscar hoy a la madrugada –cuenta y un poco me sorprende– me avisó mamá porque él pidió llamarla antes para contarle y pedirle disculpas.

–Se acordó un poco tarde...

–No tiene un abogado que lo defienda, el anterior a que vos entres a la empresa también se negó, así que el Estado le pondrá alguno.

–Va a hacer en vano. Tiene demasiada suciedad debajo de la alfombra como para que intenten liberarlo de alguna culpa.

–Sos abogado, yo trabajadora social y tenemos un padre preso. ¿No es el colmo? –pero se me escapa una risa por su manera de decirlo mientras mueve la panquequera para que no quede ningún espacio libre sin masa– ¡Las visitas! –grita cuando se escucha un auto estacionar en el garaje. Mónica está en el parque y con una seña le indico que yo me encargo de abrir la puerta. Claro que nunca me imaginé que del otro lado iba a reencontrarme con Lali y Chino.

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora