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¿Vieron esos días en los que no querés levantarme de la cama? ¿En los que elegís que el colchón y las sábanas te absorban? ¿En los que querés dedicarte a despojarte de ropa –y tal vez también de alma– y usar la soledad para hacer un trabajo de introspección hasta llorar? ¿En los que no querés comer, responder llamadas, ni hablar? ¿En los que la cabeza se convierte en una montaña rusa de pensamientos que, en realidad, son recuerdos que de tan repetitivos te anudan la garganta? ¿En los que sabés que ni siquiera encerrarte en la oficina va a salvarte porque los refugios dejan de cumplir su función principal? ¿En los que ni siquiera tenés la valentía de afrontar a la vida porque la ves demasiado cruda? Bueno, hoy es uno de esos días.

–¿Tenés idea de cuánto va a durar esto? –Agustín se sienta a mi lado en la mesa oval de la sala magna de reuniones en donde se citó a todos los abogados del buffet.

–Espero que cinco minutos –veo que en el centro de la mesa hay platos con facturas dulces, panes salados y jarras con jugo. También veo a Gonzáles que saluda desde el otro extremo de la mesa y solo le sonrío tan efímero que creo ni moví los labios.

–¿Escuchaste alguna teoría sobre la reunión? No irán a despedir a nadie, ¿no?

–¿Por qué lo harían?

–Qué se yo. A vos se te dio vuelta un caso y terminaste liberando a un violador –recuerda y giro pocos grados la cabeza para mirarlo con las mismas ganas con las que amanecí– entendiste el punto de lo que quise decir, no te estoy tirando la culpa de nada.

–Nadie va a despedir a nadie, se va a presentar el nuevo propietario del buffet –y de reojo observo como los asientos van ocupándose de a poco. Ahí me doy cuenta que el setenta por ciento de los presentes, son hombres.

–¿Y qué pasó con Oscar? –habla con la boca llena de medialuna de manteca– ¿Seguirá de vacaciones?

–Intenté comunicarme con él, pero me rechaza el número así que lo habrá cambiado.

–¿Y no te resulta raro? –piensa en voz alta. Decido no responderle porque, aunque una parte de mí le dirá que tiene que dejar de interpretar la realidad como una película de Gánsters, la otra parte quiere decirle que a mí también me resulta extraño– hoy tenemos un día tranquilo, por suerte... –comenta porque no le gustan los baches de silencio, aunque en realidad toda la sala es un caos de conversaciones entre demás abogados– ¿Te conté que me anoté en un curso de carpintería?

–¿Vas a abandonar las leyes para dedicarte a la madera?

–No, en realidad estaba buscando un tutorial para atornillar una mesa de luz que me compré nueva, sin querer me terminé anotando en un curso y ahora tengo que hacerlo –y me reí un poco– podríamos hacer algo con la cantidad de publicidad que emite Youtube, no estoy conforme.

–Quizás tendrías que fijarte por dónde deslizas el dedo –digo, y automáticamente empiezo a golpear la mesa con las uñas, de forma escalonada, como si fuese un piano. Hoy no es un día para estar paciente. Santiago es uno de los últimos en entrar a la sala y se sienta en el asiento que queda vacío, pero desde donde puede verme con facilidad y también saludarme al levantar una mano.

–¿Qué onda éste Mocoretá? –Agustín se acerca más a mí para que nadie escuche.

–Dejá de burlarte de los demás.

–Yo me burlo de los que se burlan solos.

–Y no sé qué querés saber. Trabaja en el buffet, no hay mucha información más –y quiero despegarme de ésta conversación con la misma velocidad que quiero irme de ahí. Un tipo de estatura media es el último en entrar a la sala y cierra la puerta detrás de sí.

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora