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Sé que Julieta está esperando a que haga algo más que mirar mi celular y escribir rápido. Por debajo del escritorio veo que sus pies cruzados se mueven inquietos. Pensé que se trataba de algún tic, pero cuando se sacó las sandalias y se rascó los talones con la alfombra supe que en realidad está impaciente. El silencio es sepulcral dentro de esa habitación de paredes marrones. La primera vez que la visité le recomendé que no le vendría mal otorgarle un poco de color y en la sesión siguiente encontré una planta de hojas muy grandes y muy verdes que le daban el toque necesario. Escucho el ruido que hacen las patas de la silla cuando se corre hacia atrás para levantarse. Sigo el recorrido de sus pies hasta que llega al dispenser donde se sirve un vaso de agua que bebe rápido para volver a sentarse en ese lugar que la convierte en alguien superior. No tengo ganas de estar ahí, tengo mucho qué trabajar y sé que ella lo percibe porque, desde que entré y la saludé con un insipiente beso y un susurrado "Hola" no volví a emitir sonido. Y de eso ya pasaron más de quince minutos.

–¿Te falta mucho? –su voz característicamente rasposa interrumpe el vacío.

–Tengo mucho trabajo.

–¿Y no podés solucionarlo cuando salgas? –propone. Levanto la cabeza y es la primera vez que la veo a los ojos. Julieta está apoyada al respaldo de su trono, con los brazos cruzados y la cabeza ladeada.

–Estoy comunicándome con mi socio y mi cliente. Hoy tengo un juicio.

–¿Sobre qué? –su tono es suave porque no está buscando confrontar.

–Abandono de persona.

–¿Y qué parte vas a defender?

–A la víctima, tal vez –y esbozo una risa con obviedad porque esa pregunta no la considero digna en referencia a mi trabajo. Julieta hace una mueca con la boca y sube un hombro.

–La otra parte también considera que su defendido es una víctima –dice– todos los clientes son víctimas para un abogado, ¿no?

–No –sentencio con firmeza y bloqueo el celular para guardarlo en la cartera. No voy a discutir sobre mi profesión con una psicóloga... pero tampoco voy a decirle a ella cómo hace su trabajo porque actuó eficazmente al generar una conversación que me obligó a abandonar el teléfono.

–Hace mucho tiempo no nos vemos, Marian. Pensé que ya no ibas a volver.

–Estuve muy atareada.

–¿Cómo estuviste éstos casi quince días en que no nos vimos? –busca su cuaderno de anotaciones y hojea hasta llegar a la sección que lleva mi nombre.

–Bien.

–¿Bien, bien; bien mal o bien más o menos? –cuestiona sin mirarme porque está releyendo lo último que anotó de la última charla que tuvimos.

–¿Cuál es la diferencia?

–Mucha –y me espía por encima del marco de sus anteojos cuadrados.

–Solo bien –respondo después de diez segundos. Julieta anota y estoy segura que no anotó la respuesta que le di, sino lo que transmití.

–¿Por qué no quisiste venir la semana pasada?

–Ya te dije, estuve con muchas cosas –siento que mi celular vibra dentro de la cartera y hago fuerza al cerrar una mano porque no quiero agarrarlo, aunque debería.

–¿Ni siquiera para una videollamada? –niego– ¿Cómo pasaste tu cumpleaños? –pregunta después. Y no es que cambia de tema, sino que todo está relacionado.

–Bien –y se ríe un poco. No entiendo dónde está el chiste– ¿Qué?

–Nada... me doy cuenta que esa va a ser la única respuesta que voy a escuchar hoy. ¿Lo celebraste? ¿Festejaste con amigos? ¿Con tu mamá?

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora