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−Hola, buenas tardes. ¿Hablo con la agencia de seguridad? –eran más o menos las ocho menos veinte de la noche, las luces de los faroles iluminaban las veredas y ya había terminado de tomar el café que pedí en el bar– ¿Cómo te va? Mira, necesito seguridad para la casa de mi madre durante el turno nocturno y me llegaron muy buenas calificaciones de un tal Daniel Casas, ¿puede ser? –escuchaba su afirmación al mismo tiempo que observaba a través del vidrio del bar que Lali estaba bajando de un taxi en la esquina de la avenida– exacto, ese mismo. Él ahora está supervisando la casa ubicada en Plaza 1734, entre Virrey del Pino y La Pampa, en Belgrano. Claro, esa misma... bueno, la dueña de la casa pidió un cambio y se le va a otorgar otra seguridad, así que queríamos aprovechar eso para poder delegar a Daniel a la dirección de mi madre –dije, y perseguí los pasos de Lali que cruzaban toda la vereda hasta el buffet sin tener noción de que un sujeto estaba siguiéndola por detrás– está confirmado por ella y yo soy su esposo, así que no es necesario que se comuniquen para avisarle del cambio. Con Daniel hablé bastante y me dijo que no está en desacuerdo con el cambio porque le conviene al estar más cerca de su casa –agregué, y no perdí el rastro a ese equis que ahora quedó quieto en la escalera de entrada del buffet porque ella había entrado– la nueva casa queda en Tortuguitas y él ya tiene la dirección así que está esperando a que le confirme a la nueva seguridad de nuestra casa para él poder iniciarse allá –y escuché un par de palabras más que no entendí porque estaba atento a ese tipo que sacó un cigarrillo y tenía pensado quedarse mucho más del tiempo que debería– buenísimo, entonces. Muchas gracias por la atención –y corté la comunicación después de que éste se haya despedido.

No esperé a que el camarero se acercara a buscar la cuenta porque no tenía tiempo, así que me acerqué a la barra y tampoco esperé el vuelto. A pesar de estar en diciembre, esa noche fue muy fresca y sentía congeladas las yemas de los dedos, así que aproveché para cubrirme la cabeza con la capucha y después escondí las manos en los bolsillos. Crucé la avenida sin perder rastro de aquel desconocido que a medida que iba acercándome podía recordar de quién se trataba. El horario laboral de Lali había terminado hacía rato, pero ese día ella habrá querido quedarse hasta más tarde adelantando trabajo así que él quiso aprovechar la poca cantidad de gente que deambulaba para esperarla.

−¿Fido? –lo saludé cuando me ubiqué a su lado. Él se volteó rápido al escuchar su apodo que solo utilizaban unos pocos y parecía asustado, como si alguien lo hubiera encontrado en dónde no debía– ¿Te acordás de mí? –no me saqué la capucha, pero le señalé mi cara. Él tiró el cigarrillo y amagó a irse, pero rápidamente lo retuve de un brazo y con el otro, sutilmente, le hundí la boca del arma en el estómago– gritás y no tengo ningún problema en disparar ahora –le susurré, y vi cómo los ojos de él empezaron a opacarse del miedo.

Chino me pasa a buscar con el auto y sostengo a Fido para que no se escape. Él quiere dejar en claro que no tiene nada que ver con nada, que tenía un buen comportamiento y vaya saber cuántas cosas más que ni siquiera recuerdo porque tampoco le presté atención. Estacionamos en un galpón vacío y lo arrastré adentro. Chino me aseguró quedarse afuera cuidándome las espaldas, pero yo estaba tan enceguecido que podía gatillar en la mitad de la calle frente a los locales abiertos y la gente paseando.

−¿Qué estabas haciendo? –le pregunté y lo tiré al suelo. Su cuerpo cayó sobre un montón de tierra que empezó a disiparse en el aire.

−Nada, no...

−¿Qué hacías en la puerta del buffet? ¿A quién estabas siguiendo?

−A nadie –e intenta reincorporarse con la dificultad de tener las manos atadas a su espalda.

−Estabas siguiendo a Mariana –confirmé y me incliné un poco hacia él obligándolo a que me mire– ¿La estabas siguiendo?

−Si ya sabes para qué querés que te respond- −y no le di tiempo a continuar que le di un rodillazo en la cara que volvió a tumbarlo.

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora