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−¿Peter? –eran alrededor de la una del mediodía y yo estaba en un bar cercano de la facultad esperando a encontrarme con los chicos porque habíamos arreglado para almorzar. Mientras tanto aproveché ese tiempo para leer un libro que siempre llevaba en mi mochila y, cuando escuché que me nombraban, levanté la cabeza y me encontré con una mujer que alguna vez había visto en algún otro lado– ¿Te acordás de mí?

−Tengo miedo de decir que sí, pero no –ella rió y se le marcaron pocitos en los costados de las mejillas. Llevaba el pelo negro atado en una cola, los ojos marrones delineados y una mochila grande con dibujos de mariposas colgada de un hombro.

−Profesor, Lanzani, ¿cómo no recuerda a una de sus mejores alumnas? –actuó y tuve que ajustar la vista para estudiarla– Antonella.

−¡Anto! –la recordé– perdón que no te reconocí, pasé por muchas caras.

−Lo sé, no te juzgo. ¿Puedo? –y señaló una de las sillas. Asentí y se acomodó.

−¿Cómo estás, tanto tiempo? ¿Seguís estudiando?

−No, me recibí hace bastante. Trabajo en la parte administrativa de la facultad.

−¿En serio? Qué raro que nunca nos cruzamos –cerré mi libro y lo aparté a un lado.

−Estamos en horarios distintos –y pensé cómo conocía mis horarios– no me mires así, solo conozco el cronograma y sé que la mayoría de las veces das clases cuando yo no estoy.

−Ah, por un momento tuve miedo –simulé y ella se rió mostrando sus dientes. La última vez que vi a Antonella fue cuando la tuve de alumna y no superaba los veinticuatro años. Esas clases las había compartido con Lali, pero ella había dejado Derecho Penal casi para lo último para evitar que su novio sea quien le dé las clases– ¿A qué rama te dedicaste?

−Derecho social. Estoy empezando a trabajar de a poco.

−Si necesitas ayuda en algo, decime –ofrecí– tengo varios contactos en la defensoría pública, quizás te sirven.

−Gracias –y sonrió amable. Internamente conté que estaría rozando los veintisiete años, pero parecía mucho más chica– ¿Vos te dedicaste a penal, no?

−Sí –no sé qué gesto hice con las cejas que a ella le causó gracia– no pude escapar de ahí. Pero me gusta mucho... es estresante, pero puede resultar divertido.

−Había optado por dedicarme a penal. Me habían gustado mucho tus clases –agregó con un poco de timidez– y había sido una opción, pero en el transcurso de la carrera te vas encontrando con un montón de otros caminos.

−No lo dudo. Igual social es muy interesante. La abogacía puede ser muy divertida.

−Sí, lástima los jueces –se quejó con un gesto particular que me hizo recordar a Lali y por eso volví a bajar la vista a mis dedos que se clavaron en la tapa del libro– pero bueno, no podemos hacer nada contra eso más que adaptarnos y pelear desde adentro.

−Estoy de acuerdo –susurré y vi que Matías, Victorio y Gimena estaban entrando al bar– me gustó mucho verte, Anto.

−Lo mismo digo, pensé que nunca más iba a cruzarme con uno de mis profesores favoritos –comentó sonriente– no te digo que sos el número uno porque antes está Fernández.

−No puedo luchar contra todos.

−Hola –la que interrumpió fue Gimena. Primero la miró a ella y después a mí– ¿Todo bien? –después me di cuenta que estudió el terreno.

−Sí, ya me estaba yendo –respondió Antonella– un placer, Peter... −y se inclinó hacia mí para darme un beso rozándome la mejilla– ojalá nos volvamos a cruzar –y solo asentí en silencio. Ella se fue y tanto Victorio como Matías se voltearon a analizarla.

ASIGNATURA PENDIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora