Maneras de ir al cielo o caer de él.

En sintonía.

Día cuatro.
Opuestos, concierto.
Marco x Ace.

En sintonía.

Marco es un tanto hippie, un desaliñado sin futuro y tal vez un poco mariguano, pero nunca gay. ¿O sí?

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Los festivales y conciertos de rock nunca fueron sus eventos favoritos. Le gustaba la idea de porros, LSD y tal vez éxtasis en un solo lugar, con gente sonriente y llena de color por dentro y por fuera. Le gustaba que se movieran al tranquilo ritmo de la música, de un lado a otro, levantando las manos. Como corales y anémonas meciéndose de lado a lado por las suaves corrientes marítimas que los acariciaban. Le gustaba mucho más ese tipo de ambiente que el de esos pseudo-rudos, depresivos cuyos armarios están llenos de ropa negra, chaquetas de cuero y mezclilla, pantalones rotos, ridículas cadenas plateadas que se ponían por todos lados... Y ni hablar de esa música. Para Marco, el rock, metal y todo eso eran solo ruidos y gritos. No podía entender cómo tantas personas disfrutaban de esas letras y ritmo de sufrimiento cuando podían simplemente mandar a la mierda todo y tranquilizarse con un porro. Justo como lo hacía él.

Gracias a los montones de rodadas, viajes, festivales y juntadas a las que asistía, Marco conocía montones de gente. Tenía ya más de diez años viviendo la vida a su manera, como quería, viajando sin destino junto a las distintas personas que se topaba en su camino, ayudando a la gente más necesitada sin esperar una mínima cosa a cambio. Niños, ancianos, pobres, vagabundos... Escuchar las historias que toda esa gente tenía, por todo lo que pasaban, era su paga. Por eso había escogido ese camino después de graduarse como médico de la universidad.

Ni siquiera portaba un celular, no lo necesitaba cuando no tenía nada que lo retuviera a mirar hacia atrás. Los rumbos por los que andaba, las personas que lo conocían y lo llamaban agradecidamente por su nombre sabían bien que era un alma libre. Un nómada, como le gustaba autodenominarse.

Por esa razón, recordando a ese tipo de personas a las que Marco consideraba «marginados», había desistido de la propuesta de Thatch acerca de presentarse como paramédico de urgencias en uno de esos festivales de música punk que le gustaba organizar de vez en cuando.

—¡Por favor! —le pidió, casi de rodillas—. ¡Será solo un día, anda! La paga es buena —insistió, con su último recurso aún sabiendo que el dinero no es por lo que Marco ayudaba y curaba.

—¿Para acomodar los huesos dislocados de esos idiotas que se meten a...? —chasqueó los dedos, intentando encontrar la palabra—. ¡Esa cosa! ¿Cómo le llamas?

—¿El slam? —completó. Marco asintió y le señaló con la mano, como probando su punto. Thatch sacudió la cabeza y se puso de pie frente a él—. Muy bien, puedo darte algo que creo que te convencería —dijo y se rió cuando vio que Marco se inclinó hacia delante, ahora sí interesado—. Tengo un montón de Mary Jane. Mis plantitas ya dieron, es pura calidad —dijo orgulloso—. Cien por ciento orgánica y casera, para no contribuir al narco. ¿Qué dices?

Marco hizo como que se lo pensó—. Bueno, pues sí necesito una poca para hacer unas pomadas...

—Ay, ajá —se burló Thatch, seguro de que le estaba mintiendo—. Para lo que quieras. Tus pomadas, tus porros, lo que quieras.

Se rió con él. Quizá podía soportar un largo día rodeado de rockeros con depresión para conseguir un bien mayor.

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El lugar era un terreno baldío plano y verde, muy grande. Tres escenarios rodeaban la mitad de la pista en medio círculo y un montón de bocinas y luces por todos lados adornaban todo rincón. Marco se estaba comiendo un sándwich ignorando a todo aquel que pasara y se le quedara viendo. No tenía una sola prenda negra en su cajonera y sinceramente no pensó que destacaría tanto entre toda la gente al vestirse como acostumbraba. Sin embargo ahí estaba, del lado del staff esperando a que algo pasara, sentado tranquilamente sobre el botiquín de primeros auxilios al lado de una ambulancia y saludando con una sonrisa a todo aquel que lo señalara o mirara más de lo normal.