Capítulo 20

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El dolor en el cuerpo es agudo, atravesando sus fibras, sus entradas en agonizante calambres y punzadas.

La vista un poco borrosa por la marea que provoca el estar golpeado cerca de la sien, de dónde sangre se derrama, una ceja rota emana sangre que se enfría debido al tiempo.

Quejumbroso en medio de la oscuridad que arropa la zona en la que se encuentra, no está tan lejos de la casa de Eros, la suya queda más a distancia, sin bien llegar así, justo ahora no es su plan.

La cabeza le estalla, escuchar a su familia preguntar, gritar de lado a lado, empeoraría las cosas.

Muerde la carne de sus labios con todas sus fuerzas, abriéndola en el proceso de levantarse.

Los ladrillos colocados estratégicamente como asientos de la cuadra sirven de soporte para impulsarse hacia arriba.

Flaquea al primer intento doblándose a la mitad.

Lo golpearon demasiado, no buscaban matarlo o de lo contrario hubieran pateado justo donde sus pulmones o riñones, bien pudieron estrellar su cabeza contra el concreto.

Aquello es una advertencia de parte de la familia Michalakakis.

Los obstáculos que mencionó con sabiduría el señor Eros se están cumpliendo, es su decisión derribarlos.

Por supuesto que lo hará.

Mordiendo de nueva cuenta parte de su boca, con ojos apretados, logra ponerse en pie.

Sus dos piernas se encuentran pocos lastimadas, sin daño aparente, por supuesto que al moverlas duelen solo un poco, su torso junto a su cara son los más perjudicados.

Se arrastra desde el lugar de los hechos, los ladrillos o cualquier otra cosa que sirva para soporte lo ayudan a llegar cada vez más cerca.

Un Eros que preocupado porque Georgios no regresó, dejando su móvil, en primer lugar, pensó que se había ido con Cherise, pero bien escuchó que ella le dejaría un texto en cuanto llegara a casa, por lo cual el chico sin duda volvería por su objeto personal.

Lo que esperó como tres minutos que le tomaría, pasó a más de diez en los cuales perfectamente pudo llegar a su casa.

Cerrando la suya, dejando luces encendidas, introduce en su bolsillo el objeto, disponiéndose a ir a casa de Georgios para dejarlo.

A diez pasos de la salida, quejidos que provienen desde la entrada, lo apresuran a moverse con suspicacia, audacia, precaución.

Un bate de madera pesado a la esquina de la puerta, lo empuña antes de abrirla de golpe, el pedazo de madera cae en cuanto divisa a un herido y sangrante Georgios.

—¡Georgios! ¡¿Qué te pasó, muchacho?!

Georgios escupe la sangre de su boca.

—Ayúdame...—musita con dificultad, las pausadas inhalaciones resultan pesadas para sus huesos —. Mi familia...no debe...verme... Así.

Eros de cuclillas inspecciona rápido sus heridas.

—Ven, muchacho, ¿Puedes levantarte? —inquiere con evidente preocupación —. Debo llevarte a un médico.

Georgios se nueva de inmediato.

—No, Eros...preguntaran... Estoy sin pruebas...—admite.

A la vez miente, decir que fue la familia Michalakakis perjudicaría a Cherise y de parte su exposición, esto lo va a resolver cara a cara.

Con ayuda de un insistente Eros que aconseja llevarlo al hospital, logra levantarlo con un poco de esfuerzo, llevándolo hasta la habitación donde estuvo más temprano.

Por siempre mi amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora