5. BIENVENIDA AL INFIERNO

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Club palmeras: un sitio que para algunas personas es el paraíso, pero para otras —como yo—, es otro infierno.

El propio mundo es el infierno.

No encuentro la palabra perfecta que defina a Martín, este ser no tiene ni una pizca de remordimiento por lo que hace. Al parecer no era primera vez que iba a ese sitio, solo Dios sabe a cuántas chicas ha dañado; pero le llegará el karma, sé que pagará el doble de daño que ha hecho.

Voy caminando por los pasillos del colegio, me siento cansada, sin ganas de hacer nada. Hoy me traje a Candy, tal vez con ella a mi lado no me sienta tan sola.

Alguien me toma del brazo tapándome la boca, pataleo y trato de pegarle, pero esta persona tiene más fuerza que yo. Me arrastra hasta el cuarto del aseo y me da media vuelta haciéndome verlo a los ojos.

—¡¿Qué le pasa?! ¿Acaso está loco?

Es el profesor de educación física, es joven, guapo, de algunos 25 años. Pero al parecer es un loco maniático.

—Anoche te veías tan bien —pega con fuerza mis brazos a la pared.

—¿De qué hablas, maldita sea? ¡Suéltame! —exclamo. Mi corazón late con demasiada rapidez, capaz de poder salirse.

La sensación de volver a ser violada llega a mí llenándome de miedo.

—Te vi en club palmeras. Es que... ¡Joder! Esa ropa te quedaba tan perfectamente bien, y tú, moviendo tu espléndido cuerpo por ese tubo de metal... —mira mi cuerpo con cierto deseo—, te tenías bien escondido ese secreto, pequeña prostituta.

«Maldito seas Martín, te odio tanto que si pudiera tomarte entre mis manos y hacerte añicos lo haría».

—¡Pequeña está lo que tienes entre tus partes, asqueroso! —aprovecho que sus piernas están un poco separadas y le pego fuertemente haciendo que me suelte.

—¡Ay, ay, mi madre! —chilla en el piso, retorciéndose del dolor—. Te haré pagar esto.

Salgo del cuarto ignorando sus palabras, estoy un poco fastidiada y nerviosa. ¿Con cuántas más personas me encontraré así? ¿Es que acaso ya todo el mundo está contaminado por estos monstruos?

Camino hasta una de las mesas de la cafetería y me siento. Algunos alumnos hablan con sus compañeros tranquilamente, otros juegan algún tipo de juego de mesa y el resto camina de un lado al otro. Es tan inmenso este colegio que sin duda me perdería.

Saco de mi mochila un rico sándwich de jamón con zumo de naranja que me regaló Adeline, lo coloco en la mesa para después sacar a mi preciada muñeca de porcelana. La tomo entre mis manos mirándola fijamente a sus ojos verdes, un espléndido brillo resalta en ellos haciendo que sus pupilas sean de un tono más claro, siento como poco a poco mis ojos se van doblando, haciéndome ver borroso y...

—¡Por fin te hemos encontrado! —exclama aquella voz chillona haciéndome sobresaltar en el asiento.

Poso una de mis manos en mi cabeza por el repentino mareo que sentí al dejar de ver a Candy.

—Nos han contado algo. Enserio estamos totalmente sorprendidos —Pablo roba mi sándwich.

—¡Oye! ¡Eso es mío! No estoy para sus juegos.

—Corrección: era, ya no... ¿pequeña prostituta? ¿Así era? —ríen.

«Te tenías bien escondido ese secreto, pequeña prostituta».

—¿De qué hablan? ¿Qué saben? —frunzo mi ceño.

—De todo un poco. Oh... ¿todavía juegas con muñecas? Que horrible está —me la zafa de repente.

MI MUÑECA DEL TERROR [Nueva edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora