YO TE CUIDO

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Antiguamente los griegos contaban una historia sobre que los seres humanos originalmente tenían cuatro manos, cuatro pies y una cabeza con dos caras. Estos seres eran muy felices con ellos mismos. Pero, Zeus temiendo que estos seres fueran a suplantar a los dioses, los partió en dos obligándolos a pasar el tiempo vagando por el mundo buscando a su otra mitad.

De acuerdo a esto su otra mitad es la única persona en el mundo capaz de hacer a una persona realmente feliz... o realmente infeliz.

...

Después de una semana inconsciente, Ana Bianchi despertó en un cuarto del hospital, vestida nada más con una bata blanca y con aroma a alcohol antiséptico y medicinas, odiaba esa aroma...su madre siempre olía así.

Y junto a ella estaba Garielle, su Gabrielle, dormido y se veía como un verdadero ángel caído de cielo, divino, majestuoso... inalcanzable.

Él había pasado todos los días y todas las noches ahí, junto a ella, esperando que despierte, moviéndose única y estrictamente para lo necesario. Ana había sobrevivido de milagro, sus vecinos lograron sacarla antes de que ella al igual que su casa ardiera en llamas.

Su abuela desesperada y llena de deudas, a punto de perder su casa que era lo último que le quedaba había planeado su suicidio aquel día y junto con ella iba a llevarse a Ana, a su Ana... y ¿él? Él no había estado junto a ella, él estaba recibiendo una noticia que iba a estar ahí al día siguiente y no la había protegido, la había dejado sola... y por eso ella casi muere, y él iba a quedarse vivo, sin cáncer pero también sin ella...

Él jamás iba a volver a cometer ese error.

Ana acaricio los cabellos negros de Gabrielle, aquellos que estaban volviendo a crecer, deseando que su olor a menta se impregnara en sus manos, y luego acaricio su rostro, su suave rostro que de nuevo brillaba como una perla y se sintió feliz, ahora, si moría por lo menos la esencia de su Gabrielle estaría grabada en ella siempre.

Y es que aquel día mientras ella sin poder respirar intentaba abrir las puertas y gritar para que alguien la salvara... mientras ella perdía las esperanza, solo se arrepentía de no haberse grabado cada detalle de Gabrielle mientras podía.

Gabrielle al sentir aquellas caricias después de tantos días horribles sintió que su alma volvía al cuerpo...porque en eso se había vuelto su Ana, en su alma. En su último vaso de agua en el desierto.

Y por fin ella había despertado, por fin él ya no se iba a sentir como un recipiente vacío...

Todos a su alrededor durante sus pocos pero duros años de vida pensaron que él era un niño feliz, pese a sus complicaciones, pero a él siempre le faltaba algo. —No el amor de padres eso lo tuvo siempre, en el convento con la hermana Annelise y en su casa con Dante y Lorena—. Pero a él le faltaba algo, nunca supo que pero le faltaba, y ahora por fin lo había encontrado en Ana y nunca jamás, ahora que la tenía de nuevo la iba a dejar ir, la iba a llevar con él a casa y la iba a proteger, cuidar y adorar mucho tiempo más del que le quedara de vida.

—Despertaste— La mano de Gabrielle subió hacia al rostro de Ana y acuno sus mejillas, su piel era tan cálida, tan suave, y sus ojos. Por Dios sus ojos los había extrañado tanto y ahora que los veía nuevamente tal claros, tan brillantes él solo quería sonreír.

—Al parecer— Ana miraba la sonrisa de Gabrielle y sintió que devolverle ese gesto era un reflejo involuntario.

—Te extrañe, tanto—aquellas palabras salieron de sus bocas al unísono, eran sus corazones confirmando lo que ya ambos habían visto en sus ojos. La añoranza.

—Te sacare de aquí y te llevare a casa— las palabras de Gabrielle, Ana las sintió como un cuchillo abriendo una herida ¿Casa? ¿Qué casa? Ella ya no tenía una casa...

Gabrielle se dio cuenta de su error cuando vio los ojos de Ana cristalizarse, él abrumado por su deseo de protegerla había hecho que ella saliera de su ensimismamiento y volviera a le realidad.

—Yo ya no tengo una casa, ni un hogar, ni un lugar al que volver — Ana sintió que de nuevo se perdía y apretó la mano de Gabrielle como aferrándose a un ancla que la mantuviera en el mundo.

Gabrielle sintió la presión en su mano y abrazo a Ana, ella se equivocaba, ella si tenía un lugar donde volver, él era su lugar. —Yo soy el lugar al que tienes volver, Ana. Estoy aquí y te estoy esperando.

—Yo te cuido.

Las almas gemelas, no son más que una sola separada en dos mitades iguales, dos mitades que pueden sentirse la una a la otra cuando se encuentran y que no paran hasta volverse una de nuevo.

Ana y Gabrielle se sentían.

ADORO-  El diario de AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora