Lorena Areleous y Dante Matterazi, se casaron a sus veintidós años, ambos provenían de familias influyentes y adineradas, la de Lorena más que la de Dante, mucho más.
La familia de Lorena venia de Grecia y su empresa naviera manejaba casi todos los puertos de las islas, pronto se expandieron a las demás costas de Europa, y cumpliendo el sueño de la Isis la madre de Lorena, la enviaron a estudiar bellas artes en Italia y allí conoció a Dante, y desde el inicio de su relación con él su familia lo desprecio, porque si bien su familia era adinerada comparado con ellos, eran unos mendigos.
Dante siempre supo que Lorena era la mujer de su vida y es que ella era tan atractiva, su cuerpo de en sueños, como a cualquier hombre fue lo primero que lo atrapo, pero él se fijaba en algo más, como en sus cabellos oscuros que llegaban hasta su delgada cintura y en sus ojos del mismo color, que daban la impresión, al mirarlos fijamente, de perderte en un pozo sin fondo, y para terminar en su inteligencia, para Dante ella no solo era un envase hecho a la perfección, ella era un envase perfecto lleno de oro líquido y pese a que venía de una familia que él consideraba de costumbres arcaicas, ella era diferente, siempre tan sarcástica y de humor negro, tan parecida a él, que se sentía mágico.
Ellos nunca pensaron en casarse, pero cuando el padre de Lorena quiso llevársela de nuevo a Grecia a un matrimonio arreglado ninguno lo pensó dos veces.
Ambos fueron al primer registro civil que encontraron, junto con sus dos mejores amigos Anthony Rossi y Amelia Doreli de testigos y declararon su amor ante un juez y firmaron un contrato que los mantendría juntos para siempre, justo como ambos querían.
Y aunque los padres y hermanos de Lorena renegaron de ella como si de un objeto desechable se tratara, trece años después y luego de superar tanto dolor con su infertilidad y la enfermedad de su hijo adoptivo, ninguno se arrepentía, ellos tenían la familia que querían, la que se merecían, y ambos se seguían amando como el primer día.
Cuando Lorena miraba a Ana no podía creer que en tampoco tiempo había perdido lo que había tenido toda su vida, sentía un profundo dolor por ella, nadie en el mundo debía sentir eso, mucho menos una niña de doce años, una niña tan frágil y tan sola...
Lorena sabía lo que era no tener familia, y a pesar de que a ella la abandonaron por decisión propia, ella sabía lo desolados que se sentían los días festivos, esos en los que recuerdas tus niñez, cuando tomabas leche y comías con galletas en las piernas de tu padre mientras él decía lo mucho que te quería...Lorena sabía y por eso tomo la decisión, la tomo ella sola, pero conocía tanto a su esposo que sabía ya que él había pensado lo mismo, mucho antes que ella, pero él era reservado, siempre esperando a que ella dijera lo que él pensaba, siempre dejandola a ella, su diosa, su dueña, con la última palabra.
Cuando Lorena le dio luz verde Dante comenzó a mover tanto a sus influencias como a las de su familia y en menos de dos días un juez le había dado la custodia de Ana Bianchi.
O mejor dicho de Ana Matterazi.
Gabrielle no había intervenido en la decisión de sus padres, ellos habían adoptado a Ana porque ellos así lo quisieron, y él lo sabía, pero también sabía que ellos querían darle a Ana lo mismo que le dieron a él, amor y estuvo muy agradecido por eso, porque si algún día ella necesitaba más amor que el suyo, no debía salir y buscarlo, lo tendría a la mano, dentro de su casa, lo tendría todos los días de su vida.
Ana miraba fijamente a Dante y a Lorena y luego a Gabrielle y pensaba que si no fuera por los ojos de Gabrielle nadie sospecharía que él no había nacido del amor de ambos, porque ellos al igual que Gabrielle eran tan bellos que sin duda serían una familia digna de la primera plata de una revista internacional.
Mientras Ana estaba perdida en su pensamiento, Dante le describía a grandes rasgos el proceso mediante el cual la había adoptado, y como era evidente ella no entendía mucho de lo que decía, pero no lo necesitaba.
Dante no solo le estaba relatando como le había dado una familia, sino que también le decía que le daba el privilegio de vivir bajo el mismo techo de Gabrielle, de ver su lindo rostro perfecto todos los día del resto de su vida, y eso para Ana era suficiente, ella iría con ellos a cualquier lugar del mundo, no necesitaba ninguna explicación, ella solo lo haría.
— ¿Entonces ahora soy Ana Matterazi?— Lorena tuvo miedo, no sabía si Ana se enojaría porque no le preguntaron antes y pensaría que no le importaban sus sentimientos, no quería que ella... ahora su hija legalmente, tuviera una impresión errónea de ella y de su esposo.
Pero luego Ana sonrío y Lorena sintiendo que volvía a respirar de manera adecuada y le devolvió la sonrisa.
Ese mismo día Ana recibió el alta hospitalaria y fue llevada a su nuevo hogar, con sus nuevos padres y con su... y con su Gabrielle.
La mansión de los Matterazi era más grande de lo que Ana había imaginado. Estaba ubicada en una de las villas más lujas de Francia y de entre tantas mansiones, la Matterazi destacaba, las ramas de inmensos árboles y las luz del sol filtrándose por las misma daban la bienvenida, formaban una especie de arco que llevaba a una enorme puerta de rejas, doradas, y la casa... la casa era de un blanco perfecto, tenía un aire a ser antigua pero a la vez un estilo moderno, y el patio trasero era como un bosque, tenía una cancha de tennis que estaba limitada por árboles y una piscina del mismo estilo, era hermosa.
— Bienvenida a casa— la voz de Gabrielle hizo que Ana rompiera en risas, en alegría pura, su casa... la casa de su familia.
Todo el camino de regreso al hospital y desde que entro a la mansión Matterazi Ana no había soltado la mano de Gabrielle, hasta que Lorena y Dante le mostraron su habitación.
Lorena había decorado la habitación que alguna vez fue para huéspedes, preguntándole a su hijo cada detalle que el recordara de la antigua habitación de Ana, ella había tomado cada detalle y lo había maximizado al cien.
El cuarto era de color verde claro como en envés de las hojas de los árboles y tenía girasoles pintados a mano en todas las paredes y un librero enorme lleno de sus autores favoritos y su cama era enorme.
Y luego en la cama la vio y ella hubiera jurado sino la hubiera visto quemándose frente a sus ojos que era ella, Lia, la muñeca de trapo que su madre le había regalado cuando cumplió cinco años, y ahí fue cuando soltó la mano de Gabrielle y fue hacia la muñeca y la tomo entre sus brazos, y sonrío.
Gabrielle le había dicho a su madre que la habitación podía ser simple, pero que había algo que ella debía conseguir y ese algo era esa muñeca, él la había dibujado tal como la recordaba y le había dado aquel boceto a su madre describiéndole detalladamente cada color, y así Lorena fue a uno de los mejores restauradores de muñecas de Francia y le pidió que realizara el mejor trabajo de su vida con aquella muñeca y así lo hizo él.
— ¿Te gusta?— Lorena estaba temerosa de la respuesta que podría dar Ana, tal vez ella había llegado muy lejos con la muñeca, pero quería darle a Ana algo de su madre.
— Es maravilloso— Ana abrazo a Lorena tan agradecida, tan feliz, por fin la vida le estaba dando cosas buenas, ahora Lia, tenía más significado, ahora esa muñeca de trapito pequeña con lanas de color amarillo como cabellos, le recordaba que la vida ahora le devolvía a una madre, y que de ahora en adelante ella siempre tendría dos madres.
Dante acaricio el cabello de Ana suavemente y le sonrío — Ahora que estamos todos lo es — y Ana soltó a Lorena solo para abalanzarse sobre Dante.
—Gracias, en serio gracias— las lágrimas brotaron de Ana pero Gabrielle no se alarmo, ella estaba sonriendo, sus lágrimas eran de felicidad.
Dante miro esos grandes ojos color avellana y sonrío, esa niña... su niña, su hija era tan pequeña, tan dulce, tan tranquila... ella solo merecía ser feliz y se encargaría de aquello, limpio las lágrimas de esos ojos tan bonitos y le beso la frente.
—Gracias a ti, Ana Matterazi— Dante dijo aquello como si ese hubiera sido siempre su nombre y Ana se sintió como antes de que su madre muriera, se sintió parte de algo, ahora tenía dos madres y un padre, uno de verdad, uno que la dejaría jamás y tenía a su Gabrielle.
La vida ya no era tan mala para ella.
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ADORO- El diario de Ana
Romantizm¡Oh, amore della mia vita! Si me dejaras oirte una vez más, pudrirme en el infierno no seria tan malo. Adoro tu voz. ... ¿En serio la recuerdas? ... Te adoro y te adorare incluso cuando mi mente olvide los detalles de tu rostro y de tu cuerpo... Y...