LA CABAÑA

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— No tienes los ojos de un monstruo.

Raimondo no dijo nada. Solo se enfocó en regresar a la mansión Matterazi antes de que la temperatura descendiera aún más.

Cuando él por fin logro que Ana aflojara su agarre y subiera en Shallow, supo dos cosas: La primera, estaba muy oscuro como para saber por dónde regresar y la segunda, los labios de Ana se estaban tornando azules.

Cuando Raimondo comenzó a cabalgar Ana volvió a temblar frenéticamente y eso solo aumento el pánico de Raimondo. El cuerpo de Ana estaba tratando de generar calor de manera desesperada y a él no dejaba de rondarle una sola pregunta...

¿Cuál de los dos moriría primero de hipotermia si el no encontraba el camino de vuelta a la mansión?

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Otra vez no la pude proteger.

Eso era lo único que Gabrielle se repetía, mientras que buscaba a Ana por el bosque con una linterna, buscaba por cada rincón por el que habían pasado y por donde recordaba que había huido luego de haberla herido con sus palabras.

El corazón de Gabrielle latía tan rápido que parecía que le daría una taquicardia, pero eso no era lo peor.

Lo pero era el dolor que tenía en el pecho, le dolía tanto que incluso respirar le era difícil pero no dejo de buscar.

Y es que después de todo era su culpa, ¿No?

Él había hecho que ella huyera por no saber expresar sus sentimientos, y se arrepentía de aquello, se arrepentía de no haber ido tras ella más rápido, se arrepentía de tener un cuerpo tan débil que ni siquiera pudo seguirle el ritmo cuando ella huyo...

—Lo siento—le susurro aun árbol, mientras se tumbaba de espaldas en él.

—Siento ser tan débil y siempre llegar tarde hacia ti...

Las palabras se fueron perdiendo entre sollozos.

Ya no podía más ¿Dónde estaba su Ana? ¿A caso de nuevo no iba a poder rescatarla? ¿Acaso esta vez la muerte se la arrebataría? ¿Ese era su destino?

Si ella moría... si ella realmente moría él iría junto a ella, de nuevo tarde, pero esta vez para siempre.

//

Una pequeña cabaña de madera.

Raimondo no la había visto antes pero estaba ahí. ¡Gracias a dios, estaba ahí!

Él bajo a Ana del lomo de shallow y cuando se disponían a entrar se dieron cuenta que esta estaba cerrada—lógico—pensó Raimondo, pero después de sentir como Ana temblaba frenéticamente contra su espalda una puerta no iba a ser un impedimento entre ellos y la oportunidad de dormir en un lugar tibio y sobrevivir la noche. Así que pateó la puerta con todas las fuerzas que le quedaban y esta cedió.

Y cuando entro lo primero que vio fue aquel sillón y la chimenea, lo había logrado, ninguno de los dos moriría esa noche, o por lo menos no de hipotermia.

—¿Sabía que esto estaba aquí?—la voz de Ana apenas era audible entre el chasquido de sus dientes y sus constantes respiraciones entrecortadas.

—No— contesto Raimondo con toda la sinceridad del mundo, hacía años que no recorría los predios dela mansión Materazzi, así que no le sorprendió que Nicolas la construyera y ni siquiera se hubiera enterado, y es que de todos modos a él no le importaba.

Ana se sentó en aquel sofá desgastado y miro a Raimondo mientras él prendía una especie de fogata como más podía.

Y sonrió. Se preguntó si enserio era tan malo como aparentaba frente a Gabrielle y Lorenzo, porque justo en ese momento tenía el mismo brillo en los ojos que cuando la saco del lago helado.

Un brillo que sinceramente Ana jamás había visto hasta ese día.

Cuando Raimondo termino de prender la fogata, se dirigió hacia un pequeño armario que había visto junto a la puerta, pero de pronto, Ana grito.

—¡No me dejes!— le imploro a gritos, levantándose de golpe de aquel sofá; ella aún sentía que en cualquier momento podía volver a hundirse en aquellas aguas oscuras...

Raimondo se acercó lentamente y si pensarlo dos veces la envolvió en un abrazo —Nunca— susurro al oído de la muchacha y los músculos de ella se relajaron, y entonces le explico que solo buscaría mantas.

Aun así Ana aferrada a su cuello se rehusó a soltarlo y entonces el suavemente tomándola de nuevo entre sus brazo tomo la única manta de aquel armario y se dirigió al sillón donde se recostó suavemente junto a ella.

Y por algunos segundos, todo parecía estar bien, hasta que Ana a punto de quedarse dormida, sintió de nuevo la sensación de estarse hundiendo en aquel lago y soltó un grito de horror.

Raimondo se sintió tan impotente que lo único que pudo hacer fue aferrarse más a ella, y esperar a que su pánico se desvaneciera.

—Aquí estoy— le susurraba una y otra vez.

Y después de unos minutos los gritos desaparecieron solo para ser remplazados por lágrimas.

—Gabrielle debe estar muy preocupado. Todo es mi culpa—Ana susurraba para sí misma, pensando en cómo Gabrielle estaría desesperado al saber que ella no aparecía.

Ya no pensaba en ella y en que casi muere, sino en Gabrielle...y es que así había sido con ambos desde que se conocieron, su subconsciente demandaba el bienestar del otro como si fuera el propio.

Raimondo trato de hacer oídos sordos a aquellas palabras, pues le dolían, aparentaba un semblante quemeimportista, pero escuchar aquello le estaba haciendo daño.

Pero pese a eso, al ver que Ana no dejaba de repetirlo dijo de la manera más amable y empática.

—Nos encontrara, de seguro en este momento nos está buscando, Gabrielle no es idiota, en menos de lo que te imaginas cruzara por esa su puerta y vendrá a por ti.

Y aquellas palabras fueron como un calmante para Ana que poco después se cayó en un profundo sueño.

Raimondo la besó en su sien y sin darse cuenta lo que hacía su mano viajo suavemente desde la cadera de Ana hacia su muslo... y justo cuando estaba a punto de ir más lejos Ana dio un respingo y luego la puerta de la cabaña se abrió...

—¡Ana!—grito un Gabrielle demacrado, con mejillas y ojos rojos y con zapatos llenos de barro.

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⏰ Última actualización: Nov 05, 2020 ⏰

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