0. Prólogo

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Thomas emergió del gran río completamente empapado

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Thomas emergió del gran río completamente empapado. El agua resbalaba por las heridas de su frente, generándole un ardor insoportable. A lo lejos, pudo observar el auto de los guías del campamento ardiendo en llamas. Estaba confundido: no recordaba absolutamente nada de lo que había ocurrido minutos antes del accidente. Tras salir del cauce, intentó regresar a la cabaña para reunirse con los demás, sin embargo, su cuerpo estaba tan lastimado que no podía caminar de manera correcta, por lo que se tambaleaba y avanzaba con lentitud. El dolor era extremo e insoportable y, en cuestión de minutos, cayó de rodillas y rompió en llanto. La oscuridad de la noche lo cubría todo, el césped se movía conforme el viento avanzaba y un sombrío silencio inundaba los terrenos. El chico miraba a la luna con los ojos vacuos y vidriosos mientras indagaba en los pensamientos más vagos de su cabeza.

«¿Qué he hecho?», se repetía una y otra vez.

Al girar su rostro, vislumbró a la señora Inés Gallagher alejándose a gran velocidad acompañada de Christian y Luis, los cuales, se volteaban constantemente para observar al pálido Thomas llorar sobre la enorme colina. Minutos después, los perdió de vista. El escenario era grotesco: los cuerpos carbonizados de los guías del campamento despedían un olor nauseabundo y desagradable, los restos del vehículo yacían en medio del camino y una gigantesca columna de humo oscura y espesa se dispersaba en el manto oscuro de la noche. En medio de la penumbra, las llamas danzantes se retorcían con intensidad, como si intentaran escapar del caos que habían desatado. Thomas se sentía impotente, su cuerpo temblaba de manera incontrolable y cada músculo se le estremecía conforme apreciaba cada detalle del panorama. De pronto, sintió que otro ser comenzó a tomar posesión de su cuerpo; a pesar de que esto ya le había ocurrido en reiteradas ocasiones, era la primera vez que estaba consciente de ello.

—Debo recuperar la llave para terminar con esto —susurró con una voz fría, acompañada de una mirada inexpresiva.

Se puso de pie y caminó con completa normalidad hacia la orilla del río. Allí se encontraba la llave dorada, la cual no podía ser arrastrada por la corriente, esto debido a que el cordón que la sujetaba estaba prensando en medio de dos rocas cubiertas de musgo. Al tomarla, la apretó con todas sus fuerzas y subió la mirada al cielo.

«Debo darme prisa, el personal del campamento no tardará en percatarse de lo ocurrido», pensó.

El chico retomó su camino hacia las colinas del sur. Mientras avanzaba, iba dejando pequeños chorritos de sangre, los cuales, marcaban su camino oscuro y siniestro. Algo no andaba bien en Thomas: una presencia inexplicable lo acompañaba.

Corina y Jordan estaban perdidos en medio del bosque que visitaron días atrás. La lluvia había regresado. Ambos intentaban hallar una salida, sin embargo, no tuvieron éxito; se encontraban atrapados en la espesa oscuridad de la maleza. Corina descubrió una pequeña y descuidada cabaña ubicada en el corazón del arbolado.

—¡Mira, Jordan! —exclamó, señalando el lugar con su dedo índice.

—¿Qué ocurre? —preguntó él, apartando la mirada.

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