9. Un asesino misterioso

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Los estudiantes despertaron e iniciaron con sus deberes: ordenar la habitación, recoger sus pertenencias, etc

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Los estudiantes despertaron e iniciaron con sus deberes: ordenar la habitación, recoger sus pertenencias, etc. Al concluir, corrieron hacia el comedor para desayunar. Los docentes colocaban los platos de manera apresurada para evitar retrasos en las actividades diarias. En ese momento, Inés vio a Thomas sentado en su asiento favorito; la furia comenzó a tomar posesión de su cuerpo.

—¡Oye, Thomas! ¿Qué haces sentado ahí? —exclamó la profesora, cruzada de brazos.

El joven no articuló ni una sola palabra.

—¡¿Te estás haciendo el sordo?! —farfulló, su ojo izquierdo se entrecerraba una y otra vez a causa del coraje—. ¡Te ordeno que te muevas ahora mismo!

—No me voy a mover de aquí... —refutó Thomas mientras veía hacia la nada.

—¿Cómo te atreves a faltarme el respeto? Esperaría ese tipo de comportamientos de la mayoría de tus compañeros, pero, ¿tú, Thomas? ¡Qué decepción! Por fin te veo tal y como eres cuando no estás sometido a las estrictas reglas del señor Gordon.

El rostro de Inés se tornó de un color rojizo, las palmas de sus manos sudaban en gran manera y su mirada se clavó en los ojos del estudiante.

—¿Necesitas un vaso de agua, Inés? —bromeó el señor Thompson, tratando de romper la tensión.

—¡Cierra la boca, Edward! Mejor quítate de ahí y pásate a otro lugar, no tolero sentarme en el lado derecho de la mesa.

Thomas ingería su comida con total tranquilidad, sus oídos no estaban interesados en escuchar aquellos sermones innecesarios. Él solía ser respetuoso, amable y educado con todas las personas que lo rodeaban, pero ahora estaba empezando a transformarse en alguien frío y espeluznante.

—¿Hoy habrá paseo? —preguntó Luis, levantando su mano tímidamente.

—Por supuesto. Aunque el clima no esté tan agradable, las actividades pueden continuar —dijo la señorita Henderson, risueña.

Inés Gallagher se levantó de su asiento y caminó hacia la cocina.

—Oh, profesora Dina, usted es tan amable con nosotros, en cambio la intensa de Inés no nos deja ni respirar.

Todos en el comedor se comenzaron a reír a carcajadas, hasta que, en ese momento, la señora Gallagher interrumpió la conversación con su clásica mirada pedante y apática.

—¿Qué es tan gracioso? A ver, cuéntenme el chiste.

—No te perdiste de nada interesante. Relájate. —Edward se tapó la boca para ocultar su risa.

Los vehículos ya estaban aparcados en las afueras de la cabaña. Los chicos ingresaron rápidamente. El aire era frío y relajante, la espesa niebla cubría por completo las colinas y de vez en cuando las fugaces lloviznas hacían su aparición.

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