7. Un cadáver

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Después del almuerzo, continuó el paseo por las instalaciones del campamento

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Después del almuerzo, continuó el paseo por las instalaciones del campamento. El siguiente destino era un hermoso bosque ubicado al oeste, este se encontraba bastante alejado de las cabañas. El sitio estaba repleto de exuberante maleza, los luminosos rayos del sol se colaban por las ramas de los árboles. A los pies de los campistas crujían hojas y ramas secas, su sentido del olfato estaba cautivado por el agradable aroma que desprendían las pequeñas plantas de ciprés. Mientras caminaban por un gran sendero, tomaban una gran cantidad de fotografías, puesto que no querían perderse ni el más mínimo detalle. El profesor William estaba fascinado: aquel escenario lo transportaba a su niñez, donde él y sus padres vivían en una pequeña cabaña en medio del bosque.

—Esto me trae muchos recuerdos —comentó con cierta melancolía.

—Vaya, señor William, jamás pensé que un lugar como este fuera de su agrado —dijo Christian, bebiendo un sorbo de agua.

—Durante toda mi niñez viví en medio de la naturaleza. Mis padres solían decirme que la vida fuera de la ciudad era mucho más interesante, creo que tenían toda la razón.

—Con todo respeto, pero la vida del campo apesta...

El hombre arqueó una ceja. Aquel comentario no le había parecido para nada alentador.

—¿Y por qué lo dices, Christian?

—Mm, desde un día que fui perseguido por un enjambre de avispas por toda la granja de mi abuelo, aborrecí todo lo relacionado al campo. —Ambos soltaron una risilla.

El canto de las aves era agradable, la paz inundó la floresta por completo. Inés caminaba con lentitud, sus pies ya no aguantaban el peso de su cuerpo. Por un instante, volteó el rostro hacia la estudiante Mina McCarthy; sentía que algo no andaba del todo bien. La mujer dio unos cuantos pasos y pudo ver que sus sospechas resultaron ser ciertas.

—Señorita McCarthy —dijo, colocando su mano sobre el hombro de la joven—. ¿Cuál fue una de las reglas que dijimos antes de salir de la institución?

—Yo...

—¡Los celulares están prohibidos durante el viaje! —gritó la mujer, acalorada.

Todos giraron en redondo y observaron aquella escena tan bochornosa.

—Lo sé, pero...

—¡Entrégamelo ahora mismo!

—Está bien, no discutiré con usted. —Mina le entregó el celular—. De igual manera no lo necesito, la señal de aquí es pésima.

Klaffnner miraba a su amiga con cierto enojo, ya que él se lo había advertido muchas veces, mas ella hizo caso omiso a sus consejos. Después del vergonzoso suceso, los campistas se detuvieron en el corazón del bosque.

—Muy bien, jóvenes, nos detendremos aquí por un rato. Pueden fotografiar los alrededores. Les pedimos de favor que no se alejen demasiado —dijo Rashitt, sentándose en un tronco viejo y seco.

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