18. La colina de la esperanza

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Una gran columna de humo se veía a lejos, Edward Thompson sabía que algo malo estaba ocurriendo en la cabaña

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Una gran columna de humo se veía a lejos, Edward Thompson sabía que algo malo estaba ocurriendo en la cabaña. Al llegar al lugar, observó que la vivienda estaba ardiendo en llamas. Klaffnner y Mina bajaron del vehículo y miraron aquel acontecimiento con una fuerte sensación de estupor. En ese instante, unos gritos femeninos comenzaron a escucharse.

—¡Santo Dios! —exclamó Edward, poniéndose ambas manos en la cabeza—. ¡Dina está adentro!

—Señor, cálmese, llamaré a mis compañeros para atender esta situación...

—No sea ignorante, ¡no tenemos tiempo! Tenemos que hacer algo ahora —replicó el señor Thompson, desesperado—. Yo entraré a buscarla.

—¡¿Está usted loco?! Las llamas ya han consumido gran parte de la cabaña, la estructura podría caerles encima en cualquier momento.

—No me importa, debo salvar a Dina a como dé lugar.

Edward se armó de valor y derribó la puerta principal. Las llamas eran abrasadoras, estas ya lo habían destruido todo. Alguien intentaba abrir la puerta del sótano.

—¡Dina! —gritó el docente, tapándose la nariz.

—¿Edward? ¿Eres tú? ¡Por favor, ayúdame! —suplicaba ella, su voz tenía un tono cada vez más bajo.

—Apártate de la puerta, tendré que derribarla.

—¡Entendido!

El hombre la destruyó de una patada. Dina estaba tirada en las escaleras, casi desmayada. Edward la apoyó sobre su hombro y ambos se dirigieron hasta la salida.

—Ya estamos cerca, resiste —jadeaba él, tambaleándose.

Cuando los docentes salieron de la cabaña, esta se vino abajo en un parpadeo.

—¡Gracias por salvarme, Edward! —expresó Dina, abrazándolo con todas sus fuerzas.

—¿Estás bien? ¿No sufriste alguna quemadura? —Le revisó los brazos para descartar alguna herida de gravedad.

—No te preocupes, estoy bien gracias a ti...

Inés, Christian y Luis llegaron a todo trote. Corina y Jordan se les unieron segundos después.

—¿Sin señales de Thomas? —preguntó Dina. La tristeza nubló su rostro.

Inés negó con la cabeza.

—No se preocupen —interrumpió el guía del campamento—, yo ya me contacté con las autoridades, están en camino.

Los estudiantes se sentaron en el suelo a esperar el amanecer.

—¿Ustedes creen que Thomas esté muerto? —preguntó Daniela, abrazando sus rodillas.

—No lo sé, yo también estoy muy preocupado por él —dijo Dennis, nervioso—. Espero que no le haya ocurrido nada malo.

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