8. La ubicación de la llave

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Toda la casa estaba en completo silencio, la oscuridad era abrumadora

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Toda la casa estaba en completo silencio, la oscuridad era abrumadora. Los campistas se encontraban durmiendo en sus respectivas habitaciones. Una intensa sed azotó a Thomas a la mitad de la noche. Aquella sensación áspera y amarga en su garganta había regresado. El chico despertó súbitamente y se masajeó la frente: tenía un leve dolor de cabeza que no le permitía estar tranquilo. Su boca estaba seca y agrietada. Al igual que la vez anterior, intentó ignorar aquella agobiante sensación, sin embargo, no logró conseguirlo. Se puso de pie y se acercó hacia la puerta. Cuando colocó su mano sobre el llavín, un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo. El corazón le palpitaba pesadamente en el pecho y cuantas gotas de sudor resbalaban por su frente.

—¿Por qué tengo tanto miedo? —susurró en voz baja, recordando la terrible experiencia con aquella misteriosa voz.

Se armó de valor y abrió la puerta con completa normalidad. Se asomó un par de veces para verificar que todos estuviesen dormidos. El pasillo estaba vacío y se sentía una vibra pesada.

—Es mi oportunidad para bajar a la cocina —musitó mientras caminaba de puntillas.

Al llegar a la primera planta, lo primero que hizo fue correr a la cocina y beber un refrescaste vaso de agua. El frío líquido bajaba por su garganta, haciendo que su cuerpo se estabilizara y regresara a la normalidad. Un ruido llamó su atención, era como si alguien estuviese jugando con una pelota de golf. Thomas se acercó al cuarto de baño, ya que de ahí provenía el inquietante sonido.

«De seguro es uno de mis compañeros que me está haciendo una broma», pensó, torciendo la boca.

Al asomarse, observó una pequeña y sucia bola de golf que se acercaba lentamente hacia él. Como era de esperarse, no había nadie.

—¡Ay, no! —expresó, acompañado de una sensación de profundo estupor—. Esto ya me está asustando...

El joven Burke tomó el objeto y lo colocó sobre una pequeña mesa que estaba en el lado izquierdo del pasillo. Un lamento sofocante se escuchó dentro del salón. Parecía que aquel sujeto estaba sufriendo de una forma inenarrable. Thomas abrió la puerta e ingresó para investigar quién era el que emitía los aterradores quejidos. Las ventanas eran largas y puntiagudas, había unos viejos sofás y una pequeña chimenea. A través de los cristales entraban débiles rayos de luz magenta, el resto del lugar estaba sumergido en la profunda y silenciosa oscuridad. Al bajar la mirada, notó una silueta sentada en medio de la sala, mirando hacia la nada mientras era iluminada por los débiles rayos de luz magenta.

—¿Eres tú, Christian? ¿Luis? ¿Jordan? —preguntó Thomas, acercándose.

—No, Thomas, yo no soy ninguno de ellos... —dijo una voz fría y limpia.

Aquella sombra se puso de pie, giró en redondo y descubrió a Thomas. Se trataba nada más y nada menos que de un joven con una apariencia extraña: tenía la piel pálida, casi transparente, su cuerpo emitía una tenue luz verdosa y levitaba del suelo, y el detalle más aterrador, era que no tenía ojos: sus cuencas no reflejaban nada más que oscuridad y desdicha.

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