Inolvidable

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Obito agradece haber dejado atrás a Deidara cuando mira más allá de la mesa del bar.

Hay una sonrisa debajo de su máscara cuando lo mira y lo reconoce. El corte de tazón y el vestuario verde siguen siendo iguales. Extravagante y extraño. Una sonrisa brillante y exagerada que de alguna manera parece resaltar demasiado en el lugar.

Es una coincidencia demasiado afortunada e inesperada. Han pasado años desde la última vez que Obito vio a Gai. Quizá desde los exámenes chunin, o un poco después, Obito lo había ignorado y lo había hecho a un lado así que no lo sabía con certeza.

Había escuchado algunas cosas desde entonces, lo fuerte que se había vuelto, la reputación de bestia y el hecho de que se había vuelto un valioso elemento para la aldea en conjunto con Kakashi del sharingan. Eternos rivales, eso era lo que solía cantar Gai.

Gai era malo en la mayoría de cosas. Olvidadizo, torpe, un niño pequeño en un cuerpo grande que apenas sabía entender algo además de golpear. Un completo idiota.

Obito lo mira ahora, sin embargo, y parece que Gai todavía puede ser aquel niño estúpido y confiado que podría retar para otra oportunidad contra cualquiera, pero de alguna manera Obito sabe que no.

Gai no es el mismo chico que solía ser, tampoco lo es el propio Obito. Nadie lo es. Ni Kakashi, ni tampoco el resto de su equipo porque ahora parecen inevitablemente muertos. Y eso no puede ser.

Con el rostro cubierto a medias por su máscara Obito levanta la vista.

Gai está sentado en una mesa, solo, hay una cerveza en su mano y el destello del vidrio parece reflejar en su sonrisa y en el arco de oz de su cabello negro.

Obito lo mira por un momento desde la barra. No podía subestimarlo, era consciente de ello, el propio Itachi le había hablado alguna vez de la técnica prohibida de Gai que guardaba bajo la manga. No te confíes, le había dicho a Kisame y Obito había escuchado un poco, sin demasiada importancia.

Pero Obito lo considera un poco ahora. Gai es un enemigo y un peligro en potencia. No importaba si el plan de Madara parecía demasiado perfecto todavía había demasiadas cosas por hacer y Gai era una de las tantas rocas en el centro.

Sus ojos volvieron a subir para mirarlo abiertamente. ¿Qué hacía Gai en ese lugar de todos modos? Era un bar viejo y asqueroso, vulgar, todo mundo iba ahí en busca de sexo fácil y licor repugnante que podría igualarse a la asquerosidad sólida del veneno.

A Obito no le importaba ciertamente, ¿cuál sería el punto más allá de una curiosidad torpe sobre sus intenciones? Lo tenía adelante de él, con la guardia baja y el pequeño toque rosado en sus mejillas que indicaba que había bebido lo suficiente esa noche como para lucir mareado y un poco desconcertado.

Tenía que matarlo. No sonaba difícil, solo un pequeño movimiento mientras estaba distraído y podría eliminar a lo que podría convertirse en una enorme molestia mientras todavía era una blanda y confiada piedra.

Obito mira a un lado, sobre las mesas. No están realmente lejos de Konoha y sabe que un escándalo no es lo adecuado en el lugar, no al menos que tuviera que matar a todos los demás presentes y también ocultar de alguna manera ese asesinato en masa, lo que podría ser una molestia.

Se recarga un momento sobre la barra antes de formular algo. El vaso se siente frío en contra de sus dedos y Obito acaricia distraídamente el cristal antes de beber el contenido en un movimiento brusco.

El entorno se vuelve borroso cuando deja el vaso de nuevo en la barra con un suave golpe y Obito intenta pestañear en contra de la sensación.

También está borracho y la mente se le nubla unos segundos, nadando hacia ningún lugar.

Corre, está detrás de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora