Igual a un cuento de hadas

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Si Obito tuviera que imaginar una historia romántica, definitivamente no sería una como esa.

O al menos no una que hubiera comenzado a la mitad de una fila de comida rápida donde apenas podía caminar.

Quizá Obito hubiera pensado que su historia de amor tendría que ser algo definitivamente romántico y dulce, un encuentro totalmente brillante y lleno de pétalos de flores en un sitio paradisíaco donde estuviera al fondo el ruido ondeante del mar.

Entonces, cuando Kakashi lo abandonó y se llevó su billetera para molestarlo, Obito estaba pensando en todo menos en un cuento mágico lleno de unicornios saltarines y amor.

No lo llamaría destino, sino más bien una coincidencia tonta y vergonzosa.

No se suponía que era así como había imaginado el encuentro con el amor de su vida, no empujando a una señora en la fila del restaurante mientras intentaba llamar la atención de la cajera.

Sus manos se rozaron cuando Obito alcanzó la barra, un roce que no fue romántico ni electrizante en absoluto. Sus palmas chocaron violentamente y la mano de Gai se sentía mojada con un no sé qué.

En los cuentos de hadas eso hubiera sido perfecto. Habrían cruzado sus manos mientras ambos intentaban alcanzar una rosa blanca, o alguno de los dos hubiera sostenido al otro al caer.

Al menos no había sido tan malo como rozarse las manos en un balde lleno de lombrices, pero tampoco parecía exactamente romántica la idea de tocar la mano de alguien entre los sobres de condimentos para una hamburguesa normal.

Obito apartó la mano rápidamente de Gai y se disculpó apresuradamente. La mujer a su lado lo empujó porque él se estaba colando en la fila y Obito tuvo que poner toda su fuerza en su agarre para no chocar con Gai.

No había soledad en absoluto, no se miraron y hubo chispas y electricidad. Obito estaba avergonzado y simplemente quería cancelar su compra y perseguir a Kakashi para ahorcarlo hasta saciarse, porque esta era una de esas bromas crueles que comúnmente hacía para molestarlo.

Cuando la mujer dejó de clavarle el codo en las costillas Obito se giró a Gai. Era un hombre alto y musculoso, intimidante, tal vez alcanzaba los dos metros pero quizá eso hubiera sido una exageración.

De todos modos, Obito sintió la necesidad de disculparse y levantó su boleto cifrado hacia él como si significara algo. Lo último que necesitaba era ser golpeado por un tipo como él a mitad de la fila sin dinero y sin teléfono, por lo que intento sonreír de forma amable.

En su historia romántica, Obito había soñado con que el hombre ideal le daría un halago dulce, que las palabras dulces sabrían a fruta y fluirían como un río, y que detrás de ellos la luz del sol brillaría en un toque dramático a su alrededor.

Pero el aliento de Gai olía a frituras picantes y le ardió en los ojos. Él lo miró atentamente con un toque divertido, casi demasiado cercano a la burla, y debajo de las lámparas de luz fría en realidad no había nada que resaltar.

— ¿Pasa algo, amigo? — la voz de Gai era gruesa y contundente, no un tono dulce y encantador, no un acento extranjero, ni siquiera era elegante, lo hizo pensar si era alguna especie de delincuente pero parecía demasiado animado como para creerlo.

— Lo siento, no pretendo meterme en su lugar, solo quiero cancelar mi compra — Obito levantó el boleto de nuevo y mostró los números. De nuevo no significaban nada para Gai, pero de todos modos él los miró.

— ¿Por qué? ¿Tienes una emergencia? — el rostro de Gai se torció en auténtica preocupación y lo miró.

— No, es solo que.... — Obito suspiró y se pasó una mano por la frente. La fila seguía avanzando y faltaban un par de personas después de Gai para llegar — Mira, mi amigo es un imbécil y tomó mi cartera para molestarme, ¡y luego se fue! — señaló a la puerta donde obviamente ya no estaba Kakashi, y se volvió a repetir que lo golpearía más tarde.

Corre, está detrás de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora