Mundo de ilusión.

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Últimamente, Gai se pregunta el significado de los sueños. Lo hace tan seguido como se pregunta quién es el hombre con la máscara anaranjada que aparece en la esquina de su habitación.

Él se despierta con las ideas revueltas y los ojos fijos en el techo de su casa. La lámpara amarilla alumbra las paredes y el piso como un charco de agua, no hay huellas nunca, no hay rastros, ni siquiera el recuerdo de su olor.

Sus manos siempre están cubiertas por guantes negros, aun así, Gai sabe que sus manos son frías, las siente cuando él se acerca, cuando lo toca a través de la sábana y luego le susurra cosas.

Él había sido el primero en hablar, se había quedado quieto la primera vez que lo encontró en su habitación y había extendido las manos en defensa.

Pero el hombre no lo había lastimado, ni siquiera se movió de su lugar entre las sombras cuando levantó la voz.

Gai había escuchado el timbre de su voz, un tono gracioso y agradable, el sonido fonético de algo que está colgado en algún lugar entre lo hilarante y lo sensual.

El hombre dijo algunos chistes buenos, le contó un cuento, una historia tenebrosa y divertida, y luego se acercó lentamente hasta que sus palabras se perdieron y todo se volvió una cacofonía extraña de palabras a la mitad como un gemido doloroso de agonía.

Cuando despertó, no había nadie a su alrededor, pero todavía recordaba el fondo de su mirada oculta en el hueco de su máscara, acunando su mano, y él era tan frío y parecía tan solo cuando le habló.

— Espérame, regresaré.

[...]

La segunda vez que apareció, Gai se sentía impaciente por encontrarlo de nuevo.

El hombre estaba en la esquina de su cuarto, debajo de las sombras, y cuando Gai le extendió los brazos él casi corrió.

Esta vez Gai pudo sostener su cuerpo, la mitad de él era tenebrosamente frío. Lo tocó sobre la ropa, lo acurrucó contra su pecho en un intento desesperado de darle calor como si fuera un pequeño y perdido pájaro que ha buscado refugio en su luz.

Él no podía mirar a través de la máscara, pero el hombre apagó la luz y luego se había metido en las sábanas.

No había hecho ningún sonido cuando le tocó la cara, solo un pequeño quejido de sorpresa, y luego muchas risas graciosas que compartieron entre los dos por algunos momentos.

— Eres alguien muy divertido — dijo con un tono más grueso, todavía riéndose de los chistes de Gai.

— ¿Lo crees? — su voz se hizo opaca, y pensó que a nadie nunca le había gustado su humor.

— La mitad de mí es alguien muy divertido, hace chistes, por eso le agradas — él le había dicho, sobre su pecho, y nunca había volteado a verlo bajo el pequeño perfil de luz.

— ¿Y a la otra mitad? — sus manos tocaron su espalda y todavía sentía bordes de líneas desiguales como las curvas de su mejilla, girando en espiral.

— ¿Quién sabe? — se había reído, y luego había salido de sus brazos para recoger su máscara y pararse al fondo de su habitación —. Tal vez la otra mitad quiere matarte.

[...]

— ¿Por qué vuelves? — le había preguntado después, cuando los días habían trascurrido y aquel enmascarado todavía se filtraba por su ventana y escapaba antes del amanecer.

Él se revolvió entre la cama, debajo de las cobijas, y luego extendió la mano fría hasta el rostro de Gai.

— Eres gracioso — se rió, pero era mentira.

— ¿Por qué yo? — su mirada inquisitiva se fue contra el hombre y lo miró, y su silueta borrosa y oscura lo hizo pensar en la luna eclipsada, en el fondo de una estrella rota que en cualquier momento puede caer como pedazos de lluvia negra.

— Me recuerdas a alguien — su voz fue gruesa esta vez, quizá la otra mitad de la que hablaba, de aquel que no se reía de él, que en realidad lo odiaba — Me recuerdas a lo que fui, y a lo que no seré.

Gai levantó las cejas y buscó algo entre las sombras que le diera pistas, pero la negrura fue tan espesa como lo fue todo lo demás, estaba completamente a ciegas.

El hombre se levantó, su desnudez todavía acarició a Gai cuando se movió hacia el suelo y levantó sus cosas, vistiéndose lentamente en un mutismo temporal.

— Pero a la otra mitad todavía le agradas — él canturreó y se rió — A la otra mitad le recuerdas mucho a los buenos momentos, a lo que fue divertido, a lo que todavía es divertido.

Gai podría haberlo descubierto con eso, habría podido pensar en el chico de la clase que elaboraba chistes complicados, que se reía solo recurrentemente y que soltaba bromas para los demás.

Pudo haber pensado en él, en el chico de las gafas que hacía voces graciosas y que se sentaba solo en la fila, donde a veces lo acompañaba aquella pequeña chica, Rin.

Pero Gai no lo recordó, él no podía acceder a su memoria, a esa única vez cuando Obito soltó un chiste a mitad de la clase y únicamente Gai se rió.

La maestra los castigó en el pasillo y ambos se quedaron enfrente de la puerta del salón. Gai había culpado a Obito por haber dicho algo tan gracioso, y los pequeños ojos de Obito se había iluminado como pequeñas piezas de lucecitas.

Lo miró, y en voz baja le contó un cuento, el mismo cuento que le contó en esta ocasión.

Y ambas veces se rió.

— Terminaré algunos asuntos y luego volveré, lo prometo — el hombre señaló hacia atrás, y luego hizo ese truco de mover la mano como una manecilla del reloj, y desapareció.

[...]

Él hombre hizo una promesa. Él había sonreído en la esquina de su habitación y le había dicho que volvería algún día.

Sin embargo, después de la guerra, él no volvió.

Tres meses después de que Gai salió del hospital, un pájaro mensajero informó sobre las entradas clandestinas de Obito a la aldea.

— Lo hizo por mucho tiempo — dice el Sexto Hokage y mira las páginas del reporte — ¿A dónde iba? ¿Cómo es que nadie lo notó?

El general ANBU extiende su dedo y señala un punto en el mapa. Y Kakashi conoce esa casa, pero entonces él no puede creerlo y cierra el informe en sus manos.

— Que nadie se entere de esto — le dice al ANBU antes de quemar las hojas entre sus dedos.

[...]

Cuando Gai se arrastra en su silla de ruedas hasta su cama, él todavía mira la esquina de su cuarto con duda antes de tenderse entre las sábanas y recargar su cabeza en el colchón.

Él se pregunta quién es el hombre de sus sueños, el mismo hombre cuyo cuerpo estuvo en sus brazos, tiempo atrás.

Al cerrar los ojos, Gai todavía lo ve en la misma esquina contando los mismos chistes, pero en esta ocasión él puede mirar su rostro claramente debajo del arco dorado de luz.

Tiene el cabello negro, los ojos en dos colores, uno rojo y uno morado que sube en espiral, y una cicatriz que cruza su rostro a la mitad.

Es un fantasma, posiblemente, o un demonio, o solo el chico que se paró en el pasillo de la academia y le sonrió.

Cuando Gai abre los ojos por la mañana, solo queda el fondo de su techo, el tono insípido de su habitación y la idea clara de los hechos.

Él no volvió.

Porque Obito estaba muerto.  

Corre, está detrás de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora