Lugares cambiados - parte 2

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Obito se queda quieto en su lugar después de que Minato se va.

Todavía está sentado en el piso en el mismo sitio donde él lo derribó. Para Minato siempre era demasiado fácil vencerlo y esta vez Obito se sentía demasiado cansado y no se resistió.

Fue el último entrenamiento de lo que quedaba de su equipo. Un último encuentro, casi por la soberbia idea de una conexión que no existía, por compasión o lástima, o quizá solo burda costumbre, nada más.

Minato sería el Hokage próximamente. Lo había hecho bien en la guerra y había sido alabado por el tercero, quien le cedió el puesto.

Obito quería estar feliz por él, quería ir a visitar a Kushina y felicitarla por su embarazo, llevarle flores, charlar, asistir al nombramiento de Minato y decirle que ahora él se esforzaría muy duro también.

Pero Obito no podía hacer nada de eso. Estaba tirado en el piso y en lo único que podía pensar era en el funeral de Rin, dos semanas atrás.

Él había ido a despedirla a la puerta de la aldea en su última misión. Ella no miró atrás cuando Obito dijo su nombre y extendió la mano para decirle adiós.

Solo pudo contemplar su espalda, las ondas de su cabello agitándose con cada paso, brillando con el resplandor del sol.

Eso fue lo último que vio.

Ella regresó envuelta en una manta blanca en los brazos de uno sus compañeros de equipo.

Obito no tuvo permitido verla y la única cosa que seguía sobre su cabeza era la imagen de su espalda, sus hombros pequeños de pájaro, el brillante de su cabello lacio y su propia mano suspendida en el aire, diciéndole adiós.

— ¡Obito! — la voz de Gai suena detrás de él, muy cerca.

Apenas gira sobre su hombro, él se ha acostumbrado a las entradas escandalosas de Gai y ya no parece sorprendido cuando viene.

Gai le sonríe, es una sonrisa practicada y suave, ligera, no una tonta sonrisa como las de siempre y tampoco parece enloquecido por ofrecerle una competencia en esta ocasión.

Él había ido a despedir a Rin con Obito. Gai había llegado temprano, le había dado tiempo hablar con ella y cuando Obito llegó era tarde, no pudo decirle que se cuidara, no pudo decirle adiós. Ella nunca volteó.

En el funeral Gai lo había arrastrado por todos lados desde la mañana. No podía perdérselo y apareció en la madrugada sobre el alféizar de su ventana, muchas horas antes que el propio sol.

Ellos tres habían formado equipo después de que Kakashi se fue. Pero Gai se había hecho Jounin y Rin una ninja médico y cada uno partió a un nuevo escuadrón. Luego la vida se la llevó.

— ¿Cómo estás? ¿Estuviste entrenando con Minato? — Gai se sienta a su lado, lentamente, como si Obito fuera un pequeño animal que se puede asustar.

— Sí, él estuvo aquí, pero tuvo que irse temprano... — suena demasiado agotado, cansado, como si hubiera entrenado por semanas enteras y no solo por una hora donde se había dedicado a recibir los golpes medidos de Minato.

— Bien, debe estar emocionado por su nombramiento — Gai sonríe más sincero y dedica un breve guiño hacia ningún lugar.

Obito se encoge de hombros y se recuesta en el piso. El pasto está húmedo y las gotas de la lluvia se revuelven en su espalda con el sudor.

El viento enfría su ropa y lo hace bajar las manos sobre su pecho, sosteniéndose de los bordes de la tela, todavía se pregunta la manera en la que murió Rin. Nadie quiso decirle, pero había oído cuando Minato le contó a Gai a escondidas que había caído en una trampa de explosivos. Los ninjas médico siempre eran la prioridad para eliminar.

Corre, está detrás de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora