No puedes elegir qué se queda

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Estuvo enamorado, una vez. Después de que ella se fue, nunca volvió a enamorarse porque él ya había encontrado su final feliz, aunque no fue para siempre.

Lo había tallado en algún lugar de su corazón, en su cabeza, lo hizo del mismo modo que talló su nombre sobre la piedra en un lugar donde algunos podían verla porque se había ido. Estaba muerta.

Obito corrió detrás de los hombres que cargaban su ataúd y hundió los pies en el lodo, manchándose, y el lodo en ese momento se sentía profundo como un charco de sangre.

Él había recibido abrazos de la gente cuando se fue Rin, se había quedado de pie en la entrada, con lágrimas en el rostro, y no había levantado la vista cuando le habían hablado, susurrando: "todo estará bien" porque él sabía que no era cierto.

Todavía pensaba en la forma de la cara de Rin adentro de la caja. Fría, desbaratada como una muñeca de porcelana, muy joven, con el rostro totalmente tranquilo en una quietud espantosa. Había listones rosas en su ropa, y él había pensado que debieron haber cubierto su rostro, porque era demasiado doloroso para soportar.

Poco tiempo después Kakashi también murió. Esa no fue su historia, él se había quedado en silencio, sentado en una pequeña silla de plástico con los ojos fijos en sus pies que colgaron al frente.

Esa vez hubo alguien más detrás del ataúd, alguien que pateó los floreros y se hundió en el charco de agua lamosa y cera de vela fresca. Había lágrimas en su rostro, lágrimas de furia y de frustración.

Él gritó todo el funeral, golpeó a cualquiera que se acercaba y abrazó el féretro hasta que tuvieron que enterrarlo, y en todo momento él le siguió hablando a la tapa de madera como si alguien adentro todavía le fuera a contestar.

Cuando la gente salió de la ceremonia, Obito pasó de largo por la puerta y no lo abrazó. Él sabía lo que se sentía, él sabía que no lo necesitaba, y que tampoco lo quería.

Al levantar el dedo al frente, Obito miraba un hilo roto y desbaratado. Se había quebrado, y no había una manera de repararlo porque la otra mitad de sí mismo descansaba en una tumba cerrada.

Había sido un cuento demasiado corto para contar a alguien. Él la besó, todavía recordaba el peso de su cabeza entre sus manos, la forma en la que Rin sonrió y suspiró y luego besó sus labios, en cómo se sentía su liviano cuerpo contra el suyo. Y en un instante se había ido sin decir adiós.

No fue distinto para el otro chico.

Gai había alcanzado a Kakashi, fue reconocido por él y luego de aceptar su compañía y su amistad correspondió a sus sentimientos.

Fueron el dúo más poderoso, crecieron, aprendieron, se quisieron, y luego uno de los dos simplemente partió.

Para cuando Gai se enteró de la muerte de Kakashi era muy tarde, el enemigo había sido tomado por unos ANBU y también murió. Él no pudo cobrar venganza, se quedó con las manos temblorosas a los costados y el hilo de su dedo colgando hacía ningún lugar barrió el polvo sobre el piso.

Desde entonces había sido de esa manera para ambos. No buscaban amor porque ellos ya habían amado, porque su historia de amor ya había sido contada y eran incapaces de querer a alguien más.

Hacía mucho tiempo que se había grabado el nombre de Rin en la piedra pero todavía llevaba flores. Ya no quedaba nada de ella en su casa, su aroma se desvaneció hace tiempo y apenas podía recordar el borde de su cara.

Gai había sollozado un día a su lado. Él ya no recordaba casi nada, solo el borde de la máscara de perro lisa y pálida, el tatuaje insípido debajo de su boca, el lunar en su cara.

Sus fotografías seguían alimentado polvo en su habitación. Habían pasado tantos años pero de vez en cuando aún lloraban, ambos.

A Obito le incomodaba el contacto físico desde la muerte de Rin, le hacía pensar en la manera en la que se pararon delante de él y lo miraron en el funeral, "todo estará bien". Y nada estuvo bien.

Aun así, Obito no se aparta cuando Gai termina en su cuarto y desliza su mano sobre el borde de su pantalón.

Obito siente la mirada de Gai debajo del vuelo suave de su cabello negro. Los ojos fijos y vacíos, es el mismo hombre que había llorado hacía unas horas delante de la tumba de Kakashi, y su hilo cortado a la mitad todavía se arrastra por el piso de su habitación juntando conejitos de pelusa aglomerada.

— No tenemos por qué sufrir solos— dice Gai y sube más su mano, tocándolo, él lo atrapa.

Entonces Obito mira arriba y dice que sí.

Gai baja y lo besa, y ambos trozos de hilo rojo se enredan pero sus puntas siguen mutiladas como brazos rotos e incapaces de continuar.

Y todo lo que Obito quiere es ir al cementerio y decirle a Rin que todavía la ama. Pero él está ahí, y ella en una tumba todavía cerrada. Y no puede tenerla y Gai tampoco puede tener a Kakashi nunca más.

Cuando abraza a Gai y lo arrastra sobre su cuerpo, él mira ese gesto inexpresivo de ojos negros y sabe que Gai comparte sus pensamientos.

Pero de todos modos, no hay nada que puedan hacer para deshacer lo que ya está hecho.


Corre, está detrás de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora