Tradiciones

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Obito se mueve nervioso sobre la silla metálica que han dispuesto para él al centro de la sala. Sus piernas están apretadas debajo de la tela rígida de la ropa tradicional que lleva y recarga su nuca un momento contra el respaldo para estirarse.

Se levantó del piso hace un rato, el piso es rígido y frío, no le gusta, le hace pensar en los inviernos agotadores y la nieve, en la forma en la que solo desea quedarse acostado en su cama y no volver a salir jamás.

La silla es un poco menos fría pero no lo hace sentir exactamente tibio o cómodo, especialmente cuando está rodeado de tantas personas y cuando solo desea estar en cualquier otro lugar.

Apenas puede ver algo entre todas las personas y el incienso sofocante comienza a rasparle la garganta. Quiere abrir la ventana y respirar aire fresco, quiere quitarse ese estúpido atuendo y también quiere olvidarse de todo este asunto y volver a los entrenamientos con Minato y su equipo porque no quiere saber nada de esto.

Aun así, Obito se mantiene quieto en su lugar y aprieta sus manos sobre sus muslos, sujetando distraídamente el vuelo de su traje azul.

Era una vieja tradición de los clanes grandes y poderosos. La Tierra del Fuego se había formado por viejos y reacios ninjas apegados a ritos antiguos, y aunque con el tiempo habían cambiado y se habían adaptado a vivir en paz, todavía había cosas que prevalecían en las familias.

Él no estaba de acuerdo con eso, no se imaginaba quién podría estarlo, pero su abuela había torcido la boca y luego había señalado el pergamino viejo y empolvado que colgaba de la pared de la casa principal y Obito no pudo negarse.

En realidad no estaba seguro de lo que decía aquel pergamino, lo había visto cuando era niño, muchas veces, pero jamás comprendió nada porque estaba escrito con el mismo misterio que aquella piedra en la base secreta de los Uchiha (que solo la podían leer los ojos de mayor nivel).

De todos modos, a Obito le habían dicho lo que decía. Era una ley extraña y sucia, una vulgar y denigrante sucesión de poderes y ciclos de ambición y humillación.

El clan había esclavizado otros clanes por generaciones enteras. Los usaban como armas, como sirvientes, y cuando eran lo suficientemente débiles también los obligaban a tener a sus hijos, asegurando la prevalencia del sharingan sobre cualquier otra habilidad, y también asegurándose de que se mantuvieran fuertes al ser hijos de dos ninja.

Konoha había revocado su ley hace tiempo, la prohibieron, era demasiado arcaica y demasiado cruel, así que aquel ritual extraño se reducía ahora a una ceremonia simbólica.

Obito había asistido a las ceremonias de algunos de sus primos cercanos y observó de cerca el pequeño ritual lleno de falsa cortesía y cargado de amenaza y presunción. Prácticamente habían llevado a rastras a miembros de clanes casi extintos o débiles y se les había asignado un "dueño" perteneciente al clan.

Los Uchiha eran personas fuertes y orgullosas, y aunque habían aceptado ceder a las leyes pacificas de Konoha, algunos miembros todavía ejercían totalmente aquel poder, siempre en secreto, y siempre por miedo.

Sus primos habían declinado de ese poder al principio y los dejaron partir luego de la ceremonia, pero Obito había visto más de una vez al ninja asignado a su primo mayor siendo utilizado como objetivo de sus prácticas, con los ojos bajos y llorosos mientras era golpeado por él.

Los Uchiha eran un clan que se apegaba a sus costumbres al igual que los Hyuga sin que nadie externo pudiera objetar. El Hokage les había dado esa libertad, el poder sobre otros pequeños clanes minúsculos que eran elegidos por el cabecilla de la policía de Konoha y por los funcionarios Uchihas con poder político en la aldea.

Corre, está detrás de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora