Lugares cambiados - parte 1

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Obito se encoge en su lugar sobre su cama y extiende sus manos sobre la sábana. Hace frío, el sol atraviesa la ventana abierta y le hace doblar los párpados ante la luz grisácea con un dejo de dolor.

Puede sentir el borde de la almohada contra su nuca, blanda y extraña, lisa en comparación a la bata que llevaba apretada al cuerpo con la fuerza muerta de la gravedad, una tela delgada e insípida, inútil si consideraba que estaba temblando de frío, que no sentía ni siquiera los dedos de sus pies.

Sus ojos pestañean mientras recupera lentamente la conciencia y su mente cruje cuando Obito intenta recordar lo que acaba de pasar, la batalla, el enfrentamiento, el secuestro inesperado de Rin y la huida fatídica.

Kakashi había muerto.

Obito no había podido hacer nada, no pudo salvar a Kakashi, no llegó a tiempo para quitarlo del camino de la piedra y el derrumbe lo sepultó sobre la tierra en un instante, en un parpadeo donde no tuvo oportunidad de decir nada, donde no pudo hacer nada.

Kakashi lo había mirado, la mitad de él. Su rostro sangraba sobre el piso y su ojo apretado y cortado se había abierto, desenfocado sobre la piel gris.

Rin había llorado sobre su brazo suelto, lánguido, frío, débil como nunca lo había sido, una varita que se secaba rápidamente en la corriente de un río.

Los puños de Obito habían golpeado la roca, había llorado y gritado a Kakashi. Pero Obito no pudo hacer nada, simplemente se mantuvo a su lado, escuchando su voz disuelta y magullada pidiendo perdón.

No había querido regresar a la aldea sin Kakashi, no con las manos vacías y los dedos llenos de sangre, pero Obito apenas pudo salvar a Rin y escapar.

Minato los había salvado en el último momento de la emboscada de los enemigos y lo había llevado al hospital sin que Obito pudiera decir nada al respecto.

Cuando despertó la primera vez, Minato le dijo que no pudieron hacer nada. No habían podido traer el cuerpo de Kakashi de regreso a casa.

La idea fue dolorosa y absurda. No podía ser verdad, no podían simplemente ignorar a Kakashi y dejar que ese lugar fuera su tumba. Minato dobló las cejas y negó ante su mirada, y no hacía falta que lo dijera en realidad.

No había quedado nada de Kakashi debajo de las piedras, solo el eco de la carne molida, el fondo de la sangre hecha un amasijo, la imagen desgarradora de su rostro a la mitad y las palabras colgando de sus labios blancos y resecos.

Obito pestañea contra el techo de su cuarto de hospital cuando siente las lágrimas picando sus ojos. De pronto siente que no le gustan las paredes, que son como una tumba gruesa, muy honda, enterrada profundamente en el piso, en una cueva o una montaña de solidas piedras. Obito todavía piensa que debió haber cambiado de lugar.

Cierra los ojos unos instantes y se refugia en la oscuridad palpitante de sus párpados. Se pregunta si eso mira Kakashi ahora. Solo fría y aterradora oscuridad, un nido de sombras a la mitad de un pasillo de paredes largas y lamosas, desperdicios, lodo y podredumbre, absoluta soledad.

El ruido suave de la puerta se escucha al fondo de la habitación y Obito abre los ojos y levanta la cabeza.

Él espera ver a Rin, él quiere creer que ella vendrá y lo mirará con esa cara triste, que le dirá que fue un accidente y le tenderá la mano y llorarán. Obito espera que ella vuelva a usar ese tono dulce y bajo, que sus ojos duelan, que lo consuele y se consuele, que sea ella de nuevo y no aquella chica que lo había mirado con odio cuando Minato los salvó.

No podía creer que Rin hubiera puesto esa mirada, porque Rin no podía odiar de ese modo, porque era imposible que de verdad le hubiera gritado que no debieron volver, que ella debió haberse quedado ahí por qué de ese modo Kakashi no hubiera muerto.

Corre, está detrás de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora