Capítulo 4- Destellos rojos, miedo pasado

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Tengo la imposibilidad de volver a viajar en sueños. Hace ya varios días no he podido volver a soñar, ni cuando lo intento. No entiendo.

Un golpecito me sobresalta, me levanto a ver qué es y para mí sorpresa, Noah está en mi ventana. No me explico el como llegó allí, ya que en la tierra no es como en la habitación de Novakwies, tiene por dónde subir, sin embargo está en el quicio de la ventana.
La abro y lo dejo entrar, algo me llama la atención, en un árbol cercano a la ventana, él chico del instituto está observando.

—¿Qué haces acá? —susurro ocupandome de Noah primero.

—Quería pedirte disculpas. — Me abraza.

Siento su calor característico que me envuelve.

—¿Disculpas por qué? —indago.

Quisiera saber el porqué se disculpa, si es solo por dejarme tirada o también por no dejarme explicar.

—Por todo lo que pasó hoy, de verdad... He estado intentando entrar a la universidad de nuevo y estoy muy presionado, mi hermano se ha vuelto un idiota y mi madre ejerce más presión para que rinda las clases, Mariposa, fui un idiota.

Levanto su cara con mis manos y me pongo de puntillas para besarlo, la mirada del chico rubio en el árbol quema mi nuca, pero aún así sello mis labios con los suyos, mi novio intensifica el beso casi dejándome sin aire.

La sensación de ser observados no me deja tranquila, pero no puedo decirle nada ya que me guía hasta la cama sin soltarme, sus besos no me dejan respirar y la situación no se me hace nada romantica, aún no olvidó lo que sucedió temprano.
Abro un poco los ojos cuando se aleja por un momento y se posa nuevamente sobre mi, un destello rojizo casi imperceptible pasa por sus ojos y me quedo paralizada. La última vez que ví ese destello en sus ojos fue una trampa. Me revuelvo bajo de él y afloja su agarre, se hace a un lado, camino por toda la habitación con la mano en la cabeza.

—¿Qué sucede, Zoey?

Observo su ojos, profundos y púrpuras, sin ningún rastro de rojo en ellos. Suelto un suspiro, mi corazón baja su ritmo a uno normal. Sonrío para tranquilizarlo, tan solo deben ser mis traumas.

—No pasa nada, solo creí ver... —Niego con la cabeza—. No importa —suspiro—. Creo que deberías irte, mamá no te tiene mucha estima y será peor si te encuentra en mi habitación.

Asiente con la cabeza pero en su mirada se ve herido. Besa mis labios y sale por la ventana.

Me acuesto soltando un gran suspiro mientras aprieto los ojos, maldita sea no saber que es lo que vi, no estar consciente si es real o solo son alucinaciones por los traumas, creo que debería ver un psicólogo.
Un ruido nuevo hace que me levanté rápido nuevamente, frente a mí peinadora está el chico rubio del instituto.

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué me espías? Y, más importante aún ¿Como sabes dónde vivo?

—Bonita habitación —Observa detenidamente todo, su mirada viaja al tapiz—. ¿Seguirás fingiendo que no eres de otra raza?

—¿Seguirás sin responder mis preguntas?

Gira los ojos en un gesto casi caricaturesco.

—¿Cuántos años tienes?

—Responder con una pregunta, a otra pregunta, es de idiotas —sentencio.

—Llamar idiotas a otras personas es de mal educados.

Toma en sus manos a la gatita que se empezaba a restregar en su pantalón, la acaricia tras sus orejas.
La situación es de lo más extraña, pero aún así no sobre pasa mis límites. Empiezo a creer que debo ver a un psicólogo.

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