Haruka soltó un breve bostezo, entrecerrando los ojos con somnolencia, y se acercó a la ventana de su habitación, aquella que tenía una preciosa vista hacia la bahía. Asomó su nariz hacia afuera sintiendo el frío viento otoñal acariciar su rostro y un escalofrío cruzar su espalda. Observó un instante el mar; aunque los días cada vez se volvían más fríos, las aguas seguían aparentando tranquilidad. Cerró la ventana y miró una vez más hacia el pequeño reloj sobre la mesita de noche; aún faltaban quince minutos para las siete de la mañana.
Con paso tranquilo, Haruka se dirigió hacia el baño y se metió bajo el agua, cerrando los ojos al sentir el suave y tibio líquido cayendo desde su cabeza hacia el resto de su cuerpo. La sensación no se comparaba a la exquisitez de sumergirse en la bañera, extrañaba aquellos días en que podía pasar horas bajo el agua. Pero en estos años Haruka simplemente no tenía suficiente tiempo –ni tampoco era su prioridad– darse espacio para disfrutarlo.
Fue un baño rápido. Secó su cuerpo y se vistió con un atuendo cómodo y abrigador por los días fríos. Cuando salió hacia el pasillo volvió a mirar la hora; ya eran las siete y había alguien a quién despertar. Así que subió las escaleras y entró a la que, años atrás, había sido su habitación; esquivó un par de juguetes que se encontraban en el suelo y llegó hasta la cama, extendiendo sus manos para remecer el pequeño cuerpo que se hallaba envuelto entre las sábanas.
—Sakura, ya son las siete —dijo Haruka con suavidad—. Es hora de levantarse.
Los delgados labios de un niño de ocho años se abrieron para soltar un bostezo, mientras sus pequeños brazos se estiraban con torpeza entre las sábanas. El cabello rojo estaba revuelto sobre su frente, cubriendo por momentos sus ojos que comenzaban a despertar.
—Buenos días, papá —habló el pequeño adormecido, posando sus azules ojos sobre los de Haruka. Se levantó sobre su cama, con cierta torpeza producto del adormecimiento, y quedó de pie sobre las mantas. Desde su nueva posición, depositó con cariño un beso en la mejilla de su padre. Lo hacía cada vez que despertaba, y Haruka no podía evitar esbozar una ligera sonrisa en sus labios.
Existía una brecha de casi veintitrés años entre Haruka y Sakura. El pequeño había nacido en una primavera, cuando los cerezos estaban en su máximo esplendor, los días eran soleados y se avecinaba el verano. Esos habían sido tiempos de oro, cuando recorría el mundo, subía a los podios y recibía innumerables medallas por su carrera en la natación. Fueron tiempos en los que Haruka era capaz de competir y desafiar, al mismo tiempo que alentar y amar a quien en ése entonces caminaba a su lado. Cuando Sakura nació, por un breve momento, su mundo estuvo maravillosamente completo.
Haruka siempre adelantaba la mayor parte del almuerzo la noche anterior, así que en las mañanas mientras su hijo se vestía en su habitación, el pelinegro terminaba de cocinar la comida de ambos. Era parte de la rutina que llevaban desde que Sakura había entrado a la escuela primaria. Luego, desayunaban juntos y veían televisión durante algunos minutos; pasaban al baño, se lavaban los dientes y se disponían para abandonar su hogar.
—¡Hace frío! —exclamó Sakura una vez afuera de la casa, frotándose las manos mientras daba pequeños brincos.
—Ven, ponte esto —dijo Haruka, colocando una bufanda alrededor del cuello de su hijo—. ¿Está mejor así?
—¡Sí!
En épocas otoñales el viento era más fuerte y frío que lo usual, a veces tenían que cerrar los ojos y la boca, especialmente cuando caminaban por la costa. Sakura se hundió en su bufanda y se apegó más al cuerpo de su padre buscando protección. Con las manos entrelazadas, ambos caminaban hacia la escuela.
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Cuando Llueven Estrellas
FanfictionSe suponía que la llegada de un bebé no afectaría sus destinos, que estarían juntos hasta la eternidad. Pero ya van ocho años desde que Haruka ha estado solo junto al pequeño Sakura. El tiempo pasa, pero el recuerdo de Rin sigue presente. Las herida...