Capítulo 8

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Pareció que el sol nunca despertó a la mañana siguiente. El cielo estaba oscuro, con colores grises tomando tonos negruzcos, y un vendaval que –aunque soplaba con fuerza– no lograba ahuyentar las inmensas y deprimentes nubes que se aglutinaban sobre todo el lugar. Las temperaturas eran bajas y, por si fuera poco, la lluvia parecía ser un diluvio.

Era el agua lo más incómodo de todo, pues en algunos sectores de Iwatobi las lluvias torrenciales provocaban algunas molestias. La casa de los Nanase era un ejemplo, pues afuera, las escaleras de piedra que llegaban hasta el santuario Misagozaki resultaban transformarse en un inoportuno torrente que bajaba hasta el descanso de la casa de los Tachibana, y luego tomaba la curva junto a aquella casa que alguna vez fue de la señora Tamura, pero que a su fallecimiento ahora pertenecía a sus adultos hijos.

Y no era como si a Haruka le molestara la lluvia. Al contrario, le fascinaba sentir el agua cayendo en su piel, escuchar el sonido de los golpes en su tejado y percibir el olor de la tierra húmeda que desprendía su jardín. Le encantaba realmente. Sin embargo, el caudal que se formaba en las escaleras era realmente un problema, porque Sakura había caído a través de los peldaños al menos un par de ocasiones. Y no es que el pelirrojo le desobedeciera y se pusiera a jugar en el agua, sino que accidentalmente pisaba las diminutas piedras que venían escondidas en el torrente, perdiendo así el equilibrio y cayendo sentado en los peldaños. Afortunadamente, no eran golpes muy fuertes los que había sufrido el pequeño aunque, claro, Sakura era exagerado y solía llorar por todo.

—Baja con cuidado —dijo Haruka cogiendo la mano de su hijo, mientras daban el primer paso hacia los escalones. En su otra mano sostenía el paraguas que cubría a ambos.

El niño asintió en silencio, bajando la mirada hasta sus pies. Llevaba botas impermeables ese día, con algunos dibujos infantiles adornándolas; eran especiales para los días de tormenta. El agua que bajaba desde los escalones superiores golpeaba sus talones y creaba surcos que se extendían por los alrededores de sus botas, para luego caer como una pequeña cascada desde un escalón a otro. Junto al sonido del líquido cayendo con rapidez, le acompañaba el que emanaba de los suaves golpecitos que daban sus botas al pisar el agua. Era un sonido que le agradaba y que le traía buenos recuerdos de las veces que saltaba sobre los charcos, o cuando correteaba junto a sus amigos e, incluso, de las caminatas que había dado junto a Rin.

Sí, porque a ese llamativo pelirrojo sólo lo veía durante los días de lluvia. Y era curioso porque, el día en que salió un radiante sol, ninguno de los dos pudo acudir al usual encuentro. Lo bueno de eso fue que les había hecho entender a ambos que, por alguna extraña razón, se echaban de menos y deseaban volver a verse. Eso había significado una gran alegría para el niño; saber que Rin también pensaba en él era algo grandioso.

Sonrió contento al recordar a Rin. Ese hombre era genial, era alto, era pelirrojo, sabía nadar, era sorprendente, era alguien digno de imitar. A Sakura realmente le fascinaba, le hacía sentir importante y, de alguna forma, amado por un cariño similar al que le entregaba Haruka, lo cual al mismo tiempo le llamaba la atención y le confundía.

Posicionó su pequeño pie izquierdo en un nuevo peldaño y luego, por inercia, movió el derecho para avanzar al siguiente. Sólo cuando sintió la fuerza de gravedad halando su cuerpo fue que se dio cuenta que había perdido el equilibrio y que estaba a punto de caer sobre los peldaños. Cerró los azules ojos con fuerza esperando el golpe contra la roca pulida, mas el impacto nunca llegó; su brazo había sido sujetado con firmeza por una de las manos de Haruka.

—Sakura, ¿estás bien? —preguntó el mayor dándole una mirada llena de preocupación a su hijo.

—Estoy bien —dijo el niño, ahora con los ojos bien abiertos.

Cuando Llueven EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora