Capítulo 4

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Una pierna larga, perfecta y delicada se levantó hacia el techo desperezandose y, luego, la siguió la otra. La luz que atravesaba las cortinas iluminaba a duras penas la habitación y el pelaje de un pequeño bichón frisé se confundía con el blanco de las sábanas.

- Vivi, bebé. ¿Dormiste bien? - el cachorro abrió lentamente los ojos y se estiró un poco. - Oh, papá ayer llegó muy tarde, es que tenía cosas que hacer. Hoy voy a estar todo el día en casa y te daré muchas golosinas. - el pequeño animal solo se acomodó un poco.

Se levantó y fue al baño. Lo único que lo alejaba de la desnudez era un boxer blanco. Los azulejos reflejaron su figura y la tina con agua caliente lo recibió tal como llegó al mundo. La espuma acarició su piel, tan blanca y delicada. Sus ojos recorrieron su alrededor hasta dar con el shampoo y la crema, los masajes en su cuero cabelludo lo relajaban mucho. Su madre siempre decía que nació para ser amado y él estaba seguro de eso, solo que jamás encontró al indicado. No pudo evitar sonreír porque, en realidad, sus padres nunca aceptarían a nadie, ya que, él era como un bien preciado que podría, a sus ojos, desaparecer en cualquier momento. Muchas veces pensó en cómo se sentiría tener una pareja, un hombre que diera vuelta su mundo. No podía ser uno del montón, es decir, tenía que ser fuerte, inteligente, valiente y muy sexy... Aunque conseguir uno sería muy difícil si las únicas horas en las que no era vigilado, era encerrado en su cuarto.

Se cubrió con una bata y volvió a su habitación. Su mascota, que se había trasladado a uno de los sillones, se levantó y esperó entusiasmado.

- Es muy temprano. Voy a vestirme y bajaremos a buscar comida. ¿Sí? - Vivi se recostó un poco. - Buen chico. ¿Qué me pondré?

La casa o cárcel, como le gustaba llamarla, estaba desierta durante las altas horas de la madrugada y ellos parecían ser los únicos seres vivientes. Dejó a su pequeño bebé comiendo en la cocina y salió a dar un paseo por los pocos metros de bosque que su padre llamaba "jardín seguro", el lugar al que podía ir sin seguridad o cuidadores. Se sentó en uno de los bancos que estaban allí, se cruzó de piernas y esperó.

En el edificio, John ayudaba a Chayeol a llegar a su habitación. Para este último, todas las puertas eran terroríficamente iguales. Parecía un enorme laberinto y él sabía que en la mitología este era el encierro de un monstruo, no la fortaleza que utilizaba un pueblo para protegerse.

- Todo está hecho para atormentar a otros.

- Tu jefe tiene unos gustos muy extraños.

- Es una de las pocas cosas que se le ocurrió.

- Solo espero no perderme y entrar en la habitación del minado por error.

- Haz memoria de los lugares y los pasajes.

- ¿Hay pasajes? Genial...

- También hay un jardín.

- Bien.

- No importa si entras a su habitación, debes pasar mucho tiempo con él... Solo no hagas nada estúpido.

- No te preocupes. No me gustan los niños.

- Eso espero.

- Es un adolescente millonario y mimado eso, para mí, significa problemas.

- Bien, porque en unos momentos debemos ir al jardín para que te presentes. - Le tendió una maleta. - Son cosas que necesitarás aquí, son trajes y algunas armas. Vístete, vendré por ti en unos minutos.

- Claro mamá.

- No es momento para bromas.

- Claro. - John se retiró dejándolo solo. - Un traje...

En un movimiento rápido, arrojó el contenido de la maleta en el suelo y separó los elementos. Las ropas fueron a parar a la cama y las armas y sus cartuchos fueron ordenadas en el sofá. Se vistió con el primer conjunto que encontró y guardó una semiautomática y un cuchillo en el bolsillo del saco. Se sentía listo para cualquier cosa. Se sentía completo, como antes. Era un soldado otra vez.

Los golpes en la puerta le decían que era el momento, suspiró y abrió. Estaba preparado. John lo guió por los pasillos y escaleras hasta una puerta de cristal gigante. Presentía que todos los males del mundo lo esperaban detrás y que, al igual que la caja de Pandora, saltarían sobre él una vez que se abrieran esas endemoniadas puertas. ¿Estaba realmente preparado? Había matado a más de cien hombres... ¿y estaba dudando? ¡No! Su colega abrió una de las hojas y salió, con Chanyeol junto a él.

Dos figuras estaban sentadas en una mesa y los imponentes árboles los rodeaban como si de una muralla se trataran. Uno de ellos, un hombre mayor, vestido con un traje color café los miraba atentamente y el otro, aún no identificable para Chanyeol, parecía concentrado en otra cosa.

- El jefe y su hijo.

- Ya veo.

Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, el hombre mayor se levantó y los saludó.

- Bienvenidos. John...

- El soldado Park Chanyeol señor. - lo presentó John.

- Un gusto soldado. - el hombre se volteó y llamó al otro individuo - Sehun, hijo, necesito presentarte a alguien. - El muchacho se arrimó a su padre y de dejó ver perfectamente...

Un ángel, vestido con un traje blanco que aumentaba la belleza natural de su piel y resaltaba el color oscuro de su cabello. Su rostro era una obra de arte adornada con unos hermosos y carnosos labios, unos ojos penetrantes y adictivos y una nariz perfecta. Chanyeol no pudo evitar bajar la mirada y notar la ausencia de camisa debajo del saco. Eso no era un adolescente.

Sehun se quedó detrás de su padre y desde allí contempló a los invitados y, en especial, a uno de ellos. El soldado atrajo toda su atención.

- Soldado Park, le presento a Oh Sehun mi hijo. - el joven se aferró al brazo de su padre y sonrió con dulzura hacia el hombre.

- Un gusto señor Park. - saboreó el nombre.

- Gusto en conocerlo joven. - su cerebro aún se debatía sobre si hubiera sido mejor decir encantado de conocerlo, pero prefirió no arriesgarse.

- Bien, supongo que ya nos hemos presentado. Señores tenemos que hablar en mi oficina, en privado. Sehun puedes volver a tu habitación. - el chico solo asintió, se despidió y se retiró a su cuarto. - ¿Vamos?

Ambos soldados seguían a una cierta distancia al hombre.

- Me dijiste que era un niño.

- Es un niño, tiene diecinueve años.

- Eso no tiene diecinueve años.

- Me dijiste que no te gustaban los niños.

- Estoy seguro de que ese calentaría más braguetas que una prostituta.

- Deja de decir tonterías.

- ¿No ves o estas demente?

- Te recuerdo que no me gustan los hombres, es un niño. Además, pierdes tu tiempo, nunca a salido de estas paredes. No conoce a otros...

- ¿Qué?

- Lo que escuchaste y no saques conclusiones.

- Va a ser el trabajo más difícil del mundo. - susurró.

Proyectil (Chanhun)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora