Capítulo 1 | Número Siete

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VANYA

2002, 5:00 am.

[Una semana antes del atraco en el banco]

La vida era la misma desde que llegué aquí, o más bien, desde que empecé a caminar. Quisiera recordar cómo fui de bebé, saber quién me ayudó a levantarme o quizás saber quién me sostuvo primero entre sus brazos. Pero sé que todo ese trabajo lo hacía mamá. Ella nos alimenta, nos enseña y nos da cariño cuando lo necesitemos, o tal vez solo yo lo necesite.

Las mañanas eran las mismas, nos despertábamos cuando nuestra madre o padre hacía sonar la campanita en el pasillo. Yo no debía preocuparme ya que él nunca esperaba a que yo me levantara y me vistiera deprisa como los demás. Cada día era un entrenamiento, solo para aquellos que sí tenían poderes, pero aunque tengo la oportunidad de seguir durmiendo, yo también me preparaba ya que tenía la esperanza de que algún día me reclutaría, a pesar de no conservar ningún don como mis hermanos.

—¡Solo les queda diez minutos! —Gritó nuestro padre entre el pasillo.

Me coloqué mi falda y mis medias y, para finalizar, cepillé mi cabello y me até un listón sobre mi cabeza para despejar mi frente. Cuando me vi por última vez en el espejo, traté de sonreír un poco ya que deseaba mostrarle a mi madre que por fin aprendí a arreglar mi cabello yo sola, sin importar de que Allison aprendiera a los seis años y me lo presumiera en la cara .

Me alejé de mi cuarto y fui hacia la puerta para abrirla al mismo tiempo que lo hacía cinco y Ben, quienes ya estaban siempre eran Diego, Luther y Allison, los tres favoritos.

—¡Klaus! ¡Te estas tardando! —Gritó nuevamente mi padre quien sujetaba entre su mano un reloj de bolsillo.

—¡Ya llegué! Tranquilo — Salió de su cuarto con la corbata mal atada y soltando un suspiro agotador—. Un muerto me distrajo.

Ben y yo nos reímos un poco, pero Diego rápidamente nos calló.

—Ten más respeto a nuestro padre, Klaus — Gruñó Luther.

—¡Firmes!

Tras decir aquello, nosotros siete hicimos caso a su indicación y formamos una fila y, como era de siempre, yo era la última.

—Avancen y sin parlotear —Ordenó seriamente.

Caminamos sin dirigirnos la palabra y sin mirar a los lados, pero nuestra madre detuvo a Klaus para amarrar bien su cortaba. Ver aquello me hizo sonreír.

—Gracias mamá.

Seguimos caminando hasta llegar a las escaleras y el ruido de nuestros zapatos golpear los escalones causó un eco entre las paredes, pero seguimos caminando. A medida que seguía el paso de los demás, noté que Luther miraba a sus espaldas con una media sonrisa en su rostro, y de igual forma Allison le regresaba la sonrisa, pero una más nerviosa. Sé que mi padre nunca ve como ellos dos se miran mutuamente, pero al parecer creo que soy la única que lo observa ya que no tengo mucho que hacer cuando ellos entrenan, pero si mi padre me necesita voy en seguida teniendo la esperanza de que quizá puedo serle más útil, en vez de medir el tiempo en que tardan los demás en subir las escaleras.

Cuando llegamos a la estancia, logramos oír con atención aquel disco que siempre coloca nuestra madre en las mañanas de un hombre —de los años 40 o 50— recitando el tiempo y otras noticias no tan interesantes. Seguimos caminando y vamos en seguida al comedor para colocarnos detrás de las sillas donde cada uno debe de ir. Veo delante de mí unos huevos cocidos acompañados de dos salchichas sobre el plato y al lado un vaso con jugo de naranja. Antes de que podamos sentarnos, debemos esperar a nuestro padre para que nos los indique.

INOCENCIA | Vanya & CincoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora