Me gustan las terapias con el Doctor Rodriguez, un anciano regordete de origen Venezolano con un monton de canas en su escaso cabello que acostumbra peinar hacia atrás como si fuera un yelmo, piel tostada y dialecto peculiar. Llego a Estados Unidos hace más de 10 años y aún no logra dejar atrás ese lindo acento venezolano y palabras de las que aún no se el significado.
Algunas veces me habla de su país de origen, de las bonitas culturas Venezolanas, las hermosas mujeres, las grandes personas que hay en esas tierras y las arepas o el pabellón que extraña de su abuela.
Su consultorio tiene las paredes color azul, un azul que te invita a pensar en el cielo despejado en un día cuando el sol brilla con intensidad.
O tal vez soy yo y mi extraña manía de asociar todo con el cielo, no lo sé.
Es mi lugar seguro, aquí no hay ningún demonio que me atormente, no hay huracanes que me ahoguen.
Tampoco está Galin, y eso es mejor que todo.
El otro día luego de asegurar que alguien la había enviado a perjudicarme, se marchó sin darme respuestas y yo preferí no preguntarle otra vez.
Me siento en el mueble ubicado frente al escritorio del doctor Rodriguez con las manos en mi regazo intentando no demostrar el nerviosismo que invade mi cuerpo. Sé muy bien que al doctor Rodriguez lo actualizan cada día con las noticias de los pacientes, y eso conlleva a que sé con certeza que tocará el tema de el ataque que sufrí hace mas o menos una semana, y a pesar de que con el puedo hablar de lo que sea no me siento cómoda tocando ese tema.
-Me informaron que has estado teniendo malos días. ¿Como te encuentras?- comenta el doctor Rodríguez impasible, con el tono que suele emplear en las consultas, calmado con una nota de preocupación.
Mi cuerpo responde de inmediato tensandose, comienzo a moder el interior de mi mejilla y mis dedos pican por querer trenzar mi cabello.
-No se de que está hablando Doctor- respondo intentando que me crea.
Me mira alzando una ceja. - ¡Vamos muchachita! Sabes de qué te hablo, no hace falta que me mientas, ambos sabemos que los enfermeros me informan de todo, más sobre ti.
Intento hundirme más en el sillón porque la mirada del doctor Rodríguez me hace sentir intimidada. Me causa mucha vergüenza hablar sobre mis problemas con las demás personas, no me gusta demostrar que soy muy vulnerable.
Una cosa es que ellos lo vean y otra cosa es que yo se los diga.
-Solo tuve algunos problemas con Galin doc, nada de que preocuparse- espeto más brusca de lo que esperaba.
-Galin - murmura pensativo - tenia tiempo sin escuchar sobre ella.
Si, claro que no escucho más sobre ella, deje de nombrarla después de que me amenazó con cortarme dedo por dedo si seguía diciéndole a Rodriguez que me molestaba.
-Si bueno, igual no a sido nada doc- comento intentando convencerlo, aunque se que es casi imposible, es un hombre profesional, su trabajo le a dado la suficiente experiencia para analizar la expresión corporal de las personas, no es fácil de engañar.
-¿Donde esta ahora Galin?
-Está en el pasillo detrás de esa puerta, o tal vez fue a molestar a otra persona, no lo sé- gruño.
-¿Por que ella nunca viene contigo?- cuestiona el anciano mientras me escruta con los ojos.
Sonrio. -Este es mi lugar seguro, nunca entraría aquí.
-¿Que te dice ella para lograr ponerte de esa forma? Sabes muy bien que estabas mejorando Heather y con esas actitudes solo logras retroceder, no podrás salir de aquí si no te esfuerzas- suelta un suspiro melancólico-Tienes muchas probabilidades de salir, además, se que estas desviando el tema, te conozco pajarito - canturrea la frase venezolana - pero lo dejaré pasar solo por esta vez.
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El laberinto mental de Heather (Subiendo)
Ficção AdolescenteParedes blancas, un patio estrellado, y un pasado desconocido. Heather Harrison tiene heridas sin sanar, mente confusa y un alma pidiendo auxilio silenciosamente. Y es que, viviendo en un psiquiátrico, ¿cuantos tormentos no tendrá? Continuamente v...