Nueve.

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Emilio desde que tenía memoria siempre se ha pensado a sí mismo como alguien valiente, alguien fuerte y sin temor a nada. Se podría decir que tal vez se debía a su padre que desde muy niño le repetía que en este mundo no tenía nada que temer. Que todo tenía solución y bueno si en algún momento le temía a fantasmas que podrían tomarlo de los pies por las noches, siempre podía llamar a sus padres y ellos vendrían a ahuyentarlos.

Sin embargo la primera vez que sintió miedo de verdad no fue causado por fantasmas o cosas de terror. La primera vez que Emilio sintió ese feo sentimiento, fue el 25 de marzo, el día en que Joaquín tuvo un accidente y su padre perdió la vida, dejando a su mejor amigo hecho en lágrimas y con un pequeño corte en la frente. En su mente aun tiene el recuerdo de como su corazón empezó a correr como si estuviera en una carrera, como las manos comenzaron a sudarle y como su mente repetía una y otra vez las palabras Joaquín. Accidente. Joaquin. Accidente. Como si fuera una película repitiéndose una y otra vez.

Desde ese día Emilio se prometió ser aún más fuerte, y más valiente, lo suficiente para proteger y cuidar a su mejor amigo.

Fue por eso que la primera vez que vio como un chico de cuerpo alto y relleno —compañero de la clase de a lado—, molestó a su mejor amigo en frente de él, unas inmensas ganas de estrellarlo contra el casillero que tenía atrás, lo invadieron. Sin embargo su palmerita; lo tomó del brazo, para después darle un pequeño apretón tranquilizador.

—Debiste dejar que le clavara aunque sea un lápiz accidentalmente, Joaco— ambos salieron de la institución y se fueron a sentar uno frente al otro, en unas bancas que gracias a un gran árbol, daba bastante sombra.

—¿Y dejar que te castigarán? Ni hablar.

—No me hubiera molestado quedar castigado si así conseguía borrar la asquerosa sonrisa de su rostro.

—Emi— Joaquín alargó su mano y lo tomó de la barbilla haciendo que ambos pares de ojos se quedaran viendo fijamente—, no quiero que te lastimes, menos si es por mi culpa— el rizado soltó un suspiro.

— Odio que te molesten y te hagan sentir mal— tomó la mano que el castaño tenía aún sobre su barbilla y la tomó entre sus manos.

—Sé que lo odias, pero el mundo es así. Siempre habrá gente que disfrute molestar a las personas o les agrade el dolor ajeno, pero no tenemos por qué darles esa satisfacción. Lo mejor que podemos hacer es ignorarlos. Además de que no me puedes proteger de todo.

—Sí que puedo— el castaño rodó los ojos divertido—. Siempre te voy a proteger y cuidar, y si es necesario envolverte en plástico de burbujas, lo haré— Joaquín soltó una carcajada ante la ocurrencia de su amigo— ¿No me crees?— preguntó divertido levantando ligeramente una ceja.

—Te creo, por supuesto. Pero no te dejaría hacerlo.

—Encontraria una forma de hacerlo. Sabes que sí lo hago— ambos soltaron otra risa—. Ven aquí— el rizado señaló un espacio a lado de él. Joaquín sin dudarlo, obedeció—. ¿Dormiste anoche?— preguntó cuando lo tuvo a lado.

—Después de que me contaste esa historia sobre ovejas, sí lo hice.

—Así que sólo dormiste unas ¿tres horas?— el castaño asintió—. Tiene sentido que casi te quedas dormido en clases de historia. ¿Quieres dormir un poco? Aún tenemos hora libre.

Joaquín se lo pensó. Nunca había sido muy fan de dormir en clases, no como Emilio que aprovechaba cada oportunidad. A él le daba miedo dormir y despertar con algo pintado sobre su rostro o siendo tendencia en YouTube porque uno de sus compañeros lo había grabado. Aunque sabia que eso era algo imposible, porque primero Emilio les rompería los marcadores a toda su clase o haría descomponer los teléfonos celulares, para que así  nadie pudiera hacer nada en su contra. Así que sin pensárselo mucho y considerando que estaban en el patio de la escuela y Emilio a su lado, termino diciendo que sí.

Underneath the moonlight [Emiliaco] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora