Once.

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Emilio corrió lo más rápido posible. Claramente podía sentir su corazón en la garganta y sus pulmones ardiendo por falta de aire, pero sinceramente no le importaba. Sólo le importaba llegar hasta su mejor amigo.

Cuando por fin pudo localizar los baños de la escuela, un gran alivio inundó su pecho. Con pasos más calmados y tomando todo el aire que sus pulmones podían, abrió la puerta de los baños de hombres.

Lo primero que escuchó al cruzar hacia adentro fue un pequeño sollozo, demasiado pequeño como de un ratón pero tan conocido para el mayor.

Antes de avanzar más pudo divisar unos Converse blancos detrás de una de las puertas de los cubículos, unos Converse que incluso él alguna vez había usado.

Con pasos lentos y silenciosos fue hasta la puerta en donde sabía, detrás de ella se encontraba su palmerita.

—Joaquín sé que estás ahí.

—No, no es cierto— dijo con voz temblorosa. Emilio rodó los ojos divertido y trató de reprimir una pequeña risita porque la situación se le hacia un tanto adorable.

—Estoy escuchando tu voz y estoy seguro que no es mi imaginación.

—No lo sé, podría serlo.

—Lo dudo mucho— Joaquín no respondió—. De acuerdo, entonces supongo que me quedaré aquí hasta que me quieras abrir la puerta— al no obtener respuesta alguna, el mayor se deslizó hasta que quedó sentado con la espalda recargada en la puerta.

Joaquín que se encontraba del otro lado vio como ahora su amigo se encontraba sentado en el suelo e imitó su acción quedando de igual manera recargado.

—No sé muy bien que fue lo que sucedió pero déjame decirte que el profesor Rodriguez reprobó a Brayan y su bola de amigos sin cerebro. Los muy idiotas no pudieron completar las 5 vueltas que estaba pidiendo.

Emilio esperaba tener alguna reacción diferente, tal vez alguna risa o un comentario, pero no recibió nada al respecto. Y eso le estaba preocupando. Sin embargo algo notó y es que a penas registro el hecho de que su mejor amigo ahora también estaba en la misma posición que él y una gran idea vino a su mente.

Lentamente deslizó su mano hacia dentro del cubículo, esperando que por lo menos Joaquín captara el hecho de que quería tomarle la mano.

Cuando creía que no se la iba a tomar sintió la cálida mano de su mejor amigo sobre la de él. Sonrió de inmediato.

—¿Palmerita?

—Hum.

—Sólo quiero que sepas que jamás estarás solo, siempre me tendrás aquí para sostener tu mano, estaré aquí para ser lo que tú quieres que sea. No tienes porque pasar por esto por tu cuenta, porque ya no eres tu contra el mundo; ahora somos tu y yo contra el mundo.

Por unos segundos no se escuchó nada más que las respiraciones de ambos chicos, y justo cuando Emilio iba a volver a hablar un gran sollozo se escuchó de nuevo a la vez que sentía un gran apretón en su mano.

Emilio no dijo nada, dejando que su amigo pudiera desahogar todo lo que tenía que desahogar. A los cuantos minutos la mano que tenía sostenida fue retirada, y el ruido de la puerta siendo abierta lo hizo levantarse del suelo.

Joaquín abrió la puerta lentamente y se encontró a su mejor amigo, aún con su ropa deportiva y una banda sosteniendo sus rizos hacia atrás. Emilio le sonrió e inmediatamente el menor corrió hacia sus brazos. Se acomodó contra el cuerpo del mayor, dejando sus brazos en la cintura del contrario y hundiendo su cabeza en el pecho de su mejor amigo; mientras que Emilio sólo lo rodeó y lo apretó más hacia él.

—Te quiero mucho, Emi— dijo después de unos minutos aún con la voz en lágrimas.

—Y yo a ti, Joaco— lo separó un poco de su cuerpo—, ¿me dirás qué sucedió?— el menor asintió.

—Yo... no lo sé— tomó un largo suspiro y sus manos tomaron entre sus dedos la playera de su amigo, jugando nerviosamente—. Me sentía un poco triste. Ya sabes, vi que el cielo estaba nublado y no me gustan los días así porque recuerdo el accidente— en algún punto, su miraba había bajado un poco por lo que Emilio tomó su rostro y enfocó sus ojos en él.

—Lo sé, pero aún no me estás contando todo— Joaquín volvió a asentir.

—Cuando fuimos a las canchas para la clase de educación física me fui a sentar a las bancas, ya sabes que en esa clase puedo tomarme un descanso si quiero y hoy no estaba de humor para hacer algún ejercicio. Por lo que cuando me puse a leer mi nuevo libro, Brayan y sus amigos se acercaron a mi y empezaron a molestarme— su mirada se desvió hacia otro lado recordando con enojo todo lo que esos niños le habían dicho—. Yo intenté, Emi. Juro que intenté que no me lastimara lo que me dijeran pero no pude. Cuando mencionaron a mi papá no aguanté más y me vine hacia acá— finalizó—. Perdón si te preocupe— volvió su mirada a Emilio.

—No te preocupes, Joaco— los sostuvo más fuerte apretando el abrazo—. Yo iría a donde sea que vayas— Joaquín se despegó un poco de nuevo y volvió a fijar su vista en él. Y entonces la mente de Emilio hizo corto circuito; estando así, observando a su mejor amigo, con los ojos grandes y brillantes por las lágrimas, sus pestañas tupidas y largas, y esos lunares que parecían constelaciones, se dio cuenta de lo hermoso que su amigo era, no es como si no lo hubiera notado antes, claro que sabía que Joaquín era hermoso pero ahora de frente a frente se convencía cada vez más.

Así que casi por impulso, se acercó lentamente al rostro de su mejor amigo; sus ojos ahora mirando los labios del menor y su mente sin pensamientos claros, solo enfocándose en una sola cosa: besar a su mejor amigo.

Cuando sus labios tocaron los labios de Joaquín pudo sentir millones de fuegos artificiales estallando en su interior, algo así como los fuegos artificiales del día de la independencia pero multiplicado por mil.

Ninguno de los dos se movió, solo estaban ahí sintiendo los labios del otro, no fue hasta que Joaquín abrió sus labios ligeramente y Emilio logró acoplarse a ellos.

Fue un beso inocente y dulce, pero reconfortante a la vez.
Después de unos segundos más, ambos chicos se separaron.

—Yo...

—Me gustó— admitió el castaño con sus mejillas ardiendo en rojo.

—Yo también— respondió el rizado con una sonrisa la cual fue devuelta.

—Bueno yo... creo que deberíamos salir.

—Sí, claro ¿Vamos?— Emilio le extendió la mano.

—Sí— ambos salieron de los baños de esa manera, tomados de las manos. Estando más seguros que antes de que ahora ninguno de los estaba solo, porque ahora se tenían.

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Dato; la razón por la que Joaquín pude excusarse en clases de educación física es porque gracias al accidente sufrió ciertos daños que lo obligan a no hacer exceso de activación física. Por eso él puede decir que le duele algo por ejemplo el tobillo o cosas así y lo tiene justificado. Aunque a veces sea mentira je. 

-Ame;

Underneath the moonlight [Emiliaco] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora