Londres;
Charlotte Darling no era una mujer conocida por sus refinados modales, ni por su obediencia y sumisión. Tampoco por su madurez y sensatez. Charlotte era impulsiva, llena de rebeldía y coraje. Hermosa e ingeniosa, pero jamás llegaría a ser una dama. O al menos, según la opinión de su padre, no hasta que se casara. Por lo que, dado el carácter obstinado de la joven, no iba a ser bien recibido.
― ¡Ni hablar! ¡No puedes obligarme! ¡Me niego a casarme con él!
Su padre, Juan Darling, se masajeó el puente de la nariz con el dedo pulgar e índice. Debía armarse de paciencia si quería que su hija cooperara. Tenía dieciocho años y no hacía más que comportarse como una niña malcriada y caprichosa. Siempre hacía lo que le venía en gana, y eso era algo que estaba harto de tolerar. Ya era hora que asumiera responsabilidades.
― No puedes negarte, y sí, puedo obligarte. Está en mi derecho como padre hacerlo. Te casarás el mes que viene con Edgar Becher. Y no se hable más ―sentenció su padre como un ultimátum. Charlotte abrió la boca para hablar de nuevo, o para protestar nuevamente, pero su padre no se lo permitió―. He dicho que no se hable más. ¡Elenor! ―voceó. Una jovencita menuda, con un vestido oscuro y un delantal amarillento con bordados blancos apareció por una de las puertas.
― Señor ―murmuró solemnemente.
― Lleva a mi hija a su habitación, tiene que descansar. Mañana será un día muy largo.
― Pero...
― Nada de peros, Charlotte. Tienes que empezar a asumir que ya eres una dama. Y como tal tienes ciertas responsabilidades.
Charlotte empujó el taburete cerca de la cómoda con el pie, propinándole tal patada que logró dejar un pequeño boquete en la pared. Sonrió complacida, pero enseguida se percató de lo infantil e inmaduro del gesto y se dio media vuelta, dándole la espalda a su absurda pataleta. No tenía sentido ensañarse con un taburete cuando su verdadero problema estaba a unas cuantas escaleras debajo de ella. O tal vez a unas cuantas manzanas, pues de no ser por Edgar Becher, ella no tendría que casarse. O al menos no con él. Tal vez otro le habría gustado, pero sabía ya de antemano que Edgar no era de su agrado. Era prepotente, demasiado rico como para ser humilde. Y un pervertido. No le gustaba nada cómo la miraba, ni cómo miraba al resto de la servidumbre femenina de su casa cuando venía de visita. En definitiva, no lo quería como esposo por nada del mundo.
Charlotte se acercó a la cómoda y cogió un peine de planta que reposaba tranquilamente sobre la madrera pulida y barnizada de un tono oscuro. Lo miró con cierto recelo y luego se miró en el espejo. Tenía el cabello revuelto, la piel demasiado pálida y sus mejillas, antes sonrojadas, habían perdido color. Se mordió los labios para que estos recobraran un poco del rojizo que los caracterizaba, luego se pellizcó las mejillas para conseguir el mismo efecto. Se miró de nuevo, se peinó un poco y medio sonrió satisfecha ante la imagen. Ya no parecía tener miedo, tenía que conservar su aspecto vivaz y altivo
― ¡Lottie, Lottie!
Charlotte dejó el cepillo al instante para coger al vuelo a un pequeño de siete años que corría como si el mismísimo demonio le pisara los talones. Entrando como un huracán embravecido en su habitación, gritando como un poseso. Charlotte echaba de menos poder hacer semejantes escenas sin preocuparse por que su padre pudiera regañarla por no actuar como una dama.
― ¡Tommy! ¿Qué monstruo del armario ha salido a comerte para que corras de esta manera? ―exclamó conteniendo la risa a duras penas.
Thomas, su hermano pequeño de siete años, era una calcomanía suya algo más joven. Su padre parecía estar realmente agotado con el pequeño, sobre todo después de tener a alguien como ella. Pero Charlotte estaba encantada.
― ¡No tengo monstruos en el armario! ―exclamó―. Papá ha dicho que vas a irte pronto. Miente, ¿a que sí? ―preguntó angustiado.
Charlotte miró por primera vez al pequeño seriamente. Hasta ahora no había tomado consciencia de los hechos, pero que su padre hubiera dicho aquello con tanta soltura, y delante de Thomas, significaba que las cosas iban en serio. Iba a casarse. Con Edgar Becher. Y por mucho que se negara nada podría hacer para impedirlo. Tal vez si su madre siguiera con vida podría convencerle de que no debía obligarla a casarse con alguien a quien detestaba, pero ella había muerto siete años atrás mientras daba a luz a Thomas. Y su padre había quedado destrozado. Por lo que fue incapaz de educar al pequeño y a ella con suficiente paciencia. Era por eso, también, que se encontraba en ese aprieto. Su padre solo intentaba hacer lo correcto, o lo que las normas sociales dictaban. Una hija debía contraer matrimonio en su edad de esplendor, y ella ya la había pasado hacía cuatro años. Su padre lo dejó pasar por su inexperiencia, pero ya era demasiado. Y las prisas nunca eran buenas. Las consecuencias, por desgracia, habían recaído por completo en ella.
Se dejó caer sobre la cama con cierto desánimo. Thomas se preocupó al instante, su hermana Lottie jamás se deprimía.
― ¿Qué pasa, Lottie? ―Charlotte lo miró con una sonrisa triste.
― No crezcas nunca, pequeñajo. Crecer te trae problemas, créeme.
Entonces el rostro del pequeño se iluminó como una bombilla. Se sentó de un brinco en la cama y dejó que los pequeños saltos sobre ella se detuvieran sin evitar revotar un par de veces más.
― ¡Podemos ir a Nunca Jamás! ―gritó entusiasmado. Charlotte dejó escapar una risa irónica―. ¡Allí no tendríamos que preocuparnos por los problemas! Sonreirías otra vez, ¿a que sí?
― Probablemente ―coincidió Charlotte con una sonrisa triste en el rostro. Sería genial que fuera tan sencillo. Irse a Nunca Jamás, con Peter Pan y los niños perdidos. Luchar contra Garfio y, simplemente, no crecer jamás. No tener que casarse nunca.
― ¿Si Peter Pan quisiera llevarte a Nunca Jamás, querrías ir? ―preguntó con ilusión. Charlotte lo miró y sonrió con ganas. Si fuera posible...
― ¡Por supuesto, Tommy, si pudiera me quedaría allí para siempre!
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¡¡Hola a todos!! Aquí vuelvo con otra historia llena de fantasía, donde el malo del cuento se convierte en el protagonista. Siempre suele gustarme imaginar más allá de los villanos, su pasado, porque son como son. Esta es una idea loca que se me ocurrió hace poco, y creo que puede ser interesante^^ Garfio, el malvado capitán que quiere vengarse de Peter Pan y siempre intenta algo en su contra, deja de estar solo por fin! Al parecer, necesitaba la ayuda de una joven descarada e impertinente que volverá del revés todo su mundo.
Espero que les interese el tema y les guste el inicio ^^
¡¡Besitos a todos,, y mil gracias por leer!!
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Garfio
Random"Hace falta mucha fe, confianza, buenos pensamientos y polvos de hada para hacer creer en la magia a alguien que ha perdido la fe..." Charlotte Darling tiene 18 años recién cumplidos y un problema que parece incapaz de resolver. Su padre quiere casa...