Capítulo 17: Difícil decisión

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El tío de Lottie, Michael, la había preparado para combatir con la espada. También a ser sabia cuando era momento de tomar una decisión, de saber usar lo que había aprendido para defenderse o proteger a quienes amaba. Michael la enseñó bien. Pero por mucho que quisiera pensar en un modo de salir de aquella nefasta situación, Lottie veía un pozo negro ante sus ojos.

Antes de llegar a Nunca Jamás, sus problemas se reducían a su inminente matrimonio con Edgar Becher. Un compromiso que deseaba evitar a cualquier precio. Sin embargo, viéndose secuestrada por un repugnante pirata que se la tenía jurada y que, además, no le otorgaba ni una pizca de simpatía, sabiendo perfectamente las intenciones que pasaban por la mente calculadora del hombre, Lottie reconsidero ese "a cualquier precio".

Intentó de nuevo pensar en un modo de escapar que no tuviera que ver con dar patadas, puñetazos o gritos ensordecedores, pero lo único que le vino a la mente fue el rostro contraído por la furia y la preocupación de James... O como todos lo conocían allí; Garfio. Michael la había ensañado que ser una mujer no significaba que necesitara a un hombre para ser rescatada. Recordaba perfectamente como había discutido cada uno de los cuentos infantiles que Wendy había intentado contarle antes de que empezara con sus historias de Nunca Jamás. No le gustaba pensar que su ojito derecho, es decir, Charlotte Darling, pudiera depender de nadie más que de sí misma para defenderse. Así que no entendía por qué razón estaba esperando ser rescatada como si fuera una damisela en apuros en lugar de idear un plan para quitarse de encima a ese energúmeno con aliento de sapo. De todos modos, al menos no había pensado en un príncipe azul de cuento. No. Lo más curioso de todo, pensó Lottie, era que su imagen de héroe, su salvador, llevaba el rostro de un malvado villano, de un pirata, de Garfio.

Era algo irónico que su príncipe azul fuera el antagonista que había protagonizado todos los cuentos que escuchaba cuando era pequeña...

― ¡Cállate de una vez, princesa! ―la reprendió Gary sujetándola con más fuerza―. Destrozarte la garganta no va a servir de nada. Nadie vendrá a rescataros.

Los pasos del pirata llegaron al final del pasillo. Boca abajo, Lottie pudo ver las escaleras que llevaban a cubierta. Librarse de Gary y subir las escaleras no era un modo de escapar, consideró. Arriba lo único que encontraría sería a más piratas dispuestos a terminar lo que Gary no había ni empezado. Volver a atrás para intentar liberar a Garfio tampoco era una opción. En el mejor de los casos llegaría hasta la puerta, y una vez allí no tendría la menor idea de cómo abrirla. En el peor... bueno, para empezar tenía que librarse de los brazos de hierro de Gary, una tarea que por ahora había resultado el problema principal de Lottie. Porque de poder librarse aunque fuera unos pocos segundos de esos brazos que la mantenían inmovilizada, podría buscar alguna arma con la que combatir. Por muy bien que se le diera la espada, ese pirata era más grande, más alto y más fuerte que ella. Y nada podía hacer contra eso.

Así que mientras pensaba, el pirata la llevó hasta el camarote que había sido de Garfio antes de que los piratas planearan el motín. Sin soltarla, la depositó sobre la cama, una con las sabanas de seda hechas un revoltijo a los pies, pero en lo general bastante lujosa. Cogió un trozo de la tela para atarla y sonrió al ver que no podía moverse. Lottie lo intentó una vez, las ataduras eran fuertes pero tenía cierta movilidad con las manos. Como Michael decía, nunca enseñes tu mejor carta antes de que termine la partida, bien podrías necesitarla. Claro que eso lo decía cuando jugaba con su padre y otros amigos en el salón de casa, mientras todos pensaban que ella estaría durmiendo plácidamente en su habitación desde hacía horas. No obstante, tenía razón. Si Gary se daba cuenta de que podía llegar a soltarse o conseguir un modo de liberarse, la ataría más fuerte. Y necesitaba escapar de algún modo.

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