Capítulo 2: Volar

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Thomas esperó pacientemente a que las luces de la casa se apagaran por completo. Era sencillo saber cuándo eso ocurría, pues su padre siempre apagaba la luz de la puerta del jardín en último lugar. Estaba ansioso por que la oscuridad lo invadiera todo, porque solo así la magia llegaba a su ventana. La había dejado entreabierta, como siempre. Y en cuanto la última luz de la casa se apagó, Thomas salió de un brinco de la cama.

Corrió hacia la ventana y la abrió de par en par. Las cortinas blancas y de terciopelo azul volaron ante el aire fresco que entró en la habitación, pero lo ignoró. Miró el cielo, donde las dos estrellas, una mayor a la otra, brillaban con intensidad. Su hermana fue quien le contó las historias y aventuras de Peter Pan. Su tía antes que ella las había relatado cuando Charlotte era una niña. Wendy Darling todavía creía en Peter Pan, decía que jamás dejaría de creer en él, porque ella sabía que existía mejor que nadie. Y Thomas, años más tarde, cuando Charlotte empezó a pelear con papá, pudo comprobar que Wendy tenía razón. Peter Pan era real.

La luz de la estrella mayor empezó a intensificar su brillo. Cada vez parecía más grande, y Thomas sonrió al saber que esa sería una de las noches. Seguramente lo habían escuchado todo. Se apartó de la trayectoria de la estrella, y la luz entró por la ventana aterrizando sobre la cama acolchada. Un muchacho sobrevoló la habitación siguiendo la estrella, y se detuvo a pocos metros del niño, que lo miraba entusiasmado.

― Un aterrizaje espectacular, Campanilla. Tendremos que mejorar esa entrada ―exclamó mirando a la pequeña hada, la cual intentaba quitarse sabanas y mantos de encima.

Thomas corrió hacia el hada y la cogió con ambas manos, con muchísima delicadeza.

― ¿Estás bien, Campanilla? ―preguntó con cautela. La pequeña asintió frenéticamente con la cabeza dejando escapar de este modo un tintineo de campanillas.

― ¡Por supuesto que está bien! Solo está exagerando un poco ―apuntó Peter con una sonrisa de inocencia fingida. Campanilla volvió la cabeza hacia él con las mejillas hinchadas de indignación―. ¡Bueno! ¿Cómo estás, Tommy? ¿Preparado para pescar tiburones y tirar dardos de pintura con sabor a frambuesa?

Thomas sonrió de oreja a oreja.

― ¿¡Podemos pescar tiburones!? ―exclamó con entusiasmo.

― Mientras no te piquen ―apuntó cruzado de brazos en el aire y con una mueca burlona.

Pero antes de que ninguno de los presentes se moviera, Thomas recordó algo muy importante. Algo que había despertado su entusiasmo esa vez en concreto.

― Peter… me gustaría preguntarte algo… ―murmuró con cierto temor. Campanilla se sentó en su hombro mientras el pequeño hablaba. Peter jugaba con una de sus espadas de juguete hechas de madera.

― ¡Claro, dime! ―murmuró despreocupado.

― Mi hermana, Lottie… ¿Podría venir esta vez con nosotros? ¿Le he preguntado si querría venir y ha dicho que sí? ―A Peter se le escapó la espada de las manos y cayó al suelo con un golpe sordo.

― ¿Por qué? ¿No lo pasas bien con nosotros? ―preguntó entristecido. Thomas negó con la cabeza.

― Sí, claro que sí. Pero Lottie estaba triste, y papá quiere que se marche ya. Creo… que quiere que se haga mayor. Si se hace mayor… será aburrida, ¿verdad? ―Peter posicionó los brazos en forma de jarra, observando al pequeño con curiosidad.

― Tu hermana ya es una adulta.

― Sé que no pueden ir adultos a Nunca Jamás… Pero es una situación especial. Lottie todavía no es una persona mayor, pero si se queda aquí… papá la convertirá en una adulta… y ya no querrá jugar nunca más…

GarfioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora