Capítulo 13: Ni un instante de paz

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Sorpresa fue lo primero que sus claros ojos expresaron. Abriéndose de par en par, Lottie esperó lo que ya sabía que sucedería. No era la primera vez que alguien la besaba, pero el recuerdo de ese efímero contacto físico había sido de lo más desagradable.

            Fue Edgar el primero que la besó sin permiso, sin delicadeza y sin el más mínimo interés en sus preferencias. La había tratado como si fuera un objeto más decorando su casa, como si el hecho de besarla fuera lo mismo que coger un ladrillo caliente para reconfortar los pies fríos. Sus labios habían recorrido su boca con ansia, con predeterminación y exigencia. Esperando que ella cubriera todas sus necesidades. Y cuando creyó que ya era suficiente, la depositó donde estaba y sonrió con satisfacción, sabiendo con certeza que lo que había hecho era exactamente lo que ella había estado deseando.

            Por esa razón, cuando Garfio la sujetó y la acercó a él para besarla, se anticipó a la sensación. El pirata cogía lo que quería, como Edgar. No le importaba lo más mínimo lo que ella deseaba... O eso había pensado cuando sus labios se posaron sobre los de ella.

            La tirantez que mostró y la tensión de su gesto habían hecho cambiar la posición del pirata, y por primera vez, Lottie olvidó por completo todos sus pensamientos. La mano grande y callosa del Capitán la sujetó con cuidado por la nuca, y la acomodó sobre su regazó sin dejar que el contacto se perdiera. Lo que había comenzado como un roce rudo y torpe, se había convertido en un beso apasionado y dulce. Sus labios, en lugar de presionarse y devorarla, la acariciaban con suavidad. El Capitán parecía estar degustando un plato exquisito, pero a Lottie le pareció que el beso la abrazaba. No quería que ella se sintiera invadida, intentaba que reaccionara, que tomara lo que ella quisiera. Y cuando vio que el Capitán le daba solo lo justo y no intentaba ir más allá, ella sintió que se ahogaba. Con los pensamientos encapotados, Lottie alzó las manos y se sujetó a sus hombros mientras profundizaba el beso, intentando descubrir por qué razón él se mostraba paciente.  Ella no había deseado que él la besara, sin embargo, cuando el Capitán interrumpió el beso con torpeza y la dejó sobre la hierba nuevamente, tuvo la certeza de que le había gustado, a pesar de que Garfio no tenía la expresión de saber que ella había querido el beso. Más bien parecía lo contrario.

            Saber eso la dejó inquieta y preocupada. Jamás habría imaginado que besar podría ser... agradable.

           

            Antes de que Lottie pudiera encontrar las palabras para decir algo, Garfio se levantó con pesado gesto permitiendo que la herida sangrara libremente. Lottie se percató de ello, pero el pirata no la dejó iniciar ningún comentario con referencia a su dolencia.

            ― Iré a lavarme la herida ― comentó sin mirarla―. Quédese aquí, milady.

            Lottie lo observó caminar hacia el río, avanzó unos metros más hasta quedar oculto por un árbol grande y unos matorrales altos. Apartó la vista.

            ¿Qué había pasado? ¿Por qué había tenido esa sensación? La primera vez que la besó, en el barco, pudo confirmar que sus expectativas sobre los besos eran correctas; no se trataba de un contacto agradable. Pero... ¿por qué razón le había parecido ahora tan distinto?

           

            El Capitán James Hook, o como en Nunca Jamás lo conocían; El Capitán Garfio, retiró el trozo de tela que había utilizado la joven como torniquete. La sangre de la herida siguió brotando, pero la pierna se mostró menos tensa. Con la misma tela taponó la herida para limpiar un poco la sangre antes de meter la pierna entera, quitándose antes las botas y los pantalones, dentro del frío río. El agua helada lo reconfortó en cierta medida, pero no permaneció mucho tiempo dentro. Limpió la herida con las manos y el agua, y volvió a salir sin emitir ningún sonido de dolor. Apretó la mandíbula y se sentó en el borde del río, sobre una roca. Lavó en esa posición la tela, la escurrió y la volvió a situar sobre la herida para drenar la sangre. Sabía que eso no detendría la hemorragia, pero necesitaba descansar unos instantes antes de encontrar un modo de frenarla permanentemente. Con la mano sobre la herida, miró hacia el cielo estrellado y respiró profundamente. La luna iluminaba tanto que parecía de día, era una suerte. Siempre había odiado la oscuridad...

GarfioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora