Capítulo 4: Prisionera

8.8K 852 174
                                    

Los arboles terminaron de forma brusca en una sucesión de plantas y maleza. Sus pies descalzos, ocultos solo por unos calcetines blancos, o lo habían sido al inicio del día, se hundieron en arena suave i fresca. Alzó los ojos, enfurecidos aún por sus propias palabras, y vio el reflejo de la luna sobre la inmensidad del mar. Las oscuras aguas calmas no levantaban ni una triste ola. El cielo tenía millones de estrellas esparcidas sobre su tez oscura.

Lottie respiró hondo la suave brisa marina. Había llegado a la playa. Una sonrisa curvó sus labios.

A Charlotte siempre le había encantado el mar, pero su padre había asegurado que una señorita jamás juguetea en las olas ni moja sus limpios y hermosos vestidos en el agua salada. Tampoco podía ensucias sus zapatos con la arena húmeda de la playa. Y era impensable que se descalzara. Así que había tenido que contentarse con observar el mar desde los paseos Londinenses. Pocas ocasiones en soledad.

Así que viéndose en camisón azul, como un faro en medio del océano, y descalza, totalmente sola, se apresuró a quitarse los calcetines y correteó hacia la orilla. Su sonrisa se convirtió en dulces carcajadas. Esperaba que el agua estuviera fría, pero la descubrió cálida. El día debía ser tan caluroso que aunque la noche fuera fría la temperatura del agua no perdía calor.
***

No lejos de allí, un navío grande y majestuoso había echado amarras cerca de unas rocas. El barco se encontraba tranquilo, con algunos hombres durmiendo en cubierta, pero en contra de lo que se pudiera pensar, su capitán no se hallaba en su camarote. Por el contrario, el capitán del buque caminaba con una sonrisa maliciosa por tierra firme. Tres hombres fuertes y grandotes lo acompañaban, junto a otro un poco menos imponente, su segundo de abordo, su hombre de confianza. Este último lideraba el grupo, indicando el camino correcto. Su capitán, mostrándose tranquilo pero impaciente en su fuero interno, seguía al hombre con pasos firmes.

Smee visualizó los ropajes azulados de la joven mucho antes de llegar a la playa. Era una suerte haberla visto, pues su intención distaba mucho de hallarla allí. Su rumbo estaba fijo hacia el último lugar donde la había visto; la casita del árbol donde Peter Pan la había dejado esa misma mañana. Sonrió satisfecho de no haber metido la pata y corrió hacia el borde de la playa, donde los matorrales aún los cubrían.

― ¡Allí está, capitán! ¡Como le había dicho!

Garfio se aproximó para ver lo que su segundo de abordo le decía. En efecto, en la orilla, jugando inocentemente con las olas, estaba la niña de la que Smee había hablado. ¿Peter Pan había vuelto a traer a Wendy? Se preguntó. Pero Wendy era un poco más bajita que esa niña, y no recordaba que sus cabellos fueran tan largos. El tono era el mismo y también los llevaba rizados, pero a diferencia de Wendy, se esparcían largos sobre su espalda y su hombro izquierdo descubierto. El camisón empezaba a mojarse por el chapoteo y escuchaba sus risas desde allí.

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que Wendy se marchó de Nunca Jamás, pero sospechaba que años. Así que esa niña no podía ser Wendy. O al menos no lo parecía. Fuera como fuese, Peter Pan había traído a la chica, así que era una buena carta que estaba dispuesto a usar para ganar.

Sin perder más tiempo, indicó a sus hombres que permanecieran allí hasta próxima orden. Smee hizo lo mismo, así que fue Garfio el único que avanzó sobre la arena hacia la niña que jugaba en la orilla.

Pensaba ya en el trato que le ofrecería a Peter Pan. Tenía ideada la mentira que le diría a la niña para que confiara en él. No era nada difícil engañar a una niña enamorada. Todas querían una única cosa, que su amor se diera cuenta de lo que sentían por ellas. Wendy así fue, y esa niña no sería distinta. Pero a medida que avanzaba por la arena e iba acercándose a la niña, su sonrisa fue apagándose. 

GarfioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora