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El camino a casa estuvo prácticamente silencioso. Sólo hablamos acerca de cómo haríamos el trabajo y Moa dijo que íbamos a reunirnos en la biblioteca de la escuela todas las tardes luego de clases.

—¡Ni loca haré eso! —exclamó elevando la voz luego de que yo cuestionara su plan y propusiera hacerlo en alguna de nuestras casas—. No llevaré a tu amiguita a la casa de mi abuela, ni pienso encerrarme en un espacio tan pequeño con ella —agregó rápidamente—. En la biblioteca tenemos todo lo que necesitamos y evitaremos cualquier clase de accidente que mi mal carácter pueda ocasionar, ¿no lo crees?

—Eres tan infantil a veces —gruñí por lo bajo—. ¿Acaso no puedes dejar las diferencias de lado y tratar de hablar con ella? Sé que podrían llevarse bien si...

—Dije que no, Yui —me interrumpió—. Para empezar tú la metiste al grupo, y sin preguntarme. No discutí contigo por ello y hasta te dije que estaba bien si eso era lo que querías, siempre y cuando ella no sea un estorbo. Por lo tanto, creo que tengo derecho a elegir cómo haremos las cosas, ¿no lo crees? —continuó volteando a verme. Yo giré mis ojos y suspiré—. Tómalo o déjalo.

—Bien. Haremos como tú digas. No quiero empezar una pelea por algo tan estúpido.

—Gracias —fue lo último que dijo antes de permanecer el resto del camino en silencio.

Cuando doblamos la esquina y fuimos capaces de divisar nuestras casas a lo lejos, escuché como suspiró frustrada antes de maldecir por lo bajo.

—Maldita sea, ¿qué hace aquí a esta hora?

Yo volteé a verla extrañada y al notar su entrecejo fruncido y la forma en que apretaba su mandíbula, automáticamente regresé mi vista hacia el frente para buscar la razón por la cual tuvo esa reacción tan repentina.

—Oh... —balbuceé para luego morder suavemente mi labio inferior. 


Ahora entendía por qué insultó y por qué antes en el parque dijo que estos días estaba enojada...


Su padre había regresado...


Ella odia que él venga... Aún no le perdona el que prácticamente la haya abandonado y dejado con su abuela para ocuparse de su trabajo. Y... no la culpo. En el momento en que ella más necesitó de su padre, éste no estuvo. De hecho, básicamente perdió la oportunidad de verla crecer por poner como prioridad otras cosas antes que a su hija.
He visto tantas veces llorar a Moa cuando era pequeña por ese motivo, que perdí la cuenta... por eso mismo es que a mí tampoco me agrada su padre.

—Cariño, regresaste —dijo Keiko-san, quien al verme sonrió ampliamente—. Y con Yui además...

—Hola, abuela.

—¿Cómo has estado, querida? —preguntó dirigiéndose a mí.

—Bien, Oba-chan. Ocupada con cosas de la escuela.

—Lo imagino —respondió acariciando mi cabello—. El día que estés más tranquila con eso, ven... te prepararé tus galletas favoritas —agregó pasando a mi lado para dirigirse a sus plantas.

—Claro, lo haré.

—Buenas tardes, Yui-san —oí a aquel hombre saludar. Había olvidado cuán profunda era su voz y por tal motivo sentí un escalofrío en todo mi cuerpo—. Qué grande estás. Hacía mucho tiempo no te veía.

—Hola, señor Kikuchi-san —saludé dándole una pequeña sonrisa que me fue devuelta por él.

—Buenas tardes para ti también, hija.

—Moa —profirió en tono serio. Su padre tomó una profunda respiración para suspirar lentamente y yo volteé a verla extrañada—. Mi nombre es Moa —recalcó firme—. ¿Qué haces aquí? Creí que hasta la noche no tendría que verte.

Sólo míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora