Capítulo 42.

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- Eso no tiene sentido... - solté una risa levemente.

- Te lo juro Alex. - le miré y mantenía su mandíbula cerrada apretando sus dientes. Suspiré.

- Sigue por favor...

Llegamos al aeropuerto, me ayudó a sacar mis maletas y fuimos a comprar el billete.

- Espera aquí, yo lo saco.

- Toma tengo algo de dine..

- No. Guárdatelo, ahora vuelvo.

Me dejó en los asientos donde había bastante gente y mucho ajetreo. No paraba de pensar en él, en cómo estaría, si estaría bien, y sobretodo, lo que Cameron me había dicho en el coche.

Tardaba bastante, llevaba como media hora esperando cuando le vi entre la gente caminando hacia mi.

- Perdona por tardar, he ido al baño. - Me dio el billete y un sobre, me disponía a abrirlo - No no no no, no lo abras ahora, cuando llegues a casa lo abres...

- Pero, ¿que es?

- No te lo puedo decir, yo solo quiero que lo abras cuando llegues a casa. - le asentí y miré el reloj.

Quedaban como 8 minutos para que saliese el avión camino a casa. Ahora sería llegar, mis padres, las charlas, Bea... ¡Deseaba tanto quedarme aquí! Que rabia. Lo malo es que las circunstancias no me lo permitía, y no me refiero mucho menos a él, que no tiene la culpa de nada, pero... Quizá era miedo a enfrentarme a los supuestos problemas que tenía en mi verdadera casa. Ese miedo que teníamos el poder de quitárnoslo nosotros mismo como bien me dijo él un día...

- Creo que tienes que recoger las maletas e ir al avión... - miré la pantallita la cual me indicaba lo mismo.

- Creo que si... - suspiré - Bueno... Cameron me quedo con mucho de ti ¿vale?

- ¿Con todo? - me guiñó, sabia que se refería a esa vez en el hotel. Me sacó una sonrisa.

- A todo. Sobretodo con tu corazón enorme, no cambies.

- Tu tampoco cambies, te hemos cogido mucho cariño...

- Gracias.

- A ti. - nos abrazamos bastante fuerte durante un minuto y intentaba librarme de las ganas de llorar.

- Cuando se despierte dile que le quiero... por favor. - él asintió y ahí una lágrima cayó por mi mejilla. Le medio sonreí y me di la vuelta.

Cogí mis maletas y subía las escaleras del avión mirando en qué asiento tenía que sentarme.

Adiós América. Adiós a la gente que he conocido aquí, a la que he dejado de conocer, adiós a este verano que ha sido el mejor con diferencia.

Hola rutina, hola papá, hola mamá, hola a mi verdadera vida. ¡No la quería! Bueno, realmente mi madre siempre me ha dicho que yo he nacido para vivir de cosas caras como Estados Unidos. Yo también lo he creído así, pero ellos me han dado los motivos para serlo.

Soy hija única, mi padre está buen situado y mi madre trabaja gracias a Dios también. Entran dos sueldos en casa para tres personas que eramos, yo me lo curraba en mis estudios y yo tenía mi recompensa. No era la típica chica malcriada, ni la niña de papá y mamá que todo tenía. Para nada. Simplemente si me gustaba algo me lo compraba. Algo normal y que podía hacer. Ahora que he estado en EEUU comprendo lo que quería decir mi madre, aunque a decir verdad esto tampoco era algo muy distinto. Cierto es que estaba sola, con amigos, no dependía de nadie, pero yo sola lo he hecho todo y para mis 17 años creo que esta bastante bien.

Una niña de papá o mamá no hubiese podido...

Me centré en descansar si mi mente me lo permitía durante 10 horas, y poder dormir todo lo que no me permitió los anteriores dos días.

Prácticamente yo pensaba que era imposible, pero sin móvil ni nada con lo cual entretenerme, caí rendida.

Me desvelé con la voz de la azafata diciendo algo en un idioma que no era ni el mio, ni ninguno que pudiera saberme. Finalmente lo dijo en Español de nuevo, solamente quedaban 15 minutos para pisar suelo español.

Miré a mis piernas y veía el sobre blanco que ponía "Cameron". Quería abrirlo. No tenía ni idea de lo que era esto. Ni la más mínima cosa fuera del contexto de que fuese una carta podría pasar por mis pensamientos en esos momentos. Quien sabe, Cam tiene un corazón enorme, puede ser que haya puesto sus sentimientos por parte de todos, o por la suya, o por parte de Nash. Tragué saliva. Nash. ¿Cómo estaría? Creo que era imposible de que esa cuestión saliese de mi mente hasta que nadie me comunicase que estaba estable.

Por fin aterrizamos. Se me hizo eterno el vuelo, tal y como es. Cogí mis maletas, encendí el móvil y bajé del avión. Estaba amaneciendo, no sé que hora sería, mi móvil aun marcaba la hora estadounidense. Conté la diferencia, 6:43 am, y lo más gracioso de todo es que tenía que volver a casa en taxi.

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