Exequias oficiales. Capítulo 36.

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Dos años, seis meses y dos semanas desde la aparición de Andrea

Al día siguiente de la última visita de Contacto al director, en la Dirección General

La joven del traje negro penetró en la bóveda del archivo y recuperó el documento que le indicó el director. Junto a éste, encontró un sobre pequeño de un material muy grueso, perfectamente sellado. Lo abrió con avidez: eran las placas. Estaban limpias, a diferencia de como se las entregó al Director. Sin embargo, quedaban rastros de un aroma inconfundible que sólo ella podría percibir, y por lo que supo que eran auténticas: el de su propia sangre.


Dos años y siete meses desde la aparición de Andrea

En la OINDAH

La organización se cubrió de luto; casi todos vestían de negro. Incluso la gente del CDA usaba distintivos de ese color sobre el uniforme azul gris. Trasladaron los restos del director a la OINDAH, donde hicieron guardia personalidades del mundo entero durante un par de días, desde presidentes hasta activistas de todas las causas imaginables.

En la larga historia de la institución, era la primera vez que un director general moría en funciones.

El personal de todos los niveles de la organización parecía estar enfocado en atender y resguardar a los visitantes. El complejo que conformaba la cede de la OINDAH se convirtió en un búnquer. Los caballos trataban de estar pendientes de cada movimiento, participando en la seguridad, en particular de quienes laboraban ahí ya que no tenían la culpa de que tantas celebridades se reunieran en su sitio de trabajo.

La mujer de negro había comenzado a pensar en qué pasaría cuando alguien más asumiera el cargo. Le aterraba la idea de que De Lois finalmente lograra hacerse con aquello que tanto deseaba. Trataba de no estar afligida pero algo en ella sabía que muchas cosas cambiarían. Eso pensaba mientras observaba el féretro, ubicado en la hexagonal sala de las asambleas semestrales cuya forma era similar a la de un teatro griego clásico.

Sobre la caja, estaban las banderas de la OINDAH y la nacional, así como un largo distintivo negro como de cuarenta centímetros de ancho, con sendas letras 'A' bordadas del mismo color en los extremos, que caían de cada lado de la misma.

Di Maggio también acudió a presentar sus respetos a los restos del amigo de su padre. Era noviembre, fue una tortura para él estar parado ahí junto a la caja con el dolor de la rodilla. En realidad, le resultó terrible también por otras razones que mantuvo en secreto. No acudió al sepelio de su propio padre, cuyo aniversario luctuoso era en octubre. Ese momento le hizo sentir como si estuviera ahí. A pesar de todo el rencor que aún sentía, el doctor siempre sería su progenitor, y el anciano director se lo había recordado más de lo que hubiera deseado.

El directivo fue un hombre querido y respetado, de la vieja escuela, con altos estándares cívicos y políticos que los jóvenes ya no suelen tener. Fueron momentos conmovedores. El único que parecía estar artificialmente emotivo era De Lois, quien era seguido muy de cerca por el Nexo. Comenzaban a descararse.

Una larga caravana desfiló detrás de la carroza cuando el director partió para siempre de la institución a la que le dedicó toda su vida.

En la ciudad, la muchedumbre se congregaba en ambas aceras, detenida por vallas policiacas. Decenas de miles de personas querían observar la carroza pasar. Era un funeral como para un jefe de estado: tal era la importancia de la organización en el mundo. Docenas de patrullas silentes y vehículos de la organización con las torretas encendidas escoltaban el carruaje. Tras arribar al cementerio, las puertas fueron cerradas al público y a la prensa.

En la limusina

Di Maggio volvía a casa, sentado en el asiento trasero del gran automóvil negro conducido por Aurelio, como de costumbre. El chofer sabía cuales eran las rutas preferidas de su patrón, dónde debía esperarlo, incluso, cómo debía oler el auto. Podían estar juntos a bordo por horas sin cruzar palabra. Giorgio era espléndido con la gente que trabajaba para él; no les faltaba nada y ellos lo dejaban en paz.

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