Ocho años desde la aparición de Andrea
En la mansión, después de la discusión con Di MaggioVarios minutos después, Contacto salió de la habitación de la señora Mary. Al fin lo comprendía, de una forma extraña e inesperada. Lo que decían esos cuadritos de silicio y cómo lograron saberlo, cambiaba lo que la mujer de negro sabía, lo alteraba todo.
Cada paso le resultaba difícil, le pesaba. Tenía mucho en qué pensar, pero una sola cosa por hacer. Acababa de entender por qué el suero había tenido efectos distintos en los sujetos que lo habían recibido. Ahora comprendía por qué el doctor Di Maggio desconfiaba de la organización a la que al mismo tiempo le había entregado su trabajo. Entendía por qué calló, por qué se inoculó a sí mismo. Sí, tal vez la usó a ella como incentivo para que aceptaran en la OINDAH resguardar el proyecto de forma secreta, pero jamás le reveló a nadie lo que ahora ella conocía, y que quería que nada más su hijo supiera.
Por eso el doctor le había pedido a su heredero que la protegiera. Pero sin aquello que ella sabía ahora, Giorgio jamás lo hubiera podido comprender. Afortunada y desafortunadamente había demasiado testarudo como para recibir el mensaje. La mujer de negro le hizo jurar a la señora Mary que no le diría nada a nadie hasta que se hubiera llevado a cabo la asamblea. Eso le daba una ventaja que usaría en su favor, para hacer lo que debía, de una vez por todas.
Contacto se preguntaba si haber tenido esa epifanía justo en ese momento sería una especie de castigo, si tal vez ser anti natura tendría un precio, y si era el tiempo de pagarlo. Aunque también seguía creyendo que todo ocurre por una razón.
Parte del precio de ser anómala estaba ahí sentado en el vacío salón, aborreciéndola. Le dolería hasta el último de sus días. Pasó cerca de ahí una última vez antes de salir de la mansión. Seguía cerrado, él habría de beber hasta caerse. Ella iba a poner la mano sobre el picaporte de la puerta del salón por la que tantas veces había entrado, pero se arrepintió. Rozó la madera con los dedos. Deseó decirle lo que acababa de pasar, lo que iba a hacer, pero era mejor evitarlo.
Ella sabía que detrás de este terco, traidor y cruel hombre había un alma torturada, un niño solitario que lo único que necesitaba era que lo amaran. Y ella lo hacía, de alguna forma. Ambos perdieron al doctor. Los dos pasaron por la pena de creer muerta a Andrea y la paz de saber que no era así. Fueron cómplices. Los dos perdieron una vida que no podrían recuperar, justo diez años atrás. Estuvieron juntos en las malas y en las peores, se vigilaron, se mintieron, se presionaron, se sostuvieron mutuamente, se conocían demasiado bien. A pesar de todo, nunca podría odiarlo. Agachó un poco la cabeza pensando en lo que tendría que pasar, estaba segura de que sería lo mejor.
Con los ojos llenos de lágrimas y un nudo en la garganta logró susurrar algo que él nunca escucharía:
—Adiós Di Maggio.
Ocho años y dos semanas desde la aparición de Andrea
Un mes antes de la asamblea semestral y los diez años del proyecto en la OINDAH
La mujer del traje negro estaba esperando. Siguió preparando el escenario con Andrea. Sin embargo, no le contó que logró saber lo que decían las placas. Contacto aún tendría que hacer varias cosas, además de aguardar sin levantar sospechas. Por ello, gracias a la información que Hipólito le dio sobre el bloqueo de las señales del traje, comenzó a practicar la natación. Lo hacía como una forma privada de rebelarse contra la terrible imposición sin dejar de utilizar el uniforme. Se sentaba en la playa hasta que oscurecía, escuchando el mar abierto, contemplando las olas estrellarse.
Una vez caída la noche, entraba al agua con el traje y las botas puestos y nadaba por la costa varios kilómetros al norte del complejo de la OINDAH. Solía llegar a la parte en la que comenzaban los acantilados. Los escalaba y subía a la carretera, para caminar de regreso a un paso lento, en silente protesta. A veces lo hacía con el DDC puesto. Otras lo dejaba en la organización y volvía a recogerlo antes de ir a casa. Una noche, al terminar de trepar, se detuvo un momento para observar el mar desde arriba. Comenzó a profundizar en aquello que había estado evitando. Sabía lo que debía hacer, no tenía otro camino.
Contempló el horizonte en la oscuridad. Su corazón pesaba como el plomo, aunque sería libre. Pero antes, todo tenía que marchar de acuerdo a lo planeado. Y tantas cosas podrían salir mal. «Es la última vez» se repetía. Entonces se dio cuenta de que estaba en el punto más elevado de la carretera. La marea era alta. Vio llegar una ola que se estrelló contra la pared de piedra, rompiendo la tensión superficial del agua; sin pensarlo se lanzó desde ahí. Saltó lo más lejos que pudo de las rocas, hacia la parte profunda. Luchó dentro de la corriente, nadando hacia la playa.
Dos días antes de la asamblea y de los diez años del proyecto en la OINDAH
De noche, en la carretera
El Lector había abordado el vehículo usual de la organización. Siempre conocía los movimientos de toda la gente de interés para su trabajo por diversos medios, en particular, la ubicación precisa de Contacto en todo momento, gracias a Tanaka. Sin embargo, sospechaba que su protocolo ya no era del todo confiable por detalles como la inusual licencia que Hipólito solicitó por un par de días como cuatro meses atrás.
La organización era como su hogar, su vida, Elec nunca la traicionaría. Pero la gente de su grupo, a la que tanto había admirado, hizo mella en su incuestionable fe a los procedimientos. Aquello podría costarle muy caro, lo sabía. Pero no estaba del todo preocupado. Esa mujer anómala que lo había llevado a tener un profundo conflicto consigo mismo, por la que había deseado lo imposible, le podría dar también la posibilidad de reconciliarse. Al traicionar los deseos del consejo directivo de los Alfa, se congratulaba con los postulados fundamentales de la OINDAH y consigo mismo.
Cuando era niño tuvo que defenderse, construirse. Después se convirtió en lo que era gracias a la organización. Pero no todos tenían que atravesar las penurias por las que él pasó, si una institución como aquella tenía una mano tendida para ellos. Y esa era la idea. El poder corrompe, y los Alfa tenían demasiado. No era partidario de que desapareciera el grupo, pero sí de que cambiara su perspectiva. Después de todo, él seguía siendo parte de él, siempre lo sería.
Gabriel había dejado de estar de acuerdo con Versus, que tenía bajo su palma a los otros cuatro de la directiva. Pero quizá pronto haría su punto. Contacto le recordaba su pretérita debilidad. En el fondo, siempre sería un asustado chico gay al que los bravucones del barrio querrían golpear. Ella siempre sería en su corazón una chica cándida y torpe. Le recordaba tanto a sí mismo.
Había tratado como los otros sujetos de control del grupo de ser físicamente como ella. Pero era mucho más como ella de lo que había podido ver antes. Y ella quería algo que le parecía totalmente legítimo. Deseaba darle a otros una oportunidad de sanar sus golpes y quizá hacerlos un poco más resistentes. En eso pensaba justamente, cuando a lo lejos, por la solitaria carretera, vio a alguien vestido con ropa deportiva que le estaba pidiendo un aventón. Estaba sorprendido.
Era Contacto.
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LA ENTREGA
Ficção CientíficaElla solía ser común y corriente. Ya no lo es. Debe entregar un poderoso bien al mundo. Nadie conoce sus límites. La ambición no los tiene. Nada es lo que parece. *Ganadora de Spirit Clock Awards en la categoría Aventura-Acción en 2021 *Ganador...