La hora de la verdad. Capítulo 57.

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Siete años y seis meses desde la aparición de Andrea

En casa de la investigadora

Era temprano. Los bebés seguían durmiendo. Juan José había salido a correr con el perro de la familia. Andrea, aún en camisón, con la bata puesta, pasó frente al cancel de vidrio que se abría hacia un pequeño y bien cuidado jardín, al dirigirse a la cocina. Cuando se acercó a la mesa redonda del comedor, se percató de que alguien estaba sentado en la terraza de madera del otro lado de la puerta de cristal, de frente al prado. Conocía esa fornida espalda aún sin el traje demasiado bien como para asustarse, pero siempre la sorprendía un poco. Tuvo un mal presentimiento.

Sirvió dos tazas de café, una sin azúcar y la otra con media azucarera adentro y salió por la puerta corrediza de cristal, empujando la manija con el codo. Se sentó junto a su amiga sobre la banqueta de cedro que estaba levantada como a cuarenta centímetros del pasto y puso la taza azucarada junto a ella, que vestía un conjunto deportivo. Las dos bebieron sin dirigirse la palabra. La científica no se atrevía a preguntar nada, la expresión de Contacto era críptica. Estaba un poco pálida, tenía los ojos un tanto rojos. Suspiró.

—¿Tanto me detestas aún? —preguntó con seriedad sin voltear a ver a Andrea, con la mirada dirigida hacia la barda cubierta de hiedra.

Su amiga negó con la cabeza, encogiendo los hombros, observándola intrigada con sus oblicuos ojos color avellana, tratando de decir que no entendía a lo que se refería.

—Vamos, no me vengas con que no lo sabías, claro que lo sabes —dijo.

Hubo un silencio tenso. Andrea trataba de descifrar.

—¡Vamos, dilo ya! —exclamó Contacto, golpeando la duela con la mano abierta, haciéndola estremecer.

—¿De qué hablas? —respondió preocupada.

Contacto tragó saliva.

—Me harás decírtelo. Bien. Te lo diré. Monitorean cada uno de mis movimientos con ese estúpido traje. Saben siempre dónde estoy, qué es lo que hago. Qué tan alto puedo saltar, qué tan fuertes son mis golpes. He estado allí, Andrea, donde lo miden todo desde el primer día que me lo puse. Pero creo que no es lo único que han hecho, ¿verdad?

—No sabía que... —susurró su interlocutora. Su mirada estaba saturada de asombro.

—Te pido que me dejes saber un poco de la verdad. Me metí sola en esto, lo sé. Pero también fue por ti, deseaba con todo el corazón que pudieras sobrevivir al cáncer para tener todo esto. Por favor, déjame saber la verdad —. Hablaba sin enojo, conteniendo la tristeza, suplicando.

—¿Cómo que te monitorean?—preguntó Andrea, llevándose la mano temblorosa a la boca.

—Parece que el traje tiene sensores, lo miden todo.

—¿Cómo supiste eso?

—Me enteré, es lo que importa —respondió Contacto viendo el pasto.

—No lo sabía, te lo juro —afirmó Andrea consternada.

—Me he preguntado por qué harían eso. ¿Necesitan saber todo el tiempo dónde estoy y qué hago porque piensan que soy peligrosa? ¿quieren protegerme? ¿controlarme?

—Quizá... quizá también querían conocer todo tu potencial, saber hasta dónde podías llegar —musitó Andrea.

Contacto se mordió en labio y se quedó en silencio un momento, pensando.

—Pues les he dado mucha información. Cientos de rondas con los caballos, saltos, carreras, todo lo que he hecho creyendo que nadie lo vería nunca. He sido tan estúpida...

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