Miel de brezo. Capítulo 15.

62 8 97
                                    

Diez semanas y media después de la aparición de Andrea

En el departamento de la OINDAH que ocupaba Aster

Cada que vez alguien tocaba a la puerta de Miguel (o entraba como lo hacía Contacto), él encontraba la posibilidad de experimentar las sensaciones de sus personajes preferidos de las novelas policiacas, aunque siempre lo tomaban por sorpresa.

Y ahí estaba, de pie en el umbral, la mujer más bella que hubiera visto en su vida. Portaba un maletín de cuero en la mano y un blanco abrigo colgaba de su hombro. Tenía un distintivo de la OINDAH en la solapa.

—Hola. ¿Puedo pasar? —preguntó con sutil sensualidad.

Él trató de ser caballeroso pero no tenía idea de quién era, así que le preguntó con la voz más varonil que pudo salir de su cogote:

—Sólo dígame a quién tengo el honor de recibir.

—Mi nombre es Helena Rige. Colaboro en la OINDAH —respondió tratando de reprimir cualquier indicio de aversión, levantando un poco la barbilla.

Él se quitó del camino para que la rubia ingresara, viéndola adentrarse en el departamento. Su conciencia trató de decirle que era un idiota, pero él la acalló al concentrarse en la escultórica figura de la desconocida que se sentó en el sillón de una plaza y que puso el maletín en la mesita frente a ella.

El chico observó el objeto.

Ella barrió el departamento con la mirada.

—Iré al grano. Rompiste un acuerdo con un conocido mutuo. Obviamente ya no confía en ti.

«¡La gente de De Lois sabe dónde vivo! ¿Cómo es posible?» pensó. Se le ocurrió escapar por la escalera de servicio, pero en cualquier momento podría llegar Eris a darle un tiro.

—De verdad no sé qué fue lo que hice para que trataran de matarme. Les di información valiosa cuando pensé que Andrea estaba muerta. Pero no lo está y ya les dije todo lo que sabía —explicó Aster.

—Fuiste a contarle cosas a una Alfa, traicionando la confianza de nuestro amigo. Eso fue demasiado atrevido de tu parte.

Miguel estaba por abrir su gran boca.

—Malinterpretaron todo el asunto, la busqué por otras razones, no porque fuera una Alfa.

—Tal vez eso podría cambiar las cosas si explicaras a qué te refieres —dijo Helena cruzando las piernas con elegancia.

El programador respiró hondo, su pecho comenzaba a cosquillear por los nervios. Seguía estando entre los dos bandos. Pensó que si le decía la verdad a la rubia quizá la Pesadilla no iría a matarlo. Metió la mano al bolsillo de su chamarra y sostuvo el inhalador, lo usaría si fuera necesario.

—La llamada Contacto era amiga de Andrea en la universidad. Cada una de ellas tenía en su poder un pedazo de información sobre algo secreto e importante. Son dos pequeñas placas de silicio que llevan colgadas del cuello en una cadena.

—¿Y esa información es sobre...?

—No lo sé —respondió Aster—. Cuando Andrea desapareció, yo tenía una de esas cosas en mi poder. Busqué a Contacto porque ella tenía la otra. Se requiere de las dos para saber qué dicen. Quería tratar de leerlas.

Los ojos de la rubia brillaban, pero su rostro era tan inexpresivo como el de la Pesadilla.

—¿Y si no sabes de qué se trata por qué piensas que esa información es importante? —preguntó.

—Ellas recibieron las placas del Dr. Alessandro Di Maggio, el nóbel. Deben contener información muy importante, además de secreta —aseveró el chico de rizada y abundante cabellera.

— ¿Y dónde están esos objetos ahora?

Aster negó con la cabeza. «¿De verdad piensas que voy a revelarte más información?» pensó el chico, haciendo una expresión obvia.

—¿Quisieras que Eris viniera a preguntártelo?

—Quisiera conservar mi vida. Y mi salud —replicó.

Helena trataba de aparentar completa calma, pero sintió sudor frío en la nuca.

—Entonces ha sido apropiado que yo viniera. Haré un trato contigo. Si me das algo que sirva, te aseguro que nadie va a tocarte.

Él también trataba de aparentar tranquilidad.

—Debo hablar con Contacto para poder darles lo que quieren —dijo él.

—Ya veo, ella las tiene. Claro, puedes hablar con ella siempre y cuando no le digas nada sobre mí. Yo lo sabría. Créeme.

Él se quedó en silencio.

—Decías que querías tratar de leerlas. ¿De verdad crees que podrás hacerlo? —preguntó ella con un tono veladamente sensual.

—¿Cómo puedo saber que no tratarán de matarme de todos modos? —preguntó él.

Helena sonrió. Después de todo, el chico era más sensible a la pólvora que a la miel.

—¿Piensas que si desearan hacerte daño yo estaría aquí hablando contigo? Sabemos dónde vives, este departamento le pertenece a la OINDAH. No me gusta la violencia, no tengo intenciones de que surja un pleito con nadie, mucho menos con los Alfa. A nadie le conviene eso. Estoy segura de que a mi amigo le interesa eso de las placas y la información que contienen. Si puedes conseguirlas o saber lo que dicen, nos encargaremos de que estés protegido y de que obtengas muchos beneficios más.

Miguel sabía que tentaría a su suerte si se negaba, así que tenía que ser cooperativo.

—Debo decirte la verdad. Tal vez no logre descifrarlas. Estoy realizando un primer intento. Trataré de interpretar las líneas que tienen como si se tratara de circuitos impresos. Tengo los esquemas, estoy haciendo un modelo en la computadora —afirmó el chico de ojos color avellana.

—Sigue intentando. Si necesitas algo, tal vez yo pueda ayudarte. Quizá logren perdonarte después de todo.

Él hizo una obvia expresión de terror.

—Eso espero —aseveró.

—Comprendes que es importante que sigas trabajando de este lado ¿no es cierto?

—Creo que no tengo otra opción —repuso él.

—Puedes hablar conmigo en vez de hacer algo estúpido. Esa es tu mejor opción.

—Me encantará hacerlo —dijo tratando de parecer un galán sin conseguirlo.

Ella tomó una pluma que estaba colgada en el bolsillo de su blanquísimo saco, fue hacia él, sujetó su mano y escribió un número en su palma.

El hombre se ruborizó hasta las orejas.

La hermosa mujer recogió el estuche de piel de la mesa, hizo un gesto lateral con la cabeza a modo de despedida, frunciendo un poco los labios y salió del lugar.

Después de que ella se fue, Miguel tuvo un golpe de realidad. Había pensado que debía registrar todo lo que ocurriera en su departamento, por si acaso Eris llegaba a matarlo, por ello, siempre tenía encendidos el micrófono y la cámara de su computadora. Revisó el sistema.

No había nada grabado, sólo ruido.

LA ENTREGADonde viven las historias. Descúbrelo ahora