Sugestión. Capítulo 17.

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Cuatro meses desde la desaparición de Andrea
Sobre el techo de la OINDAH

Podría parecer simple ser ella; que todo se le presentaba en bandeja de plata; que el plan estaba trazado para que avanzara en la dirección correcta. Pero a veces Contacto se sentía perdida. No pensaba en responsabilidades más allá de su deber moral. Tampoco cavilaba sobre su condición fisiológica ni acerca de su percepción o su potencia. Peleaba con sus más profundos temores día tras día. Al mismo tiempo, aparentaba poseer la calma y la fortaleza que imaginaba le ayudarían a luchar. No sabía a ciencia cierta quiénes eran sus enemigos. Tenía una causa, y sabía que existirían detractores, pero que tal vez no se presentarían de frente. El doctor Di Maggio le heredó más de un trabajo. Por ello, se sentaba largas horas a discutir consigo misma, quien debía ser su única aliada, en el techo hexagonal de la organización, coronado de luces rojas. Incluso alguna lágrima le recorría el rostro de vez en cuando.

La misma Andrea se lo dijo alguna vez cuando estaba enferma de leucemia: ni la muerte evitaría que se comunicara. Había pasado el tiempo suficiente como para que lo hiciera si aún vivía. Todo indicaba que había perecido, por muchas esperanzas que pudiera albergar. Estaba sola en el asunto de la entrega y no tenía la otra placa; a pesar de sus recientes incursiones con los caballos, seguía enfocada en localizarla. Sabía que Miguel Aster, primo de su amiga, vivía en la ciudad. Lo conocía desde que eran estudiantes universitarios. No debía parecerle extraño al chico que quisiera hablar con él, después de todo, Andrea había sido como su hermana. No sabía dónde vivía, pero recordaba que estudió algo relacionado con la informática. Hubiera podido pedirle a Tanaka que indagara su paradero, pues poseía acceso a una amplia red de información, exclusiva y confidencial, pero no intentó hacerlo, ya que tenía prohibido mantener comunicación con alguien de su pasado. Sin embargo, comenzaba a impacientarse, así que lo buscaría por su cuenta.

Entrada la noche, Contacto vagaba por los pasillos del CDA. Harry siempre se quedaba resolviendo problemas que podían esperar hasta el día siguiente. La mujer pensaba en él con frecuencia. Había estado extraño, evasivo. No le agradaba eso. Es cierto, omitió otra vez sus órdenes, pero resultaba imperativo que actuara.

Ella solía salir de la organización de manera discreta, pero ese día pretendía lo contrario. En secreto, montó guardia en el acceso al área y esperó.

Al fin, el hombre decidió que era hora de irse. Salía del edificio vacío cuando se encontraron de frente.

—Es tarde, ¿no? —comentó la joven.

Él la observó con seriedad. Suspiró bajo. Parecía irritado.

—¿Te molesta si te acompaño?

—No, vamos.

Caminaron en silencio hasta el estacionamiento. La de negro permaneció de pie afuera del auto.

—¿Vas a la ciudad? Te llevo —le dijo él.

—Sí, por favor.

Salieron de la organización en el vehículo. Durante un largo rato no dijeron nada.

—No estuvo bien —comenzó ella.

—No —interrumpió Harry—. Necesito darte las gracias. Me has apoyado.

—Se me ha pasado la mano. Omití tus órdenes otra vez. No debí —dijo ella un poco sorprendida.

—No seguiste mis indicaciones, pero no estoy seguro de que haya sido un error. Al contrario, eres eficaz. Es sólo que...

Se sentía apesadumbrada; percibió un incremento en la temperatura de su interlocutor que manejaba fijando la mirada en el camino, con un aspecto reservado. Transcurrieron minutos de silencio.

—No quiero perderte —respondió.

—¡Lo siento! El proyecto es una gran responsabilidad, sería terrible si algo ocurriera. Somos tu equipo —exclamó.

—No, no me refiero a eso —replicó Harry, que se detuvo cerca de donde vivía la mujer. La observó por un momento, de forma extraña.

—Creí que estabas molesto conmigo. Está bien. No pasará nada, te lo prometo —aseveró apretando su mano. Bajó deprisa del auto y desapareció esa noche.

En un barrio marginal en las afueras de la ciudad

Gabriel Elec era un hombre reservado. Se le conocía como el Lector. Callaba, a menos que tuviera algo fundamental que decir. Era muy observador y estaba bien entrenado. Buscaba espacios para reflexionar en su tiempo privado, el cual era escaso. Los Alfa, al ser la inteligencia de la institución, solían tener ocupaciones variadas, pero la suya era de las más absorbentes, extrañas y complejas. Por su profunda capacidad de comprender, analizar y anticipar el comportamiento humano, trabajaba con sujetos particulares que le designaba el grupo y que eran relevantes para la organización por algún motivo. También fungía como su principal reclutador.

Encontró un cuarto de tabiques grises y piso de cemento pulido en un barrio pobre al que acudía de forma ocasional. Para ir allí dejaba sus elegantes trajes en el departamento que le prestaba la organización y se vestía con ropa poco llamativa. La única ventana de la habitación estaba cubierta por un plástico color verde que apenas dejaba pasar la luz. Se llegaba por una angosta escalera entre cuartos similares, ubicados en una ladera inclinada. Un pasadizo oscuro conducía a la puerta metálica de la vivienda. Adentro había una mesa simple de madera sin pintar, una silla similar y un catre. Iba ahí para pensar en la realidad y en lo difícil que puede ser la vida para algunas personas. Él -para quien prácticamente no existía restricción para seleccionar un espacio en el cual estar- eligió aquel sitio como si se tratara de un monasterio o la cueva de un ermitaño asceta.

El Lector pasaba la mayor parte del tiempo en su labor, en la organización. Alguna vez incluso cohabitó con la gente relacionada con la misión que se le comisionaba. En esa ocasión no sería así, aunque, a decir verdad, no le hubiera molestado del todo ya que no sería la primera vez que lo haría con un extraño al que terminó convirtiendo en su amigo íntimo. El nombre real de Elec fue reservado años atrás. Los juegos estaban afuera. Ese espacio pobre le hacía sentir como si se sumergiera en la realidad; como si pudiera tocarla. Sin embargo, lo inquietaba un punto neurálgico en su interior. Algo respecto a Contacto le motivaba esa inquietud. Aquella tenía una ciega devoción por un supuesto deber, una misión. Y, por alguna razón, eso lo incomodaba demasiado.

LA ENTREGADonde viven las historias. Descúbrelo ahora