6 de 25. Desencadenante

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El pasado.

Recuerdo esto, pensó Milo. Sin lugar a dudas esa situación le era familiar, y quizás por eso se había dejado arrastrar hasta ese punto con tanta facilidad. Cerró los ojos y se concentró en sus sensaciones. Su corazón latía con rapidez, pero el calor que generaba su cuerpo era al mismo tiempo contrarrestado por Dégel, que parecía estar en control de la situación.

Se sintió sorprendido por la manera en que su cuerpo se comportaba como si supiera qué hacer. Milo tenía la extraña impresión de estar haciendo por primera vez algo que conocía muy bien. Si se lo hubieran descrito quizás se hubiera horrorizado, pero todo había fluido con naturalidad. El lugar en el que estaba era el lugar donde quería estar. Sintió como si hubiera vuelto a casa luego de un largo tiempo ausente.

—¿Cómo te sientes? —susurró Dégel en su oído.

—Muy bien —respondió Milo.

No mentía. Algo había cambiado y no solamente en su interior. Sentía haber encontrado la herramienta para desoxidar una parte sí mismo que hasta ahora no había explorado. Su cuerpo estaba despertando a cosas que sólo se había permitido soñar hasta el momento.

Mientras tanto, los sentimientos de Dégel fluctuaban entre la preocupación y la esperanza. Esta persona que tenía enfrente parecía ser y no ser Kardia al mismo tiempo. Era un Kardia al que habían despojado de buena parte de su irreverencia, como las veces en que bajaba la guardia y dejaba entrever su debilidad.

—Kardia... —Dégel pareció escarbar en los ojos de Milo, como si estuviera buscando allí la parte que se había perdido. Milo hizo una mueca y la sonrisa de su rostro se borró.

—Estás decepcionado —dijo, jugando con uno de los mechones de pelo de Dégel mientras intentaba ocultar su propia ansiedad.

—No —se apuró a responder Dégel.

Pero Milo podía ver más allá.

—Perdóname por no ser la persona a la que estás acostumbrado. Quisiera poder serlo —alcanzó a decir Milo con un nudo en la garganta.

—No digas eso —dijo Dégel. Milo creyó ver un brillo triste en sus ojos, y estiró la mano para acariciar su mejilla.

Dégel volvió a acercarse a él, depositando un beso sobre sus labios. Al apartarse y abrir los ojos creyó que estaba soñando. La persona a la que tenía en brazos no era Milo, sino Asmita.

—Dégel, recuerda que te dije que tenemos que hablar pronto —dijo Asmita con serenidad.

—¡Virgo! —exclamó Dégel atónito, echándose hacia atrás al instante. Pero al mirar de vuelta hacia adelante a quien vio fue a Milo, que parecía desconcertado. Por supuesto, no había rastro de Asmita. Debía de haber sido una de sus manifestaciones espirituales, como él las llamaba. Una visión.

—¿Qué ocurre? ¿Estás bien, Dégel?

—Sí, no te preocupes.

Asmita tenía extrañas maneras de comunicar sus mensajes, pero esta vez se había lucido. Le quedó más que claro que tendría que dirigirse a su templo sin demora si no quería sufrir mayores contratiempos.

 Le quedó más que claro que tendría que dirigirse a su templo sin demora si no quería sufrir mayores contratiempos

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Fiebre: la llave del tiempo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora