20 de 25: Las fronteras de la realidad

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El presente.

Kardia solía dejarse llevar por lo que sentía en el momento. Camus, por otra parte, estaba tan acostumbrado a controlar sus sentimientos que cuando los dejaba brotar libremente terminaba siendo avasallado por ellos. La combinación era peligrosa cuando los dos estaban desesperados, como era el caso.

Convencidos de que no quedaba nada por hacer y sin poder pensar con claridad, estaban dispuestos a entregarse el uno al otro. Después de todo, Kardia era parte de Milo, y Dégel era parte de Camus. Ambos entendían esto, pero habían acordado mantener la distancia. Kardia había ayudado a Camus a comprender cuáles eran sus sentimientos por Milo, y justamente por eso quería esperar por él. Sin embargo, si todo estaba perdido, ¿cuál era el propósito de esperar, cuando apenas se tenían el uno al otro? ¿Esperar por qué, cuando ya no quedaba nada?

Si cerraba los ojos, Kardia podía reconocer a Dégel en la manera de moverse de Camus, su manera de besar, de abrirse paso entre su ropa con urgencia y cuidado al mismo tiempo. Pero la verdadera razón por la que quiso cerrarlos fue para evitar tener que ver las lágrimas que Camus ya no podía contener.

Esa visión hacía que su corazón se encogiera, y le daba la desagradable sensación de estar siendo poco respetuoso consigo mismo. Pero no existía manera de interrumpir la reacción en cadena. Tampoco sabía cómo pedirle perdón a Camus, quien parecía dispuesto a seguir adelante hasta el final.

El acuariano ya no tenía control sobre sus propias acciones. Estaba haciendo todo lo que predicaba que debía evitarse: dejarse llevar por sus emociones. Sabía bien que aquello no terminaría bien, pero no podía detenerse.

Continuó hasta que escuchó una voz que lo hizo parar en seco. Estaba seguro de que no provenía de su interior, sino de algo que se había colado en sus pensamientos.

—¿Qué haces? —preguntó Kardia, sin soltarse—. ¿Por qué te detienes?

—Espera —respondió Camus, poniendo un poco de distancia entre los dos para evitar que Kardia volviera a colgarse de su cuello—. Hay alguien.

—¿Alguien? —dijo Kardia, mirando a su alrededor con nerviosismo.

Camus tenía la certeza de haber escuchado con claridad la palabra "Alto". Al prestarle más atención reconoció a su dueño, que le estaba enviando un mensaje telepático.

—¿Shaka...?

—¿Shaka? —repitió Kardia—. ¿Qué viene a entrometerse?

—Toma mi mano, cierra los ojos y concéntrate —dijo Camus, obedeciendo a una orden silenciosa que estaba recibiendo de Shaka.

Con cierto recelo, Kardia hizo como le indicaban. En el momento en que cerró los ojos se sintió arrastrado hacia un torbellino, y una luz lo cegó. Cuando consiguió volver a abrirlos todo a su alrededor había cambiado.

Ya no estaba en el oscuro templo de Escorpio, sino en un bello campo repleto de flores que destilaban un aroma dulce, y pétalos que flotaban suavemente al ritmo de una melodía imperceptible.

A unos pasos de él estaba Camus, quien vestía una túnica que se amoldaba a su cuerpo con gracia. Al volver su atención hacia su propia persona se dio cuenta de que él estaba vestido de la misma manera. Se acercó a Camus y palpó la tela de su toga. Él a su vez pasó los dedos entre su melena, quizás también para comprobar qué tan real era aquello. Una brisa sutil dirigió su atención hacia adelante; los pétalos parecían estar indicando un camino.

—¿Qué es esto? —preguntó Kardia—. ¿Fuimos transportados a otro lugar?

—Tranquilo, no te apresures —respondió Camus, poniendo una mano sobre su hombro—. Mira hacia allí.

Fiebre: la llave del tiempo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora