3 de 25: Caminos cruzados

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Kardia.

Lo primero que sintió Kardia al abrir los ojos fue frío. La sensación le era extraña e incómoda, pero estaba todavía tan somnoliento que no le dedicó demasiada atención. A su alrededor todo estaba oscuro y silencioso. Tenía un vago recuerdo de la tarde y de haber llegado al santuario con Dégel, pero desde allí todo se había vuelto nebuloso. No era la primera vez, pero no pudo evitar sentir un pinchazo de frustración.

Se incorporó un poco y se sorprendió al notar que su cuerpo se sentía liviano como una pluma, tanto que por un momento le pareció que no tenía control total sobre él. Buscó a Dégel con la mirada, convencido de que estaría cerca, pero no lo encontró. No había nadie en la habitación.

—¿Dégel? —preguntó.

Luego de unos momentos, salió de la cama tiritando de frío. Estaba molesto consigo mismo por no poder ni siquiera recordar cómo había llegado allí, molesto por no saber qué había pasado. Dégel le diría que estaba bien, pero no era así. Todavía se sentía un poco atontado, confuso porque Dégel no estaba cerca y enojado por darle importancia a eso. Dégel no tenía por qué estar allí tampoco, ¿verdad? Exacto, Dégel no tenía obligación para con él.

Pero sin notarlo había salido del templo y antes de darse cuenta estaba caminando escaleras arriba, ignorando la voz de su conciencia. Al llegar a Sagitario recordó vagamente que El Cid estaba en una misión con Sísifo, y aún no había vuelto. Sintió un escalofrío. Venía congelándose desde que había despertado, pero aquel lugar parecía estar más helado que el mismo aire de la noche. El lugar parecía desolado y lúgubre. Se apuró a pasar a través de él, alegrándose de no tener que dar explicaciones en ninguna de las dos casas. Siguió su camino sin detenerse al atravesar el templo de Capricornio y dejó escapar un suspiro de alivio al llegar a las puertas de Acuario.

Se coló entre los recovecos del templo hasta la habitación de Dégel, ignorando la débil voz interna que le decía que estaba cometiendo un error. Se acercó a la cama y se subió a ella sin poder evitar sonreír, imaginando la reacción de Dégel cuando despertara. Le encantaba ver la expresión de desconcierto de Dégel, que siempre quería creer que tenía todo bajo control. Se recostó junto a él y esta vez el aura helada que rodeaba al santo de Acuario y que en general le resultaba agradable le puso la piel de gallina. A pesar de eso pasó los brazos sobre la cintura de Dégel como tantas otras veces antes, esperando volver a dormirse y despertar sin aquella sensación desagradable.

Ni bien había acabado de cerrar los ojos sintió una ráfaga congelada que lo empujaba hacia atrás y antes de que pudiera entender lo que estaba ocurriendo, un golpe seco contra su cráneo le produjo un dolor penetrante. Había volado por los aires hasta darse contra uno de los muros de la habitación.

Levantó la vista, confundido, y vio a Dégel parado frente a él con una expresión severa. Kardia sintió el cuello un poco húmedo y palpó sangre con sus dedos. Este no era el tipo de recepción que había esperado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Dégel.

—¿Qué haces tú, jugando a ser el malo conmigo? Casi me matas...

Dégel parecía incómodo. Se había cruzado de brazos y su actitud se parecía a la que Kardia le veía adoptar cuando estaba frente a otros. Lo conocía bien. Aquello no era más que una máscara.

—¿Estás bien? —preguntó el acuariano. Parecía confundido, y Kardia también lo estaba, lo que le impedía disfrutar de algo que en otro momento le hubiera parecido muy divertido.

—Sí... —respondió Kardia levantándose y caminando hacia Dégel hasta tenerlo frente a él— No tenías que ser tan agresivo. ¿O quieres probar algo nuevo?

Fiebre: la llave del tiempo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora