10 de 25: Contrarreflejo

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El pasado.

Al descender, Milo comenzó a sentir un pálpito de turbación; sabía que Libra estaba fuera del santuario en una misión junto con Aries, que Asmita estaba donde el patriarca, que el templo de Leo no tenía aún guardián. A medida que travesaba estos tres templos, su cosquilleo interno se volvía cada vez más intenso cuanto más se acercaba a Cáncer. En su camino iba recordando algunas de las cosas que Asmita y Dégel habían señalado acerca de los guardianes de los templos.

"No te dejes intimidar por Manigoldo de Cáncer, síguele la corriente y sé descortés con él si no quieres levantar sospechas. Es el discípulo del patriarca, y aunque pueda actuar como un niño grande es muy perspicaz."

Después de haber conocido a su custodio en circunstancias poco felices, esperaba poder arreglar por sí mismo el problema que había iniciado antes de que se fuera de control. Al mismo tiempo, una parte de sí deseaba que no hubiera nadie en el templo, pero por desgracia no era así. Manigoldo lo vio acercarse y se cruzó de brazos, en pose provocadora. En realidad, Milo no estaba seguro de si debía pedir permiso o seguir adelante sin dar explicaciones, pero cuando eligió hacer lo segundo, la voz de Manigoldo lo hizo detenerse.

―Pero miren a quién tenemos aquí. Parece que alguien quiere atravesar mi templo haciendo de cuenta que soy invisible.

Manigoldo se apareció en su camino sin darle tiempo a reaccionar, y se paró frente a Milo tan cerca que este pudo sentir su aliento.

―Permiso ―murmuró Milo, aunque sin evitar la mirada de Manigoldo.

―Te recuperaste rápido del "veneno". ¿Será que Dégel es tan buen enfermero? ―preguntó Manigoldo, sonriendo y acercándose tanto que Milo debió dar unos pasos atrás.

―¿Qué quieres? ¿Pelear? No vengas con rodeos ―dijo Milo levantando la voz al recordar el consejo de Asmita.

―Si quisieras pelear conmigo no tendrías ninguna oportunidad ―rió Manigoldo, para molestia de Milo, que empezaba a sentirse cada vez más tocado en su orgullo―. Tú sabes lo que quiero. La verdad.

En realidad, Milo había pensado en una excusa para enmendar el tema que había quedado pendiente, pero la actitud de Manigoldo le resultó tan irritante que la idea de intentar ganar su favor le dio asco.

―Averíguala si eres tan capaz como dices ser ―dijo Milo a modo de desafío, dejando de lado todas las precauciones. Sin decir más, se alejó del templo con los puños apretados.

Manigoldo se prometió silenciosamente que así sería, aunque esta vez lo dejaría ir, y sonrió con complacencia mientras veía a Milo alejarse con dirección a Géminis.

Milo, por su parte, se detuvo ante las puertas del templo de Géminis antes de avanzar. La idea de conocer a su custodio le producía tanto expectación como nerviosismo.

"Aspros de Géminis es uno de los mayores del santuario, y también uno de los más respetados y poderosos."

En el lugar de donde venía, Saga de Géminis había desaparecido hacía años y su templo estaba vacío. Tenía buenos recuerdos de ese hombre. Cuando era niño aquella era una persona a la que admiraba, alguien bondadoso y fuerte, que sonreía pacientemente cuando Milo se arrojaba a sus brazos y le pedía que contara las viejas historias de los dioses y héroes griegos. Alguien que hablaba su mismo idioma y que lo entendía. Alguien a quien extrañaba.

Y como surgido de una hermosa visión que se abría paso a través de su memoria, allí estaba Géminis, a quien llamaban Aspros. Radiante y esplendoroso como el Saga que recordaba, o como lo que Saga hubiera llegado a ser de estar aún en el santuario, un hombre joven maduro y deslumbrante. Milo se quedó inmóvil en el lugar donde estaba, sintiéndose de repente como si fuera de nuevo un niño de siete años.

Fiebre: la llave del tiempo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora