4 de 25: Pesadillas

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El presente.

¿Kardia? repitió mentalmente Camus, confundido por sus propias palabras. No estaba seguro de por qué lo había dicho, el nombre simplemente había rodado por su lengua involuntariamente. Frente a él, Milo se veía impaciente.

—¿Por qué hace tanto frío? —preguntó el escorpiano, cruzándose de brazos. Camus, sin saber qué decir, volvía a fijar una y otra vez la vista sobre el hilo de sangre que corría por el cuello de Milo.

—Siéntate ahí —dijo señalando la cama, mientras iba por algo para tratar la herida e intentaba ordenar sus ideas.

Había sido tomado por sorpresa y sospechaba que todo esto tenía algo que ver con lo que había pasado antes. No había tratado el asunto de Siberia con cuidado, y para peor había terminado cruzando una línea que venía evitando traspasar desde hacía un largo tiempo. No se sentía preparado para tratar el tema con profundidad, pero parecía que había llegado el momento de afrontar las consecuencias de sus acciones, o mejor dicho de la falta de ellas.

Cuando volvió, vio a Milo acostado boca arriba sobre la cama, de piernas cruzadas y sonriendo con picardía. Camus seguía sintiéndose contrariado, como si algo en el orden natural de las cosas hubiera sido severamente alterado, pero no pudiera darse cuenta de cuál era el engranaje que estaba fallando.

—¿Qué pasa, por qué pones esa cara?

—Te dije que te sentaras... Estás sangrando.

—Ah, discúlpeme, señor. Siempre queriendo lo mejor para mí, ¿verdad? —dijo el otro, incorporándose.

Camus se acercó y comenzó a tratar la herida, que no era demasiado profunda. Sabía que era el momento de hablar, pero las palabras se le atoraban.

—Estuve mal hoy —comenzó por decir.

—¿Eh? Si te refieres a arrojarme contra el muro... me pareció hasta interesante.

Camus se detuvo en lo que estaba haciendo, sin entender el sentido de esas palabras.

—Me refiero a lo de Siberia... acerca de mis planes de partir hacia allí por tiempo indefinido. Creo que no te lo dije de la manera adecuada.

—¿Qué? —preguntó el escorpiano, dándose la vuelta—. ¿Partir? ¿Cómo que partir?

—Será en un par de meses... creí que deberías saberlo, por eso te lo quise decir sin demora. Pero creo que no lo manejé del modo adecuado.

—Espera. ¿Estás diciendo que te vas a ir? ¿Por cuánto tiempo? ¡No me dijiste nada!

—Te lo dije más temprano... ¿no lo recuerdas?

—¿De qué estás hablando...? —preguntó Milo levantando la voz. Camus se quedó en silencio. ¿Podía ser que lo hubiera olvidado?

Revivió en su mente la situación paso a paso. Recordaba a Milo que temblaba de fiebre y cómo habían terminado intercambiando un beso por razones en las que no quería pensar. Justo antes de abandonar la habitación le había mencionado el asunto de Siberia. Ni siquiera había tenido el valor de mirarlo a los ojos antes de irse, pero la furia que veía ahora en su mirada era algo sobrepasaba sus peores proyecciones.

—No sé cuándo volveré.

—¡¿Qué?! ¿Pero y la guerra santa? ¡Dijiste que te quedarías aquí! ¡No puedes irte así como así!

—No es así como así, son planes que tienen un tiempo ya. Es por causa de la guerra santa justamente... en preparación para ella. Mi rol como maestro se volverá más importante ahora.

Fiebre: la llave del tiempo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora