13 de 25: Cuenta regresiva

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El presente.

Kardia sintió el peso del colchón ceder contra su espalda, y la vieja cama crujió débilmente bajo su cuerpo. No estaba seguro de cómo habían llegado allí, pero Camus estaba ahora sobre él, devorándolo con sus ojos brillantes de ansiedad, apenas pudiendo contenerse para no avanzar. La escarcha había terminado por derretirse del todo, dejando al descubierto a la persona que se escondía debajo.

El peor enemigo de Acuario eran sus emociones; surgían a borbotones desde su interior, amenazando con sabotear su buen juicio y su concentración. Controlarlas hasta un nivel donde parecieran haber desaparecido era su manera de luchar contra la manera en que interferían en su razonamiento.

En apariencia, pensó Kardia, Camus podía ser más eficiente que Dégel a la hora de disimular, pero el costo era que daba la impresión de vivir aplastado bajo el peso de sus sentimientos ocultos, encerrándose en su mundo helado, y siendo más severo consigo mismo que Dégel.

Sin embargo, la persona que tenía frente a sí ahora estaba despojada de todo artificio. Las armaduras también habían quedado de lado, y Kardia observó fascinado la manera en que los gestos de Camus se aceleraban a medida que dejaba aflorar su excitación.

Lo guió a través de su cuerpo, que respondía con entusiasmo al tacto de Camus, y recorrió a su vez la piel de Camus con sus dedos, con su lengua, con un ansia de siglos que su cuerpo no podía esconder. Comenzó a sentir el poder de la combinación de sus cosmos, fuego y hielo, ardiendo juntos. Había llegado el momento en que el calor y el frío ya no importaban, se fundían en una misma sensación de placentero contraste, y solo faltaba que sus cuerpos se unieran para alcanzar la totalidad.

Camus se dejó llevar hasta descubrir preciosas sensaciones en zonas de su cuerpo de las que ni siquiera era consciente, a pesar de haber entrenado duro, a pesar de querer creer que dominaba todo de sí. No sabía qué era lo que lo empujaba, pero a pesar de estar actuando impulsivamente se sentía en control. Para Kardia, en cambio, estaba claro qué era lo que movía a Camus. Porque durante un momento todas las diferencias desaparecieron, y la persona a la que vio frente a él no era otra que aquella a la que él tan bien conocía.

―Dégel ―murmuró Kardia, sin darse cuenta de que la palabra se había escapado de su boca, cargada de anhelo.

Camus pareció despertar de un ensueño y se apartó. Kardia se incorporó un poco, haciendo a un lado la melena rebelde que caía sobre sus ojos. Se mordió la lengua. La burbuja había explotado y estaban de vuelta en la realidad.

―Esto no está bien ―dijo Camus, en un intento por convencerse de sus palabras. A pesar de todo, no se había sentido ofendido por haber sido llamado "Dégel". Un nombre era un accesorio temporal, pero aquello le había recordado una realidad que tenía que respetar. Por esta vez, Kardia guardó silencio esperando que Camus prosiguiera―. Ese cuerpo. No puedo seguir adelante sin el consentimiento de Milo. No es justo para él.

―Este cuerpo te quiere ―dijo Kardia en voz baja―. Puedo sentirlo...

―Tú estás preparado. Pero vienes de otro lugar, y de otras circunstancias. ¿Cómo saber que Milo está listo? ¿Cómo te sentirías tú en la situación inversa? ―preguntó, mientras recuperaba de a poco su ritmo normal de respiración―. Puede que compartan una misma esencia, pero están en diferentes lugares del camino... así como Dégel y yo. Supongo que ustedes caminaron ya un trecho que a nosotros nos falta por recorrer.

Contemplando cómo Camus intentaba retomar la calma, Kardia no pudo sino cambiar su expresión de decepción por una tenue sonrisa nostálgica. Camus acarició esos labios blandos y recordó lo que había ocurrido antes del cambio de cuerpos, cuando Milo intentaba decirle algo que él nunca había terminado de escuchar por simple cobardía. Se odió.

Fiebre: la llave del tiempo (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora